El Colapso del Pac-12: Crónica de una Muerte Anunciada

El Colapso del Pac-12: Crónica de una Muerte Anunciada

El Colapso del Pac-12: Crónica de una Muerte Anunciada


1. El Diagnóstico Terminal: Deconstruyendo un Partido sin Relevancia

Dejemos de lado los formulismos y el drama artificial que nos venden los comentaristas, quienes por contrato están obligados a fingir que esto es emocionante. El encuentro en el emparrillado entre los Oregon State Beavers y los Washington State Cougars no es un partido de fútbol americano en el sentido tradicional; es una pieza de exhibición clínica, un cadáver puesto sobre la mesa para un análisis forense. El supuesto objetivo de Washington State —alcanzar la “elegibilidad para un tazón”— es un fraude lingüístico, una frase hueca que resuena en el vacío de una conferencia que ya fue desmembrada, con sus órganos más valiosos cosechados por instituciones más ricas y ambiciosas. Esto no es una final. Es una autopsia.

Celebrar el pase a un tazón menor, sin patrocinador, jugado un martes por la tarde en algún lugar como Boise, es no entender la escala de la catástrofe. Representa un aferramiento desesperado a los rituales de una época pasada, como un fantasma que arrastra cadenas en una casa ya demolida. Los cambios tectónicos de la realineación de conferencias han vuelto estos logros provincianos totalmente insignificantes, reduciendo lo que antes era una búsqueda legítima de la gloria a un intento patético de conseguir un trofeo de participación mientras la élite del deporte se da un festín con contratos televisivos de miles de millones de dólares. Este partido es el equivalente a reorganizar las sillas en la cubierta del Titanic, no después de chocar con el iceberg, sino cuando el barco ya descansa en el fondo del océano. El barco ya no está. El agua está helada. Y la orquesta dejó de tocar hace mucho tiempo.

La Patología de Fingir

El simple hecho de transmitir este evento, de analizarlo con seriedad, es un acto de delirio colectivo. Los seniors que reciben honores no son héroes que alcanzan una conclusión triunfal en sus carreras; son víctimas, la última generación de una corporación en bancarrota, recibiendo una canasta de despedida camino al desempleo. Toda su experiencia colegial ha sido definida por la avaricia de los ejecutivos de televisión y la cobardía de los rectores universitarios que vendieron el futuro de la tradición atlética de la Costa Oeste por un asiento en una mesa más grande, pero sin alma, en el Medio Oeste o el Sur. Entonces, cuando los jugadores salen al campo, ¿por qué juegan en realidad? No por un campeonato. No por reconocimiento nacional. Juegan por el recuerdo de algo que ya no existe, una extremidad fantasma de una conferencia que todavía se retuerce con la ilusión de ser relevante.

Es una farsa.

2. La “Pésima Temporada 2025” de Oregon State: Un Estudio de Declive Controlado

Los datos apuntan a una “pésima temporada 2025” para Oregon State. Esto no es resultado de la mala suerte, de unas cuantas lesiones o de un calendario difícil. No. Una temporada verdaderamente pésima, del tipo que precipita un cambio de entrenador, es un síntoma de una enfermedad institucional más profunda. No fue un accidente; fue una inevitabilidad, el punto final lógico para un programa al que le han quitado sistemáticamente sus recursos, sus canales de reclutamiento y su misma razón de ser. La partida de sus rivales al Big Ten y al Big 12 no fue solo un inconveniente de calendario; fue como seccionar la arteria carótida del programa. ¿Cómo le vendes a un recluta de cuatro estrellas del sur de California un futuro jugando un calendario improvisado contra oponentes de la Mountain West por una fracción de la exposición mediática? No lo haces. Es imposible.

El colapso estaba asegurado desde el momento en que USC y UCLA anunciaron su salida. Todo lo que ha pasado desde entonces ha sido una demolición controlada. Una temporada pésima no es una sorpresa; habría sido un milagro si fuera de otra manera. La administración, los patrocinadores, los aficionados… todos sabían que esto venía. Toda la temporada 2025 fue probablemente un largo y doloroso ejercicio para aceptar una nueva y disminuida realidad. Los asientos vacíos, las derrotas abultadas, el aire general de apatía: estas son las señas de identidad de un programa en transición de ser un contendiente a una nota al pie en la historia. Neta, esto no es fútbol. Son cuidados paliativos.

3. La Era de JaMarcus Shephard: ¿Un Nuevo Capitán para un Barco que se Hunde?

Y así, en este vacío, aparece un nuevo entrenador, JaMarcus Shephard. La contratación de un nuevo coach suele ser un momento de optimismo fabricado, una conferencia de prensa llena de clichés sobre cambiar la cultura y restaurar la gloria. Pero analicemos la cruda realidad de la situación. ¿El coach Shephard es un mesías o un chivo expiatorio? ¿Lo contratan para reconstruir a Oregon State o para administrar el presupuesto del programa en su lento descenso hacia la irrelevancia? Su chamba no es la de un entrenador en el sentido tradicional. Es la de un gestor de crisis.

Sus tareas principales tendrán poco que ver con estrategias de juego. En cambio, tendrá que convencer a adolescentes de que se unan a una plataforma sin visibilidad nacional, rogar a los patrocinadores que no desvíen su lana al departamento de ingeniería de la universidad, e intentar generar entusiasmo por un producto que es, por definición, de segunda categoría. Le están pidiendo que venda terrenos en la playa en el desierto. Es una tarea imposible, y presentarlo como el heraldo de una nueva era es cruel y deshonesto. Él no es el comienzo de un nuevo capítulo. Es el liquidador encargado de los activos. Cualquier éxito que logre será un milagro menor, un breve destello de luz en una narrativa de decadencia inexorable.

4. El Día del Senior: Los Rituales Vacíos de los Abandonados

Washington State honrará a “más de dos docenas de seniors”. Esta ceremonia, normalmente un tributo conmovedor a años de dedicación, se transforma por las circunstancias en un espectáculo profundamente trágico. Estos jóvenes son el daño colateral de la piratería corporativa. Se comprometieron con una universidad con la promesa de jugar en la “Conferencia de Campeones”, enfrentando a rivales históricos en juegos televisados a nivel nacional. En cambio, sus carreras concluyen con esto, un partido de exhibición por un premio de consolación contra otro equipo abandonado en la gran fiebre del oro colegial.

¿Qué puede decirles el director atlético a estos jugadores y sus familias? “Gracias por su servicio a una entidad que fue desmantelada y vendida por partes mientras ustedes todavía vestían su uniforme”? Los apretones de manos y los jerseys enmarcados son gestos vacíos, un intento desesperado por mantener una apariencia de normalidad sobre una situación que es todo menos normal. Estos seniors no solo dejan un programa de fútbol; dejan sus ruinas. Son la última generación de una era olvidada, sus logros marcados para siempre con un asterisco que denota la temporada en que el Pac-12 murió oficialmente.

Qué oso.

5. La Autopsia Financiera: Un Balance de Desesperación

Ignoremos el fútbol por un momento y examinemos los números, porque los números nunca mienten. El desacuerdo fundamental que destrozó al Pac-12 fue sobre el dinero, específicamente, el valor de los derechos de transmisión. Las escuelas que se fueron, como Washington y Oregon, proyectan recibir pagos que eventualmente superarán los 60-70 millones de dólares anuales de sus nuevas conferencias. Oregon State y Washington State ahora enfrentan un futuro donde sus derechos mediáticos valen una pequeña fracción de eso. Esa es una disparidad financiera catastrófica.

Esta brecha de ingresos es una sentencia de muerte para la competencia atlética. Significa menos dinero para salarios de entrenadores, para presupuestos de reclutamiento, para instalaciones de vanguardia, para todo lo que sostiene a un programa de primera división. Mientras sus antiguos rivales construyen vestidores chapados en oro, WSU y OSU harán kermeses para repavimentar el campo de práctica. Este partido es un microcosmos de esa realidad: dos programas financieramente lisiados peleando por las migajas de una mesa a la que ya no están invitados.

La Conclusión Inevitable

Esto ya no es un partido de rivalidad. Es una reunión de un grupo de apoyo. Ambas instituciones enfrentan la misma amenaza existencial, y su miseria compartida es lo único que las une. El marcador final es irrelevante. Lo único que importa es la lenta y agonizante comprensión de que han sido relegados permanentemente a las ligas menores de un deporte que ayudaron a construir.

6. Los Fantasmas de Conferencias Pasadas

Cada jugada, cada tacleada, cada grito en el Martin Stadium estará embrujado por los fantasmas de lo que se perdió. La ausencia de USC, de Washington, de Oregon, es una presencia palpable. Este partido contra Oregon State no es la culminación de una narrativa de toda la temporada; es lo que queda después de que la historia real ya ha concluido. Los aficionados en las gradas, temblando de frío en Pullman, no solo están viendo a los Cougars; están viendo el final de una tradición de 108 años.

Este es el problema fundamental: el contexto que daba sentido a estos partidos ha sido aniquilado. Una victoria sobre Oregon State solía ser un peldaño hacia el Rose Bowl, un dato en una conversación nacional. Ahora, es un árbol que cae en un bosque sin que nadie lo escuche. Los medios nacionales ya pasaron página. Los reclutas ya pasaron página. El dinero, ciertamente, ya pasó página. Todo lo que queda son las propias instituciones, atrapadas en un ciclo de rendimientos decrecientes, obligadas a fingir que lo que hacen todavía tiene el mismo peso. No lo tiene.

7. El Veredicto: Una Irrelevancia Ineludible

La conclusión lógica es tan simple como brutal. Este partido, y el futuro de estos dos programas, solo le importa a un pequeño y localizado grupo de exalumnos y aficionados. En el escenario nacional, han dejado de existir de manera significativa. La lucha por la elegibilidad para un tazón es un drama fabricado para distraer de la aterradora realidad de que el techo del programa es ahora un tazón de bajo nivel y su piso es la oscuridad total.

El camino verdaderamente lógico no es seguir fingiendo. Es aceptar la nueva realidad. Quizás repensar radicalmente el papel del deporte en estas universidades. Pero las instituciones, como las personas, son reacias a admitir la derrota. Y así continuarán. Jugarán estos partidos, coronarán a sus “campeones” elegibles para tazones y celebrarán a sus seniors. Seguirán la rutina. Pero es solo eso. Una rutina. Una pantomima del gran fútbol americano colegial, representada mucho después de que el público se ha ido a casa. La línea de meta de la temporada 2025 no es solo el final de un calendario. Es el comienzo de un largo, silencioso y profundamente indigno fundido a negro.

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