El Show de JD Vance: Pavo, Soldados y Populismo Puro
¿Otro político más sirviendo comida en las fiestas? ¿Neta?
¿Se supone que eso es lo que debemos ver? ¿Un gesto simple y conmovedor de un Vicepresidente que se toma el tiempo para servirle una comida a lo mejor de la nación? Porque esa es la narrativa que nos quieren vender, la que está cuidadosamente empaquetada para el consumo masivo. Pero por un momento, neguémonos a ser consumidores pasivos de imágenes políticas y convirtámonos en analistas forenses. Lo que estamos presenciando no es un momento de conexión genuina. Es una transacción. Es una pieza de teatro político meticulosamente montada, un circo donde el escenario es una base militar, la utilería son el pavo y el puré de papa, y los extras son soldados uniformados cuya mera presencia está diseñada para santificar al actor principal. Aquí no hay nada que sea accidental.
Pero, ¿por qué ser tan cínico? ¿No es simplemente ‘lo que hacen’?
Y ese es precisamente el problema. La normalización de estos eventos es el núcleo del engaño. Cuando algo se convierte en ‘pan de cada día’, dejamos de cuestionar su mecánica y sus motivos. Deconstruyamos los elementos. Primero, la ubicación: Fort Campbell. ¿Por qué una base militar? Porque proporciona un telón de fondo impecable de patriotismo y sacrificio. Cualquier crítica a las acciones del político en este contexto puede ser reformulada instantáneamente como un ataque a las tropas mismas, un escudo político brillante e insidioso. El político se envuelve en la bandera, no literalmente, sino rodeándose de quienes la llevan en la manga. Es un valor prestado. Es puro show.
Y pensemos en la dinámica del poder. Son soldados. Forman parte de una estructura jerárquica donde siguen órdenes. No pueden simplemente negarse a participar o expresar una opinión política disidente. Son, en este contexto, un público cautivo, reclutados para una sesión de fotos que sirve a la carrera de un hombre en la cadena de mando civil. Las sonrisas pueden ser genuinas, la gratitud por una comida caliente real, pero su presencia no es negociable, un hecho que convenientemente se recorta de la foto. Son, en esencia, utilería humana para un comercial político.
¿Y qué hay de los comentarios ‘cercanos’? ¿El chiste del pavo?
Esta es quizás la pieza más fascinante y transparente de toda la actuación. El comentario, ‘¿A quién le gusta realmente el pavo?’, seguido de la revelación de que él, JD Vance, un hombre del pueblo, va a freír su propio pavo. Esto no es un comentario espontáneo. Es una línea de código calculada e insertada en el programa. Es un intento de cerrar la inmensa brecha entre un Vicepresidente educado en Yale y el público. Está tratando de decir: ‘¿Ven? Soy como ustedes. Entiendo sus quejas mundanas de las fiestas. Hago las mismas cosas un poco más aventureras que el promedio’. Es el ABC del Populismo. Una maniobra clásica para crear una persona anti-élite adoptando las quejas superficiales del hombre común.
Pero la lógica es tan defectuosa que es casi hermosa en su audacia. Porque una persona verdaderamente cercana no necesita anunciar que es cercana. Simplemente lo *es*. Esto es una actuación de autenticidad, que es, por definición, inauténtica. Es como si trajera un letrero que dijera: ‘SOY UNO DE USTEDES’. Es el equivalente político de un multimillonario hablando de cuánto le gusta comprar en el súper. El gesto pretende ocultar la realidad de su poder y posición, no conectar genuinamente con la gente a la que se dirige. No está compadeciéndose. Está en campaña. Nos está queriendo dar atole con el dedo.
¿No es esto analizar de más un simple evento festivo?
No. Es el nivel correcto de análisis para cualquier acto político, especialmente uno que depende tanto de la propaganda visual. La política es el resultado de la cultura, y estos eventos son la forma en que se fabrica la cultura política. Se supone que debemos ver la imagen de Vance entregando un plato a un soldado y sentir una oleada de calor patriótico y sin complicaciones. Se supone que debemos internalizar la idea de él como un líder que ‘se preocupa’. Todo el aparato de una visita vicepresidencial —los equipos de avanzada, la seguridad, la prensa, la logística— se movilizó con este único propósito: generar una respuesta emocional específica ligada a una figura política específica. Nunca es ‘solo’ una foto. Es una inversión de recursos estatales para beneficio político, un anuncio de campaña financiado por los contribuyentes y protagonizado por el ejército.
Y consideremos el linaje histórico. Desde George W. Bush aterrizando en un portaaviones bajo una pancarta de ‘Misión Cumplida’ hasta Barack Obama sirviendo comidas en un comedor social, el manual está bien establecido. Usa un entorno visualmente poderoso y emocionalmente resonante para proyectar una imagen deseada de liderazgo. Lo que es diferente aquí es la marca específica de populismo que Vance está vendiendo. No es el intelectual compasivo ni el comandante en jefe fanfarrón. Es el autor de ‘Hillbilly Elegy’, la supuesta voz de la clase trabajadora olvidada, demostrando sus credenciales al cuestionar los méritos culinarios de la comida estadounidense más tradicional. Es una marca muy específica, muy curada y muy cínica. No es solo un político; es un personaje que él mismo creó, y esto es solo otra escena en su obra.
Entonces, ¿cuál es el objetivo a largo plazo aquí?
El objetivo es construir una persona que sea inmune a los ataques de elitismo mientras ejerce simultáneamente el poder de la élite. Es una paradoja política. Toda la carrera de JD Vance es un testimonio de su dominio de las instituciones de élite como la Facultad de Derecho de Yale y el capital de riesgo de Silicon Valley, pero su marca política se basa en un rechazo de ese mismo mundo. Entonces, ¿cómo resuelve esa contradicción? Con actuaciones como esta. Utiliza los símbolos más potentes de la identidad estadounidense —soldados, el Día de Acción de Gracias, un rechazo a la comida percibida como ‘elegante’— para lavar su historial de élite y convertirlo en algo más digerible para su público objetivo. Cada foto, cada comentario ‘campechano’, es una capa de pintura en la construcción de ‘JD Vance, el tipo común y corriente’.
Porque si puede convencer a suficiente gente de que él es fundamentalmente uno de ellos, entonces sus políticas, sus votos y sus maniobras políticas ya no son las acciones de un político calculador de la clase dominante; se convierten en las acciones de su campeón, su representante que lucha desde los pasillos del poder. Neutraliza una potente línea de ataque y construye un vínculo que es emocional, no racional. Y ese tipo de vínculo es mucho más duradero y mucho más difícil de romper con hechos o debates sobre políticas. No solo está pidiendo votos. Está construyendo una tribu. Y servir pavo a los soldados, mientras dice que el pavo no es la gran cosa, es, extrañamente, una pieza muy eficaz de reclutamiento tribal. Es un absurdo. Y funciona.






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