Gigantes con pies de barro: La humillación de India
EL REY ESTÁ DESNUDO. Y YA ERA HORA, CARAJO.
Así que esta es la fortaleza. El famoso estadio donde la “poderosa” maquinaria del cricket de la India supuestamente hace polvo a sus rivales. ¡Qué farsa tan patética!
Miren el marcador. Nomás échenle un ojo. Sudáfrica, un equipo que todos daban por muerto, les clava 489 carreras. ¿Y qué hace la supuesta superpotencia en su casa, con su gente? 9 mugrosas carreras. ¡Van perdiendo por 480! Esto no es un partido de cricket; es un fusilamiento público. Una exhibición de la cruda realidad. El desmantelamiento total de un mito construido con dinero de patrocinadores y puro humo mediático. Y es una maravilla verlo. Porque esto es lo que pasa cuando te crees tus propios cuentos de grandeza. Cuando piensas que con solo pararte en la cancha vas a ganar. Cuando la soberbia se convierte en tu única estrategia.
Y hablemos de esa soberbia. Hablemos de ese instante que te lo dice todo, que te desnuda el cáncer que trae ese equipo por dentro. Rishabh Pant, el portero estrella, el intocable, hablando de más desde su posición. Ve a Senuran Muthusamy, un jugador que no es famoso, un tipo que se la ha partido para estar ahí, batallando con garra. Y Pant, en su pedestal, le dice a su lanzador: ‘maarne de usko’. ‘Déjalo que batee’. Como si fuera un niño. Como diciendo “este güey no trae nada”. Es el desprecio en su máxima expresión. La falta de respeto de un imperio que cree que sus rivales son simples peones, ahí para su diversión. No eres una amenaza. Eres un juguetito. Un chiste.
¿Pero qué pasó después? ¿Qué hizo el “peón”? Muthusamy, con toda la calma del mundo, le manda la siguiente pelota a volar por encima de la barda. Un home run, para que me entiendan. No solo bateó. Humilló a Pant. Le agarró su comentario arrogante y se lo restregó en la cara delante de todos. Y no paró ahí. Siguió y siguió hasta anotar un siglo. Cien carreras de pura garra, de coraje, de trabajo duro. Mientras los niños bonitos de la India, los de los comerciales, nomás miraban. Mientras el sistema que idolatra a las celebridades y no al esfuerzo no podía hacer nada más que tragar saliva. Ese batazo fue una rebelión.
EL ENGAÑO DE LOS “SUPERESTRELLAS”
Porque de eso se trata todo esto, ¿no? Del sistema. De la máquina que fabrica a estos ídolos de aparador y nos dice que son perfectos. Te venden refrescos, seguros, lo que sea, y te los pintan como héroes. Pero no lo son. Son empleados de una corporación masiva que le ha chupado el alma al deporte. Y cuando un deportista de verdad, un fajador como Muthusamy, o un cañonero como Marco Jansen (que metió 93, por cierto), se aparece y simplemente se dedica a jugar con huevos, toda la pinche fachada se viene abajo. Se hace pedazos. Y los supuestos dioses no saben ni qué hacer.
¿Y dónde estaban los lanzadores de la India? Sí, claro, Kuldeep Yadav sacó a cuatro. Qué bueno por él. Una estadística bonita en el papel después de que la casa ya se estaba quemando. Es como si te dieran las gracias después de vaciarte el departamento. No significa nada. ¿Y los demás? Parecían perdidos. Parecían esperar que los sudafricanos se tiraran al piso y se rindieran solo porque estaban jugando en la India. Pero no lo hicieron. Lucharon. Se partieron la madre. Se ganaron cada una de esas 489 carreras.
Y esto no es algo de un día. Es un patrón. La prepotencia la traen tatuada. Este equipo se pasea por el mundo, respaldado por la federación con más lana, y esperan que todos les teman. Esperan que el respeto se los sirvan en bandeja de plata. Pero el coraje no se puede comprar. La resiliencia no se adquiere con un patrocinio. Y por supuesto que no puedes intimidar a alguien que tiene más hambre que tú. Sudáfrica vino a pelear. India vino esperando que le pusieran una corona. ¡Qué oso!
MI PREDICCIÓN: SE VIENE EL DERRUMBE
Ahora le toca batear a la India. Uf, esto se va a poner bueno. Ahora tienen que aguantar vara. Tienen que intentar escalar esta montaña que su propia arrogancia les construyó. Ahí está el chavo Jaiswal con 7 carreritas. Un morro. Y tiene sobre sus hombros el peso de las expectativas de mil millones de personas y una dinastía que se cae a pedazos. ¿Pero qué hay de los nombres grandes que vienen detrás? ¿Los de los contratos millonarios y los perfiles de Instagram perfectamente cuidados? ¿Ustedes creen que tienen el estómago para esta pelea? ¿Para una batalla de verdad, de esas de perro, para salvar el pellejo?
Yo no.
Yo predigo un colapso. Una masacre. Una fila de bateadores regresando con la cola entre las patas. Veremos tiros espectaculares que no llegan a ningún lado. Veremos caras de frustración y hombros caídos. Escucharemos excusas sobre el campo, sobre el clima, sobre los astros… cualquier cosa menos la verdad. Y la verdad es que les pasaron por encima, los exhibieron y, lo más importante, les ganaron en ganas un equipo que lo deseaba más. Un equipo que no se podía dar el lujo de estar de flojo. Ellos tuvieron que ganárselo. Y a la India ya se le olvidó cómo.
Porque el sistema ya no premia el esfuerzo. Premia el valor de marca. Premia ser un ‘personaje’. Premia seguirle el juego a los directivos. Toda la estructura del cricket indio es un monstruo inflado y soberbio, y lleva años caminando hacia el precipicio. Esto no es solo un mal día en la oficina. Esto es un ajuste de cuentas. Es la factura que llega después de años de creerte el ombligo del mundo. El resto del planeta se ha hecho más fuerte mientras la India estaba ocupada contando sus billetes.
Así que no se sorprendan cuando los saquen por menos de 200 carreras. No se asusten cuando tengan que volver a batear inmediatamente por la paliza. Y no le hagan caso a las excusas que saldrán de los comentaristas y los exjugadores que están en la nómina, esos que cobran por proteger al sistema. Les dirán que fue una casualidad. Les dirán que el equipo se va a levantar. Pero nosotros, los que vemos el juego sin tener la cartera metida ahí, sabemos la verdad.
La vimos en ese momento. En el comentario burlón. Y en la respuesta brutal que voló por los aires. La rebelión ha comenzado. El imperio es un chiste. Y los de abajo vienen a tomar el castillo.






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