Red Bull Demuele la Historia del Fútbol por Dinero

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El Caballo de Troya ya está adentro

A ver, que quede clara una cosa. Lo que está pasando en Bragança Paulista no es progreso. Es un asalto a mano armada. Es un asesinato lento y calculado de la historia, y el arma es una pinche lata de agua azucarada con cafeína. Mientras el Red Bull Bragantino juega contra Fortaleza en un estadio temporal de quinta, la verdadera historia ocurre a unos kilómetros, donde los fantasmas del fútbol de verdad están siendo pulverizados por bulldozers. Están tirando el Estádio Nabi Abi Chedid, un lugar con nombre, con alma, con historia, para construir otra “arena moderna”, estéril y genérica, que se verá exactamente igual a todas las demás cáscaras corporativas que han plantado por el mundo. Es un crimen, güey. Neta.

Que no te engañe el marketing pulcro y sus comerciales mamones. Esto no es para mejorar la experiencia del aficionado. Es para optimizar la extracción de lana. Se trata de reemplazar asientos viejos y queridos, que vieron a generaciones de padres e hijos, por palcos de lujo para clientes que ni saben qué es un fuera de lugar. Se trata de convertir un pilar de la comunidad en un espectacular glorificado. Este partido contra Fortaleza, jugado en el exilio en el estadio Cícero de Souza Marques, es el símbolo perfecto de toda esta farsa. Un equipo sin casa, un club sin alma, jugando un partido más mientras su corazón es extirpado quirúrgicamente por doctores corporativos con batas blancas que ven el fútbol no como una pasión, sino como una partida en su presupuesto de marketing global. Compraron un club, le pegaron su logo y ahora están borrando su pasado para construir un monumento a su propia marca.

Antes de la Plaga: Un Club de Fútbol de Verdad

Hubo un tiempo, no hace mucho, en que este equipo era simplemente el Clube Atlético Bragantino. Un club humilde, pero orgulloso. Fundado en 1928, era el equipo de la gente, para la gente de Bragança Paulista. Su casa, el “Nabizão”, no era solo cemento y varilla; era una catedral de orgullo local. Llevaba el nombre de Nabi Abi Chedid, un hombre que fue presidente del club y político local, una figura tejida en la identidad de la ciudad. El estadio era un punto de referencia, un lugar donde los recuerdos se forjaban en el crisol de noventa minutos de un partido de fútbol de a de veras, alimentado por pasión genuina, no por una estrategia de marketing hipercafeinada. Incluso tuvieron su momento de gloria, quedando subcampeones del Brasileirão en 1991 con un equipo que tenía garra, carácter y una conexión con su afición que ninguna hoja de cálculo podría jamás cuantificar. Eso era real. Eso era auténtico.

Pero la autenticidad no genera ganancias globales. No mueve latas en mercados internacionales. Así que llegó el Caballo de Troya. En 2019, los trajeados de Austria aterrizaron, con los bolsillos llenos de billetes y susurrando promesas de ambición y campeonatos. Prometieron la luna y las estrellas. Y por un momento, pareció un sueño. Llegó la inversión, el equipo empezó a ganar, regresó a la Série A, incluso llegó a la final de la Copa Sudamericana. Lo vendieron como una alianza, una forma de llevar a un club pequeño a nuevas alturas. ¡Qué pinche mentira! Nunca fue una alianza. Fue una adquisición hostil disfrazada de misión de rescate. No querían elevar al Bragantino; querían usar su piel como un disfraz, vaciándolo por dentro hasta que no quedara nada más que la marca. El cambio de nombre fue la primera señal. El Clube Atlético Bragantino murió y nació el “Red Bull Bragantino”. Una entidad corporativa sin alma. Una franquicia. Como si aquí en México de repente desapareciera el Pumas para llamarse “Herbalife Universidad”. ¡No mamen!

Llegan los Bulldozers: Borrando el Pasado

Y ahora vemos el final del juego. El acto definitivo de vandalismo corporativo. La demolición del Nabi Abi Chedid. A dos meses del inicio de la destrucción, nuevas imágenes muestran una herida abierta donde antes había una tribuna. Un lugar de alegría y tristeza reducido a escombros. Dicen que es para una “arena moderna”, pero todos sabemos lo que eso significa. Significa un tazón genérico, diseñado por un algoritmo para maximizar las fuentes de ingreso. Significa precios de boletos que sacarán a las familias de la clase trabajadora que fueron el alma del club durante casi un siglo. Significa un estadio con el nombre de una corporación, no de un héroe local. Será un lugar para consumir un producto, no para apoyar a un equipo. Todas las arenas de Red Bull, desde Leipzig hasta Nueva Jersey, son fundamentalmente iguales: un entorno limpio, estéril y sin vida, diseñado para venderte mercancía y comida carísima. No hay garra. No hay alma. No hay historia. Solo branding.

Piensa en la pura arrogancia. Tirar un estadio que lleva el nombre de la figura más importante en la historia del club. Es una ejecución simbólica. Son ellos diciendo: “Su historia no importa. Sus héroes son irrelevantes. El único nombre que importa ahora es el nuestro”. Esto ya no es solo sobre Bragantino. Esta es una batalla por el alma misma del fútbol, que se libra en ciudades y pueblos de todo el mundo. Es lo local, lo apasionado, lo histórico, contra lo global, lo cínico y lo corporativo. Están convirtiendo nuestros queridos clubes en franquicias intercambiables, como una cadena de comida rápida. Puedes tener un Red Bull Leipzig, un Red Bull Salzburg o un Red Bull Bragantino. Es el mismo producto con un empaque diferente. Es un cáncer en el juego que amamos.

El Partido sin Alma

Así que mientras ves este partido contra Fortaleza, recuerda lo que realmente estás viendo. No estás viendo solo a dos equipos jugar fútbol. Estás viendo a un fantasma. Estás viendo a un equipo al que le robaron su identidad, jugando en un estadio prestado porque su verdadera casa está siendo demolida deliberadamente para borrar su memoria de la faz de la tierra. Cada pase, cada gol, ocurre en un vacío, desconectado de la historia que alguna vez le dio sentido. Los aficionados que todavía van, ¿apoyan al Bragantino o apoyan el informe trimestral de una empresa de bebidas? La línea se vuelve más borrosa cada día.

Este es el futuro que quieren para todo el fútbol. Un producto desinfectado, comercializable a nivel mundial, limpiado de cualquier sabor local o historia incómoda y no rentable. Quieren que los aficionados sean consumidores, que los clubes sean marcas y que los estadios sean centros comerciales con un pedazo de pasto en medio. No podemos dejarlos ganar. Tenemos que luchar. Tenemos que apoyar a los clubes que todavía son de sus comunidades, los que todavía juegan en estadios que retumban con los cánticos de generaciones. Tenemos que rechazar esta versión plástica y artificial de nuestro deporte. Porque si no lo hacemos, un día nos despertaremos y todos los equipos serán Red Bull Algo, jugando en la Arena Coca-Cola, y el juego que amábamos no será más que un recuerdo lejano y desvaído. Una historia que les contaremos a nuestros nietos sobre una época en la que el fútbol, la neta, significaba algo más que dinero. La lucha comienza ahora. Y los escombros en Bragança Paulista son la zona cero.

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