El Circo de los Zopilotes: La Muerte de un Ídolo en Vivo

El Circo de los Zopilotes: La Muerte de un Ídolo en Vivo

El Circo de los Zopilotes: La Muerte de un Ídolo en Vivo

A ver, ¿qué carajos está pasando en realidad?

¿Estás confundido? Qué bueno. Esa es la idea. En un momento, los titulares te gritan que está en el hospital, recuperándose, que todo está bien, y la familia casi de rodillas pide privacidad mientras regaña a los morbosos que ya lo daban por muerto. Al siguiente, ves un desmadre de reportes contradictorios, algunos hasta con encabezados en pasado como si ya fuera oficial, un error macabro que revela todo su pinche juego. Que si se vio una ambulancia. Que si reforzaron la seguridad. Es un circo. Están tratando la vida de un hombre, la agonía privada de una familia, como si fuera el final de temporada de una telenovela barata.

Esto no es periodismo. Esto es un linchamiento público de la dignidad. El ‘ciclo de noticias’ es un caos de rumores y contradicciones porque no hay ‘noticias’. Solo hay especulación, una carrera desesperada y patética por conseguir clics de un ecosistema mediático que vendió su alma por métricas de engagement. Le avientan de todo a la pared, a ver qué pega. ¡Está bien! ¡No, está mal! ¡Miren, una ambulancia! ¿Quién se baja de ese coche? ¿Es otro actor? ¡Rápido, una foto! Es una farsa grotesca, y el protagonista, un hombre que definió una era del cine, queda reducido a un simple objeto en su teatrito miserable. Qué asco.

La Ambulancia: Símbolo de la Podredumbre Mediática

Hablemos de la ambulancia. ¿Por qué una ambulancia es noticia? ¿Por qué un vehículo, cuyo único propósito es brindar ayuda médica en una crisis privada, se transmite en vivo como si fuera la Batiseñal? Porque los medios no tienen nada de sustancia que reportar, entonces reportan el *proceso* de una posible tragedia. Se han convertido en mirones profesionales, de esos que bajan la velocidad en la carretera para ver un choque, pero ahora tienen cámaras y pases de prensa. Son zopilotes sobrevolando un hospital, esperando la señal definitiva de muerte para ser los primeros en tuitearlo, en llevarse la ‘exclusiva’ del último aliento de un hombre. El legado de un ídolo reducido a una notificación de celular. Esto no es una ‘actualización de salud’; es una vigilia de muerte, y nos están invitando a todos a participar.

¿Y por qué a alguien fuera de la India debería importarle esto?

Uff, ya me lo imagino. ‘¿Y ese quién es?’ Algunos en Occidente, en su burbuja de superioridad cultural, lo van a descartar como una historia lejana sobre un actor extranjero. ¡Ya bájense de su nube! Esto no se trata de un actor de Bollywood; se trata de un arquetipo universal, un titán, una figura cuya huella cultural es más grande de lo que se pueden imaginar. Dharmendra no es solo un actor. Era el ‘He-Man de Bollywood’, un apodo que no es puro marketing. Por décadas, fue la encarnación de la masculinidad ruda, el equivalente indio de Pedro Infante, Jorge Negrete y Andrés García, todos juntos en una figura colosal y carismática que podía soltar un buen madrazo, quedarse con la chica y echarse un monólogo que hacía llorar a un país entero. Estamos hablando de más de 300 películas, una carrera que ayudó a definir la identidad de la industria cinematográfica más grande del mundo.

Así que cuando veas este circo, no lo veas como una nota de nicho. Velo por lo que es: una historia global sobre cómo nosotros, como sociedad, tratamos a nuestras leyendas cuando envejecen. ¿Les damos la dignidad de una salida privada, o convertimos sus últimos días en un reality show para el consumo masivo? La forma en que los medios de la India están manejando esto es un adelanto aterrador de lo que le espera a cada ídolo, en cada país. A la máquina no le importan las fronteras. Solo le importan los clics. Y una leyenda moribunda es una mina de oro.

¿No es esto puro morbo? ¿Los buitres al acecho?

¿Que si es morbo? ¡Claro que es morbo! Es la definición misma. Este espectáculo es una clase magistral de voyerismo, empaquetado y vendido como ‘actualizaciones en vivo’. Cada foto borrosa de un coche llegando, cada zoom a la cara de angustia de un familiar, cada ‘fuente’ anónima que le susurra pendejadas a un reportero desesperado… todo es parte del mismo ritual enfermo. Un duelo público impuesto a una familia que ni siquiera ha tenido chance de llorar en privado. Los medios no están cubriendo una historia; la están creando activamente, fabricando drama del silencio y suspenso de la incertidumbre.

La Falacia de los ‘Fans Preocupados’

Y ni me hagan hablar de los ‘fans preocupados’. Los medios se esconden detrás de esa excusa, diciendo que solo satisfacen el deseo del público de saber, de mostrar sus respetos. ¡Qué sarta de mamadas! Es una enfermedad simbiótica. Los medios alimentan el frenesí, y el frenesí justifica la intromisión de los medios. La verdadera preocupación se demuestra con respeto y oraciones, no actualizando un blog en vivo cada 30 segundos para el último chisme médico. Los verdaderos fans exigirían privacidad para su ídolo, no que le clavaran bisturís de especulación a la herida abierta de su familia. Esto no es preocupación; es hambre de melodrama, una adicción a la telenovela de la vida y la muerte, y los medios son los dealers, pasándote la siguiente dosis de detalles lascivos.

Entonces, ¿la familia es solo un peón en este juego?

¿Peones? ¡Son el platillo principal! La familia Deol está atrapada en una posición imposible. Están entre su dolor profundo y personal y la demanda implacable del público y la prensa por una declaración, una actualización, una migaja de información para alimentar a la bestia. Si se quedan callados, los acusan de ocultar algo, y los rumores se vuelven más locos. Si hablan, cada una de sus palabras es analizada, retorcida y usada como combustible para otras 24 horas de especulación. Su dolor ya no es suyo; ha sido expropiado, nacionalizado y convertido en contenido.

Imagínate lo que debe ser eso. Tratar de navegar la logística de los últimos momentos de tu ser querido —el hospital, los doctores, la emoción a flor de piel— mientras te clavan cámaras en la cara y tu celular explota con reporteros exigiendo una declaración. El término ‘comunicado oficial’ es en sí mismo una tragedia. Implica que el dolor más íntimo de una familia debe ser empaquetado para las relaciones públicas, sanitizado y publicado como un reporte de ganancias de una empresa. Se ven forzados a actuar su propio duelo para una audiencia que siente que tiene derecho a verlos. Es un secuestro, y su privacidad es el rescate.

¿Cuál es la verdadera historia aquí? ¿El sistema que crea este desmadre?

Esta es la pregunta del millón, ¿no? No se trata de unos cuantos malos reporteros. Se trata de un sistema fundamentalmente podrido. El modelo de negocio de los medios digitales modernos es el villano. Es un sistema que premia la velocidad sobre la veracidad, los clics sobre la compasión y el sensacionalismo sobre la sustancia. A un algoritmo le vale madres el legado de Dharmendra o los sentimientos de su familia. Solo le importa la interacción del usuario. Un titular con ‘Vieron una ambulancia’ siempre tendrá más clics que uno que diga ‘La familia pide privacidad’. Y así, la máquina incentiva el peor comportamiento humano posible.

Este es el resultado final del ciclo de noticias de 24 horas combinado con la retroalimentación instantánea de las redes sociales. No hay tiempo para verificar. No hay espacio para la decencia. La presión por ser el primero es tan inmensa que los medios publican rumores y luego publican el desmentido de la familia, sacando dos notas de una mentira que ellos mismos ayudaron a difundir. Es una máquina de indignación que se alimenta a sí misma. No está rota. Está funcionando exactamente como fue diseñada: para monetizar la emoción humana, y la tragedia es la más rentable de todas.

Entonces, ¿cuál es la lección? ¿Somos todos unos monstruos?

Pues chance y sí. Tal vez necesitamos vernos en el espejo un buen rato. Es fácil culpar a los medios, señalar a los ‘zopilotes’. Y se lo merecen, claro que sí. Pero ellos solo están alimentando un hambre que ya existe. ¿Quién le da clic a estas notas? ¿Quién comparte estos rumores? ¿Quién exige estas ‘actualizaciones en vivo’? Nosotros. La audiencia. Los ‘fans preocupados’.

Cada clic en un titular morboso es un voto para que sigan haciendo lo mismo. Cada ‘compartir’ es una señal para el algoritmo de que este es el contenido que queremos. Los medios no nos están apuntando con una pistola; nos ofrecen un producto que saben que vamos a consumir. Nos han condicionado para ver la tragedia como entretenimiento, el duelo como drama y las vidas privadas como dominio público. Quizás la verdadera pregunta no es por qué los medios son tan carroñeros, sino por qué hemos creado un mercado para la carroña. El sistema es el problema, pero nosotros somos el sistema. Somos el combustible. Y hasta que no dejemos de premiar este comportamiento con nuestra atención, los zopilotes seguirán volando en círculos, porque nosotros somos los que les decimos dónde está el cuerpo.

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