Miss Internacional: La Guerra Fría de la Belleza

Miss Internacional: La Guerra Fría de la Belleza

Miss Internacional: La Guerra Fría de la Belleza

El Espejismo de la Competencia

Otra vez el circo de los concursos de belleza. ¿Neta a alguien fuera de la burbuja de fans obsesionados le debería importar?

Esa es la pregunta equivocada, de raíz. La pregunta correcta es: ¿por qué estos espectáculos persisten con tanto pinche furor en ciertas partes del mundo, mientras que en otras se les ve como una cosa arcaica y superficial? La respuesta es su función. Descartar el Miss Internacional como un simple desfile de modas es no entender nada del juego. Es como ver un desfile militar y solo fijarse en si los uniformes están bien planchados. Estás observando un sistema complejo de branding nacional, una proyección de poder blando y un complejo industrial millonario que se alimenta de la inseguridad y el orgullo patrio. Es una máquina. Y vaya que es eficiente.

El chismecito de que Myrna Esguerra, la candidata filipina, está en un ‘Top 5’ de un blog de fans llamado Missosology es el ejemplo perfecto de cómo opera este sistema. ¿Es noticia? Para nada. ¿Es una pieza de información desplegada estratégicamente para echarle gasolina al fuego de una base de fans nacional que vive para esto, generando clics, engagement y ventas, mientras se solidifica la marca de Filipinas como una ‘potencia de reinas’? Absolutamente. Esas listas no son predicciones; son provocaciones. Son datos curados con pinzas para manipular el mercado de la opinión pública mucho antes de que la primera concursante pise el escenario en Tokio. Es una operación psicológica, disfrazada de hobby.

El Verdadero Juego: Poder Blando y Marca País

Pero, ¿a poco no es solo una cara bonita y una respuesta ensayada sobre la paz mundial? ¿Cuál es el juego de fondo aquí?

El juego real nunca ha sido sobre la mujer en el escenario. Ese es el trágico y fundamental malentendido. La concursante es un vehículo, un avatar de las aspiraciones de su nación en el escenario mundial. Piénsalo en el contexto de la Guerra Fría. Los concursos de Miss Universo y Miss Mundo eran campos de batalla, nada sutiles, entre el Este y el Oeste, mostrando la supuesta salud, belleza y vitalidad del estilo de vida capitalista frente a la conformidad gris del bloque soviético. Una ganadora de una nación alineada con Occidente era una victoria de propaganda. La cosa no ha cambiado, solo los jugadores son diferentes. Hoy, la batalla es económica y cultural. Cuando un país como Filipinas, Vietnam o Venezuela se posiciona constantemente en los primeros lugares o gana, ¿qué mensaje envía? Proyecta una imagen de modernidad, de competitividad global, de haber producido un ‘producto’ de clase mundial. Es una campaña de marketing que el dinero difícilmente puede comprar. Por una fracción del costo de una campaña publicitaria global, un país pone su nombre, su bandera y su gente en la televisión de millones, asociándolos con la victoria, el porte y la belleza. Es el anuncio turístico más barato y efectivo que te puedas imaginar. México lo sabe bien; cada vez que una mexicana como Ximena Navarrete o Andrea Meza se corona, el orgullo nacional explota y el nombre de México resuena.

¿Y qué saca Japón, la sede perpetua de Miss Internacional, de todo esto? Durante décadas, han cultivado esta marca específica de concurso, una centrada en la ‘Paz y la Belleza’, en el intercambio cultural, en un ideal más recatado e intelectual en comparación con el comercialismo descarado de sus contrapartes gringas. Este es un acto deliberado de ‘nation branding’. Refuerza la imagen de posguerra de Japón como una sociedad pacífica, culta y ordenada. No solo están organizando un concurso; están exportando una identidad nacional cuidadosamente construida. Cada delegada que regresa a su país hablando de la hospitalidad y eficiencia japonesa es una embajadora de marca que no cobra un centavo. Es una inversión estratégica magistral y a largo plazo en su imagen global.

El Negocio Redondo de las Reinas de Belleza

Mencionaste un ‘complejo industrial’. ¿Qué estamos ‘apoyando’ exactamente cuando ex reinas nos piden que lo hagamos?

Cuando te piden que ‘apoyes’ un concurso, te están pidiendo que alimentes un ecosistema económico masivo e intrincado. Esto no es caridad. Es un negocio que no es cualquier enchilada. Analicemos a los que tienen vela en este entierro. Primero, la organización internacional, que se forra con los derechos de franquicia vendidos a los directores nacionales. Estos directores nacionales, a su vez, tienen que conseguir patrocinios gigantescos de empresas en sus países: aerolíneas, marcas de cosméticos, cadenas hoteleras, televisoras, todos buscando pegar su marca al patriotismo y al éxito. Luego tienes toda la economía que se deriva de ahí. Los ‘campos de entrenamiento’ que cobran un dineral a las aspirantes por enseñarles desde cómo caminar hasta cómo responder preguntas políticamente neutras con falsa profundidad. Tienes a los diseñadores, los maquillistas, los medios como el ya mencionado Missosology que viven exclusivamente para cubrir este nicho, ganando dinero del tráfico web. Es un ciclo que se perpetúa a sí mismo. Los fans ponen la pasión, las empresas el dinero, los medios el ruido y las mujeres jóvenes la materia prima. ‘Apoyar’ esto es darle el visto bueno a toda esa estructura.

La idea de que ‘vale la pena apoyarlo’ es una justificación moral para una empresa comercial. Se vende como empoderamiento femenino, pero lo que realmente empodera es a la red de negocios que rodea la corona. ¿Es una plataforma viable? Para unas cuantas, sí. Una ganadora puede asegurarse un futuro de contratos y fama. Pero para las miles que compiten a nivel local y nacional, a menudo es una inversión financiera y emocional brutal con poco o ningún retorno. Solo vemos a la que gana, no la enorme pirámide de perdedoras sobre la que se construye su trono.

¿El Futuro de un Espectáculo en Decadencia?

En esta era de influencers, de mujeres directoras de empresas y un rechazo general a juzgar a las mujeres por su físico, ¿pueden sobrevivir estas instituciones?

La supervivencia depende de la adaptación y del mercado. En Norteamérica y Europa Occidental, el gran concurso televisado es en gran medida una reliquia, una nota al pie de página cultural que se encuentra con apatía o burla. El mercado ya cambió. ¿Para qué ver una presentación curada y sanitizada de la feminidad en la tele cuando puedes seguir a miles de mujeres diversas, auténticas e influyentes en Instagram o TikTok? Los viejos guardianes del poder perdieron su chamba. El modelo es obsoleto.

Pero en otras partes del mundo, especialmente en el Sudeste Asiático y América Latina, el cuento es otro. En estos mercados, el concurso sigue siendo un monstruo cultural, una fuente de inmenso orgullo nacional y una de las pocas vías para que una mujer alcance niveles estratosféricos de fama e influencia casi de la noche a la mañana. La institución no está muriendo; su centro de gravedad simplemente se está desplazando. El futuro de Miss Internacional no está en intentar reconquistar a Occidente. Esa es una batalla perdida. El futuro es aferrarse con uñas y dientes a los mercados donde todavía se le trata con la reverencia de un evento deportivo mayor, como un Mundial. Se volverán más regionales, más enfocados y quizá aún más intensos a medida que las apuestas nacionalistas crezcan en estas economías emergentes.

La pregunta final no es si sobrevivirán, sino qué forma tomarán. ¿Seguirán con la farsa de que se trata de la ‘belleza interior’ y de ‘causas sociales’, o finalmente se quitarán la máscara y aceptarán su verdadera naturaleza como una competencia despiadada y de alto riesgo en marketing nacional? Un analista estratégico apostaría por lo segundo. La honestidad, al final, es siempre la estrategia más efectiva. El día que un concurso se anuncie abiertamente como la ‘Copa del Mundo de la Belleza y el Branding Nacional’, podría encontrar una nueva audiencia, más honesta y tal vez incluso más grande. Pero por ahora, el juego continúa detrás del velo de la paz y la buena voluntad. Y sigue siendo fascinante ver cómo funciona la maquinaria.

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