Bailando con las Estrellas es un Fraude Anunciado

Bailando con las Estrellas es un Fraude Anunciado

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La Coronación, No la Competencia

Y bueno, otra temporada de Dancing with the Stars llegó a su supuesto clímax dramático. La brillantina ya se asentó, los bronceados de spray comienzan a desvanecerse y una nueva “estrella” levantó ese trofeo de bola de espejos tan llamativo. Nos dicen que es la culminación de un viaje de sudor, lágrimas y superación personal. Un triunfo del espíritu humano sobre el tango. Qué reverenda sarta de mentiras.

Vamos a dejarnos de rodeos. Esto no es el análisis de una competencia de baile. Es la disección forense de una maquinaria perfectamente aceitada, un motor de relaciones públicas que funciona con el combustible de la emoción manufacturada y los arcos narrativos calculados. La final no es el cierre de una carrera; es una coronación. El ganador se decidió hace semanas, si no es que meses, no por los puntos de los jueces ni por el voto del público, sino por un frío y duro cálculo de potencial comercial, atractivo demográfico y necesidad narrativa.

¿Neta pensabas que esto se trataba de bailar? Qué tierno.

El Mito de la Meritocracia a la Mexicana

Toda la premisa del show descansa sobre una sola y frágil mentira: que ganará el bailarín más hábil o el que más haya mejorado. Esta es la base de la fantasía, la ilusión que permite a millones de personas invertir su tiempo y emoción en el espectáculo. Pero si le rascas un poco, te das cuenta de la verdad. Quita las capas de lentejuelas y cursilería y encontrarás un sistema que premia la historia por encima de todo. La habilidad es apenas un requisito para mantener la fachada de una competencia legítima. El verdadero concurso es el del melodrama.

¿Quién tiene la historia más conmovedora? ¿Es el que viene de abajo y ha superado la adversidad, el que lucha por su familia? ¿La figura pública controversial que busca una limpia de imagen bien gestionada? ¿O el actor de telenovela de los 90 que nos recuerda nuestra juventud mientras demuestra que “todavía tiene con qué”? Estos no son bailarines; son personajes de una obra de teatro meticulosamente guionizada, muy al estilo Televisa. Cada video de “la historia detrás” que te saca la lágrima fácil, cada comentario meloso de un juez sobre “tu increíble viaje”, cada canción elegida a propósito es una migaja de pan que guía a la audiencia hacia una conclusión emocional predeterminada. No te están pidiendo que califiques un baile. Te están diciendo por quién tienes que echarle porras.

El Cálculo del Casting: Un Portafolio de Clichés

La genialidad de esta máquina, ya sea en su versión gringa o en sus clones como *Bailando por un Sueño*, radica en su casting. Nunca es una selección al azar de caras famosas. Es un portafolio de arquetipos narrativos ensamblado estratégicamente, cada uno diseñado para atrapar a un segmento específico del público. Es como armar un equipo de fútbol, pero para el rating.

Siempre tienes a El Deportista. Llega con una base de fans ya establecida y una disciplina de acero. Su narrativa es la de transformar la fuerza bruta en elegancia. Luego está La Influencer del Momento, como una Alix Earle, para jalar al público más chavo y pegado a las redes. Su historia es demostrar que es más que una cara bonita en TikTok. Inevitablemente, aparece El Arrepentido. Esta es la carta maestra del productor. El político cachado en la movida, el actor de un escándalo, la estrella de reality show famosa por ser la villana. Su único propósito es recibir una especie de bautismo público, usar el formato “sano” del baile para limpiar su nombre ante la gente. Su éxito no depende de su salsa, sino de qué tan efectivamente el show puede vender su nueva imagen.

Vemos también a El Heredero, alguien como un Dylan Efron, que carga con el apellido famoso. Su viaje es sobre salir de la sombra de su familia. Y por supuesto, La Nostalgia Andante, la Elaine Hendrix de la vida, una cara querida de una vieja película o novela que le da un apapacho al corazón a los que crecieron en esa época. Cada uno de estos puestos se llena con una intención clara. No están compitiendo en la pista de baile; sus *historias* están compitiendo por la atención del público y la inversión emocional. ¿Quién le dará a los productores el mejor drama para vender?

Desmontando al Jurado

¿Y qué onda con los jueces? ¿Los supuestos expertos imparciales? ¿O son simples actores cumpliendo su papel? Sus calificaciones a menudo parecen totalmente inconsistentes, cambiando no en función del mérito técnico, sino de las necesidades narrativas del capítulo. Un participante que es parte de una historia de superación conmovedora podría recibir un “10” y elogios exagerados por un baile mediocre, mientras que un bailarín técnicamente superior pero con una historia aburrida es criticado hasta por cómo respira.

Sus críticas son herramientas. Un “¡excelente trabajo!” estratégico puede señalar a un favorito. Una crítica dura puede crear el drama necesario para una “remontada” la semana siguiente. Los jueces no están ahí para calificar un baile. Están ahí para guiar la percepción de la audiencia, para reforzar las historias que se cocinaron en la sala de edición. El sistema de votación, esa mezcla opaca de opinión pública y puntos de los jueces, es la coartada perfecta. Permite a los productores lograr el resultado que quieren mientras mantienen la importantísima ilusión de que el público participa. La gente no elige realmente al ganador. Simplemente ratifica la elección que el programa le ha estado vendiendo toda la temporada.

Piénsalo. ¿Por qué otra razón mostrarían un video desgarrador sobre los problemas personales de un concursante justo antes de que abran las líneas telefónicas? ¿Es coincidencia? ¿O es una manipulación cínica y calculada de la empatía humana para influir en el resultado? No es un secreto; es la fórmula del éxito.

El Trofeo: ¿Un Premio de Consolación para la Era Digital?

Y así llegamos al premio en sí: el trofeo de la bola de espejos. Se presenta como la cima del éxito, un testimonio brillante del trabajo duro. Pero, ¿qué es en realidad? En el panorama del espectáculo mexicano o gringo, ¿qué logra realmente ganar un programa como este? Te da un momento fugaz de relevancia. Una subida temporal en popularidad. Quizás te inviten a conducir una sección en *Hoy* o *Venga la Alegría*. Es, en esencia, la medalla de participación más cara del mundo, una simple llamarada de petate.

El verdadero ganador siempre ha sido, y siempre será, la televisora. El programa es una fábrica de contenido confiable que rehabilita carreras, lanza nuevas caras y mantiene a las viejas glorias en la mente del público. Para la celebridad, es una chamba más. Intercambian unos meses de dignidad por un empujoncito a su carrera. Para la televisora, es una fórmula que genera lana.

A medida que el formato se muda a plataformas de streaming como ViX+, esta fórmula solo se volverá más precisa. Con acceso a nuestros datos, los productores pueden entender con una precisión escalofriante qué tipo de historias nos gustan, qué botones emocionales tocar y qué arcos de personajes generarán más “engagement”. La máquina se está volviendo más inteligente. El circo continuará, más pulido y más manipulador que nunca. Así que la próxima vez que veas la final, no te preguntes quién es el mejor bailarín. Pregúntate qué historia te están vendiendo. Pregúntate quién se beneficia de que te creas este cuento de hadas brillante pero vacío. La respuesta nunca es la persona que levanta el trofeo.

Bailando con las Estrellas es un Fraude Anunciado

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