Desfile Macy’s: La Explotación Musical del Sueño Americano

Desfile Macy's: La Explotación Musical del Sueño Americano

Desfile Macy’s: La Explotación Musical del Sueño Americano

El Máximo Honor: Congelarse por el Capitalismo

Hagamos una pausa para ponernos de pie y aplaudir. No, no a los doctores ni a los bomberos, sino a los verdaderos héroes de nuestra era: las bandas de marcha universitarias. Específicamente, aquellas que alcanzan el cénit absoluto del esfuerzo humano, la cúspide del arte musical. Logran marchar en el Desfile de Acción de Gracias de Macy’s. ¡Qué gloria! Los noticieros locales casi explotan de orgullo. ‘¡Egresados de Manheim Township participarán!’ ‘¡La Universidad del Norte de Arizona hace historia!’. ¿Escucharon? ¡Historia! No están simplemente tocando una marcha de Sousa a temperaturas bajo cero; están grabando sus nombres en la piedra angular de la civilización misma. O algo así.

Pero, ¿qué implica realmente esta ‘historia’? ¿Es una carga heroica? ¿Un sacrificio noble? Pues no exactamente. Es un proceso de solicitud que dura años, una campaña de recaudación de fondos tan brutal que podría financiar la infraestructura de un país pequeño y miles de horas de práctica repetitiva, todo para culminar en unos 90 segundos de tiempo aire frente a Herald Square, siempre y cuando la cadena no decida cortar a un primer plano del presentador o a un comercial de pavos particularmente conmovedor. Es el sueño americano, destilado en su forma más pura y absurda: un trabajo inmenso y agotador por un momento fugaz de reconocimiento que, al final, no le importa a nadie fuera de su código postal.

La Cronología del Esfuerzo Inútil

¿Qué tal si seguimos este viaje hasta su lógica y sombría conclusión? Todo comienza años antes, en un salón de música sofocante, donde un director con la mirada perdida susurra las palabras sagradas: ‘Macy’s’. Una fiebre se apodera de los estudiantes. No ven las levantadas a las 4 de la mañana ni los dedos entumecidos, sino la brillante visión de millones de personas viéndolos… en una pantalla, mientras se pelean por el último pedazo de pan en la cena. El video de la aplicación se produce con la seriedad de un documental sobre el alunizaje. Se envía a un oscuro consejo de señores del desfile en Nueva York que, uno supone, se sientan en un cuarto oscuro acariciando un Snoopy inflable gigante mientras deciden el destino de cientos de jóvenes almas esperanzadas.

Y entonces llega la llamada. ¡Han sido elegidos! Los ‘Lumberjacks’ de Arizona, la ‘Diamond Band’ de Temple… se ganaron la lotería. Corchos de champán vuelan. Las camionetas de noticias locales invaden el campus. Un político local emite un comunicado de prensa. Cualquiera pensaría que descubrieron la cura para el cáncer. Pero, ¿qué ganaron en realidad? Ganaron el derecho a pasar los siguientes 18 meses pidiendo limosna. Kermeses, lavado de autos, cartas suplicantes a exalumnos. Cada momento libre ahora se dedica a financiar un viaje que cuesta cientos de miles de dólares para que puedan ofrecer entretenimiento gratuito a una corporación multimillonaria y sus socios televisivos. ¿A poco no es un privilegio?

La Chamba es el Chiste

Y la práctica. Ay, la práctica. Bajo el sol abrasador del verano y las heladas mañanas de otoño, ellos marchan. Perfeccionan el paso de ‘ocho a cinco’. Aprenden a girar en una esquina con la precisión de un reloj suizo, una habilidad que será absolutamente indispensable en sus futuras carreras como contadores o gerentes de marketing. Hacen esto una, y otra, y otra vez. La alegría original de la música es lenta y metódicamente erradicada y reemplazada por una determinación sombría y militarista. Ya no son artistas. Son engranajes en la gran máquina del desfile, componentes humanos en un anuncio andante para las rebajas de una tienda departamental. Todo por esos 90 segundos.

Piensen en la pura y hermosa absurdidad de la logística. Cientos de adolescentes y sus delicados y caros instrumentos deben ser transportados por todo el país. Los meten en camiones durante días, subsistiendo a base de Gatorade tibio y sueños aplastados. Llegan a la ciudad más cara de Estados Unidos, hacinados en hoteles carísimos, solo para ser despertados antes de que el sol siquiera haya considerado salir el Día de Acción de Gracias. Pasan horas de pie en un área de espera, mientras el cortante viento de noviembre se burla de sus delgados uniformes de lentejuelas. ¿Esto es divertido? ¿Alguien realmente disfruta esto, o es un delirio colectivo alimentado por la promesa de cinco segundos de fama? Qué oso.

El Clímax Glorioso y Olvidable

Finalmente, llega el momento. La banda arranca. Marchan por un cañón de rascacielos, pasando frente a multitudes que, en su mayoría, solo están esperando ver el carro alegórico de Santa Claus. El sonido de sus instrumentos es devorado por la ciudad, un gesto noble pero finalmente inútil contra la cacofonía de sirenas y vendedores ambulantes. Llegan a la legendaria estrella verde de Herald Square. Las cámaras se giran hacia ellos. Durante un minuto y treinta segundos, son el centro de un universo televisado muy pequeño. Ejecutan su rutina perfectamente ensayada, un torbellino de movimiento y sonido que podrían hacer dormidos. Tocan la nota final. El sonido resuena por un segundo. Y entonces… se acabó. La cámara se va a otra cosa. El siguiente acto está listo. Los arrean fuera de la calle, su gran propósito cumplido. Su ‘historia’ ha sido escrita. Duró lo mismo que un comercial de microondas.

¿Y luego qué? Empacan sus tubas y sus esperanzas rotas, se suben de nuevo al autobús y regresan al tranquilo anonimato de su campus universitario. Tienen una montaña de tareas que hacer y el persistente olor a baño de central de autobuses en la nariz. El noticiero local sacará una última nota, ‘¡Banda Local Impresiona a la Nación!’, antes de pasar a un segmento sobre la mejor manera de preparar el recalentado. En una semana, nadie se acordará. El desfile, la gran máquina, ya los ha olvidado, ya está buscando la carnada fresca del próximo año. Pero oigan, tienen una buena anécdota que contar. Y quizás un principio de neumonía. Vaya ganga.

Desfile Macy's: La Explotación Musical del Sueño Americano

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