El Clima Confirma: Tus Planes Valen Cero

El Clima Confirma: Tus Planes Valen Cero

El Clima Confirma: Tus Planes Valen Cero

EL CIRCO SAGRADO DE PROTECCIÓN CIVIL

Y ahí vamos de nuevo. El cielo, con esa creatividad malévola que lo caracteriza, decidió montar un pequeño show de fuegos artificiales justo antes de que empiece el maratón Guadalupe-Reyes. Alerta en Vivo, grita el noticiero, una invitación casi obscena a que te asomes al precipicio desde la comodidad de tu sillón. Una alerta de tornado. No un aviso, no una de esas sugerencias amables. Una alerta con mayúsculas y en negritas. Lo que significa que el monstruo de viento no es una fantasía de un godínez del Servicio Meteorológico; alguien ya lo vio. Es real. Anda por ahí, echándose un zapateado sobre el paisaje con la delicadeza de un microbús en hora pico.

Pero no nos clavemos en la aniquilación total. Para nada. Mejor enfoquémonos en lo importante: puedes verlo en vivo. ¿No es esto la cúspide de la civilización? Hemos logrado aislarnos tanto del poder crudo y aterrador de la naturaleza que la convertimos en un evento de pago por evento. Nos sentamos, con la cara iluminada por el celular, tragando papitas mientras un remolino capaz de convertir tu Tsuru en confeti hace de las suyas a unos kilómetros. Es el Coliseo romano para la generación de la colonia gentrificada. Ansiamos la destrucción, la emoción de la muerte cercana, pero solo si nos llega por fibra óptica y sin lag. Queremos el caos, pero exigimos que sea conveniente. Qué descaro, neta.

El recalentado contra el Apocalipsis

Porque, por supuesto, este berrinche atmosférico tenía que caer en estas fechas. Obvio. El universo tiene un humor más negro que el mole de Oaxaca. Mientras tú estás debatiendo si los romeritos llevan o no llevan camarón, el cielo está preparando su propia receta, y sus ingredientes son presión barométrica, cizalladura del viento y pura mala leche. El pronóstico nos recuerda amablemente que vienen “tormentas nocturnas y temperaturas más frías”, como si un pinche suéter fuera la mayor de tus preocupaciones cuando la casa de tu tía está a punto de salir volando. ¿Te preocupaba el frío para la posada? Qué tierno. De verdad. Mientras tanto, una columna de aire y escombros está audicionando para el papel del dedo de Dios, y tu sagrada reunión familiar está en la lista de posibles víctimas.

Y este es el chiste cósmico que nos negamos a entender. Tratamos estos eventos como si fueran un insulto personal. Una afrenta a nuestros horarios sagrados. “¡Agárrense!”, dice el presentador del clima en Veracruz, hablando del cambio de calor a lluvia. ¿Agárrense? La gente en la costa lleva agarrándose desde siempre, contra huracanes, inundaciones y la certeza de que viven en un lugar que la naturaleza reclama cada tanto. Un bajón de temperatura es apenas el planeta carraspeando antes de soltar el gallo. Recibimos alertas sísmicas, avisos de huracán, y nuestro primer pensamiento es: “Ufa, esto va a poner el tráfico de la fregada”.

Somos una especie que mira un evento de extinción masiva y se preocupa por el Periférico.

Es una arrogancia espectacular, casi poética. Hemos construido nuestro mundo sobre la prepotente idea de que el planeta es una plataforma estable para nuestros pequeños dramas. Y cada vez que se sacude, recordándonos que somos pulgas en el lomo de una bestia muy grande y muy irritable, nos sorprendemos. Nos ofendemos. ¿Cómo se atreve la atmósfera a interferir con las ofertas del Buen Fin? ¿Cómo osa un frente frío arruinar nuestros planes de puente? ¿Qué no sabe quiénes somos? Somos los que tenemos apps del clima. Los que le pusimos nombre a las nubes. Eso debería valer de algo, ¿no? Nuestra capacidad para predecir nuestra propia perdición debería darnos control sobre ella. Pero no. Nunca ha sido así. Toda nuestra tecnología solo nos ha dado un mejor asiento en primera fila para ver nuestra propia impotencia. En 4K. Con comerciales de galletas.

EL DELIRIO DEL RADAR DOPPLER

Hablemos del oráculo moderno, el meteorólogo de la tele. Pobre diablo. Un tipo al que le pagan para traducir los caprichos caóticos de la ionósfera en frases que la gente pueda entender entre segmentos de espectáculos. Ahí está, un profeta con saco, apuntando a manchas rojas y amarillas en una pantalla verde, diciendo que el peligro es inminente. ¿Y cuál es la respuesta? Un encogimiento de hombros colectivo. Unos cuantos entrarán en pánico y comprarán todo el papel de baño y las latas de atún, porque al parecer un tornado se cura con sándwiches. El resto levantará la vista del celular, dirá “Ah, mira, va a llover fuerte”, y seguirá peleando con un bot en Twitter.

Porque las alertas ya son ruido de fondo. Son la música de elevador del fin del mundo. Nos han alertado de tantas cosas —el clima, la economía, el dólar, la inflación— que ya nos vale madre. La alarma siempre está sonando, así que aprendimos a dormir con el ruido. Una alerta de tornado no es diferente. Es una notificación que descartas sin leer. Es un banner publicitario del apocalipsis. Haz clic para ignorar.

Nuestra patética negociación con el viento

Y cuando sí pasa, cuando el techo de lámina sale volando y el tinaco aparece en el patio del vecino, ¿qué sucede? Fingimos sorpresa. Hablamos de la naturaleza “impredecible” de la tormenta, como si no nos acabaran de decir exactamente dónde estaba y qué iba a hacer. Elogiamos la “resiliencia” del mexicano. Sacamos memes. Creamos narrativas de heroísmo y solidaridad para ocultar la aterradora verdad: que somos seres frágiles, temporales, aferrados a una roca que activamente intenta deshacerse de nosotros, y que nomás no agarramos la onda. Reconstruimos nuestras casas en el mismo lugar, con los mismos materiales, como si estuviéramos retando al cielo a que lo intente de nuevo. Y el cielo, al que le sobra tiempo, siempre acepta el reto.

Esto no es pesimismo, güey. Es comedia. La más pura. La desconexión entre cómo nos vemos a nosotros mismos —los meros meros del universo— y la realidad de nuestra situación —plancton con ansiedad— es el mejor chiste jamás contado. Analizamos, predecimos, transmitimos, alertamos, y al final, todos terminamos escondidos en el baño, rezándole a un santo, esperando que no nos toque. Toda nuestra inteligencia, toda nuestra tecnología, y nuestra estrategia final de supervivencia es meternos al cuarto más chico y esperar un milagro. Sería trágico si no diera tanta risa.

Así que, sí, míralo en vivo. Súbele al volumen. Prepara unas palomitas. Maravíllate con el poder de la naturaleza. Pero ni por un segundo finjas que tienes el control. Ni por un segundo creas que tu app del clima o tu mochila de emergencia hacen la más mínima diferencia. No la hacen. Eres un simple espectador en el show más grande del planeta. Un show donde el planeta es la estrella, y tú eres el público desechable y completamente reemplazable. Y lo único más frío que las temperaturas que se avecinan es la helada y liberadora revelación de que ninguno de tus planes importó jamás.

El Clima Confirma: Tus Planes Valen Cero

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