La Pesadilla Regresa: Art Briles Tiene Chamba
¿¡ESTÁN PONIENDO ATENCIÓN?! PORQUE EL SISTEMA ESTÁ ROTO. HECHO PEDAZOS.
¿Escucharon eso? ¿Ese ruido? Fue el sonido del último gramo de decencia y responsabilidad en el fútbol americano colegial siendo arrojado a una hoguera infernal. Porque Art Briles está de vuelta. Sí, ESE Art Briles. El arquitecto de la dinastía de los Baylor Bears y el hombre que dirigió una cultura tan tóxica, tan horriblemente negligente, que se convirtió en uno de los escándalos más asquerosos en la historia del deporte gringo, acaba de recibir las llaves de otro programa. Otro equipo de jóvenes. Es un chiste malísimo. Pero nadie se está riendo.
Es el nuevo head coach de la Eastern New Mexico University. Una universidad de División II, ok. Pero eso no importa. Es un puesto de entrenador en jefe. Un título. Una plataforma. Y es una declaración aterradora del mundo del deporte colegial: ganar es lo único que importa, y todo lo demás, incluyendo la seguridad y la dignidad de los seres humanos, es nomás un pequeño inconveniente.
ENTONCES, ¿QUÉ PASÓ? ¡OTRA VEZ!
Le dieron un contrato de tres años. Las fuentes gritan que tiene una cláusula de rescisión de 1 millón de dólares. ¡Un millón de dólares! ¡Para una escuela de D-II! Se están amarrando a este señor con esposas de oro, apostando toda la reputación de su institución a la esperanza de que la gente ya se olvidó. O peor, que simplemente no les importa. Y chance y tienen razón. Esa es la parte que más miedo da.
Esto no es un regreso silencioso como un asistente por ahí perdido. Es el puesto principal. La silla grande. Él está a cargo. De nuevo. Después de todo lo que supimos. Después de todas las declaraciones, las demandas, los despidos y los detalles que te revuelven el estómago que pintaron un cuadro no de un programa de fútbol, sino de un paraíso para depredadores protegido por la búsqueda de campeonatos. Y por un tiempo funcionó. Vaya que funcionó.
¿LA GENTE SIQUIERA SE ACUERDA DE LA PESADILLA DE BAYLOR?
Hay que echarle un ojo al pasado, porque es obligatorio. Es absolutamente necesario. Porque el olvido es el cómplice de estas cosas. La Universidad de Baylor, bajo el mando de Briles, se convirtió en una potencia del fútbol americano. Eran una máquina. Ponían números de locura. Ganaron títulos del Big 12. Robert Griffin III ganó un Trofeo Heisman. La universidad estaba en la cima, el dinero entraba a raudales y Art Briles era el rey de Waco. Pero era un reino construido sobre cimientos podridos.
Y luego empezaron los rumores. Rumores que se convirtieron en gritos. Las demandas comenzaron a acumularse. Las historias eran espantosas. Entre 2011 y 2015, un período que coincide con el apogeo del éxito de Briles, surgió un patrón. Docenas de estudiantes denunciaron haber sido agredidas sexualmente por jugadores de fútbol de Baylor. No eran incidentes aislados; era una plaga.
La universidad, desesperada por proteger a su gallina de los huevos de oro, supuestamente no hizo nada. Peor que nada. Enterraron activamente las denuncias. Intimidaron a las víctimas. Crearon una cultura en la que los jugadores de fútbol eran dioses intocables que operaban con un conjunto de reglas diferente. Un informe encargado por la propia universidad, el informe Pepper Hamilton, encontró una “falla fundamental” por parte de Baylor para implementar las políticas del Título IX. Describió las acciones del personal de fútbol como “un fracaso cultural que creó la percepción de que el fútbol estaba por encima de las reglas”. Pura impunidad.
PERO, ¿QUÉ SABÍA BRILES?
Esa es la pregunta del millón, ¿no? Sus defensores, los pocos que le quedan, te dirán que él solo era el coach. Que estaba enfocado en las jugadas. Eso es una mentira. Es un insulto a nuestra inteligencia. Él era el director general de ese programa. El jefe absoluto. Nada pasaba sin su conocimiento o su bendición. Mensajes de texto y correos electrónicos que salieron a la luz más tarde mostraron que estaba al tanto de las acusaciones. Estuvo involucrado en la disciplina de los jugadores, o más bien, en la escandalosa falta de ella.
Supuestamente interfirió en investigaciones. Fomentó un ambiente donde denunciar una agresión por parte de un jugador era visto como un acto de traición contra el equipo, contra la escuela, contra la marca. El mensaje era claro: tu dolor es menos importante que nuestra próxima victoria. Las víctimas eran desechables. Los jugadores eran activos que debían protegerse a toda costa. Y este es el hombre que acaban de contratar. Este es el líder que la Eastern New Mexico University quiere que sea mentor de sus estudiantes-atletas.
Es una locura total.
¿POR QUÉ ALGUIEN HARÍA ESTO? ¿POR QUÉ ENMU?
¿Por qué demonios una universidad arriesgaría todo por este tipo? Es una pregunta que te taladra el cerebro. La respuesta es tan simple como deprimente: desesperación. El equipo de ENMU no es ninguna potencia. Están buscando un atajo. Un milagro. Y Briles, con todas sus monstruosas fallas como ser humano y líder, sabe cómo ganar partidos de fútbol.
Puede tomar un programa y, con sus esquemas ofensivos, hacerlo relevante de la noche a la mañana. Esa es la droga. Ganar es la droga más poderosa y adictiva en los deportes. Vuelve ciega a la gente. Hace que los administradores, los exalumnos y los patrocinadores con mucho dinero se olviden de cositas molestas como la moral, la ética y la decencia humana básica. Ven el marcador, no el costo humano. Están dispuestos a hacer un pacto con el diablo por un título de conferencia.
Pero esto no es solo una decisión deportiva. Es una decisión institucional. Cada estudiante de ENMU ahora está representado por este hombre. Cada mujer joven en ese campus ahora tiene que pasar junto al estadio de un entrenador que supervisó un programa donde las mujeres fueron sistemáticamente ignoradas y puestas en peligro. ¿Cómo se supone que se sientan? ¿Seguras? ¿Valuadas? Esta decisión le grita al mundo que a la administración de la Eastern New Mexico University le importa más un récord ganador que la seguridad y el bienestar de su propio cuerpo estudiantil. Les vale madres.
¿Y LA NCAA? ¿DÓNDE ESTÁ?
Otra excelente pregunta. ¿Dónde está el supuesto organismo rector de los deportes universitarios? Silencio total. La NCAA castigó a Baylor, claro, pero fueron principalmente sanciones económicas y de reclutamiento. Le dieron a Briles una sanción de un año conocida como “show-cause”, que ya expiró hace mucho. Básicamente, esto significa que cualquier escuela que quisiera contratarlo tendría que justificarlo ante la NCAA. Se supone que es una mancha negra, una marca de por vida.
Pero, ¿qué es en realidad? Es un castigo de kínder. Un manazo en la muñeca. No es una prohibición de por vida. No es una declaración de que las fallas morales de esta persona lo hacen no apto para volver a liderar a jóvenes. La inacción de la NCAA, su castigo sin dientes, es lo que abrió la puerta para que esto sucediera. Tuvieron la oportunidad de hacer una declaración definitiva sobre lo que es y no es aceptable en su deporte. Podrían haber dicho que lo que pasó en Baylor fue una línea que, una vez cruzada, nunca se podría descruzar. Pero no lo hicieron. Porque la NCAA es una organización inútil y sin poder, más preocupada por el amateurismo y los derechos de transmisión que por los seres humanos que se supone que debe proteger. Su silencio es complicidad. Así de fácil.
¿QUÉ SIGUE AHORA? ¿ESTA ES LA NUEVA REALIDAD?
Esta es la parte que debería quitarte el sueño. Esto demuestra que el sistema está podrido hasta la médula. Si Art Briles puede conseguir un trabajo de entrenador en jefe de nuevo, entonces, ¿quién no puede? ¿Qué escándalo es demasiado grande? ¿Qué falla moral es demasiado grave? Esta contratación sienta un precedente que es espeluznante. Le dice a cualquier otro entrenador que pueda estar tentado a tomar atajos, a mirar para otro lado, a sacrificar a un estudiante por una victoria, que hay un camino de regreso. Todo lo que tienes que hacer es esperar. Mantener un perfil bajo durante unos años, entrenar en Italia o en una prepa en Texas, y eventualmente algún director atlético desesperado te llamará, dispuesto a vender su alma por una oportunidad de gloria.
Las compuertas están abiertas. Estamos borrando las líneas entre el bien y el mal en tiempo real. Le estamos enseñando a toda una generación de atletas y aficionados que el fin siempre justifica los medios. El mensaje de ENMU es fuerte y claro: No nos importa lo que hizo. Nos importa lo que puede hacer por nosotros. Y eso es un cáncer moral. Se va a extender. Y consumirá la idea misma de lo que se supone que son los deportes universitarios.
Esto no es una historia de redención. Es una tragedia. Un fracaso absoluto de liderazgo en todos y cada uno de los niveles. ¡Qué oso!






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