El Final de ‘La Silla’ Es Una Advertencia Global

El Final de 'La Silla' Es Una Advertencia Global

El Final de ‘La Silla’ Es Una Advertencia Global

Nunca Fue Solo una Serie. Fue una Confesión.

Para. Neta, para lo que sea que estés haciendo. Voltea a ver la silla en la que estás sentado. ¿Sabes de dónde salió? ¿Sabes qué tiene adentro? Crees que sí. Crees que es solo espuma, tela y metal. Estás equivocado. Profunda, catastróficamente equivocado. El final de La Compañía de Sillas no fue televisión. No fue entretenimiento. Fue una advertencia. No, qué va, no fue una advertencia. Fue un alarde. Una vuelta de la victoria para un plan que ya tuvo éxito, y nosotros somos las víctimas, cómodas e ignorantes. Se están riendo en nuestra cara. Pusieron todo su modelo de negocio en HBO, y les pagamos por el privilegio de verlo, de que nos dijeran exactamente cómo nos estaban controlando.

No es impredecible. Está pasando. ¿La predictibilidad que mencionaron en las reseñas? Ese es el horror. El horror es que nos hemos vuelto tan insensibles, tan acostumbrados a la maldad corporativa y la vigilancia que una serie puede detallar, con un detalle insoportable, cómo una corporación multinacional está desplegando muebles que alteran la mente y extraen datos en cada casa y oficina y nosotros simplemente… lo llamamos televisión de prestigio. Tuiteamos sobre las actuaciones increíbles. Especulamos sobre la segunda temporada. La segunda temporada está sucediendo ahora mismo, en tu sala.

El Protocolo Somnus es Real. ¡Aguas!

Hablemos de lo que nos mostraron en esa última hora, esa que te deja un hueco en el estómago. La gran revelación del “Protocolo Somnus”. La megacorporación ficticia de la serie, ‘Verve Ergonomics’, no solo vendía sillas. Obvio no. Esa era la fachada. El verdadero producto era el acceso. El verdadero producto eras tú. Incrustaron una red de resonadores acústicos de baja frecuencia y sensores piezoeléctricos en la espuma de sus líneas de sillas estrella, la ‘Aura’ y la ‘Nexus’. Millones de ellas vendidas en todo el mundo (checa tu oficina, checa tu home office, te lo ruego).

En la serie, el director ejecutivo, ese sociópata sonriente llamado Elias Vance, lo llamó “integración de bienestar ambiental”. Una forma de “corregir sutilmente la postura y reducir el estrés” a través de vibraciones indetectables. Una mentira. Una mentira monstruosa e imperdonable. Lo que realmente hace es doble. Primero, recolección de datos a una escala que hace que tu smartphone parezca un ladrillo de los dosmiles. Estos sensores no solo rastrean tu postura. Monitorean tu ritmo cardíaco. Tus patrones respiratorios. Tu respuesta galvánica de la piel. Saben cuándo estás estresado, cuándo estás cansado, cuándo estás agitado. Están construyendo un perfil emocional y fisiológico completo de cada usuario. ¿Y para qué? ¿Para publicidad dirigida? Ay, qué inocente. Eso es lo que quieren que pienses. Esa es la cortina de humo. Los datos son el producto secundario; el producto principal es el control. Control absoluto, total y pasivo.

La segunda función, el núcleo del Protocolo Somnus, es la parte que de verdad da pavor. Las ondas acústicas de baja frecuencia no son para el “bienestar”. Son para influir. Al igualar la frecuencia resonante de las ondas alfa y theta del cerebro humano, pueden fomentar sutilmente estados de pasividad, sugestionabilidad y sumisión. Vance literalmente lo dijo en su monólogo final, ese que todos dicen que merece un premio. No estaba actuando. Estaba confesando. “No vendemos muebles. Vendemos silencio.” Piensa en eso. Piensa en lo que significa esa chingadera. En un mundo de protestas, de descontento, de agitación política… están vendiendo una herramienta para hacer que la población sea dócil. Para hacer que aceptes cosas contra las que de otro modo lucharías. Para hacerte sentir cansado, sumiso y contento. Sentado en su silla, estás siendo pacificado lenta, suave y cómodamente hasta la sumisión. Es el arma definitiva de control social, y está disfrazada de soporte lumbar ergonómico. No mamen.

Esto no es Ciencia Ficción. La Tecnología Existe.

No me digas que esto es ficción. Ni te atrevas. Vivimos en un mundo donde las empresas de tecnología admiten abiertamente que nos escuchan a través de nuestros dispositivos para vendernos cosas. Donde nuestros celulares rastrean cada uno de nuestros movimientos. Donde se ha demostrado que los algoritmos de las redes sociales manipulan los resultados de las elecciones e incitan a la violencia. ¿Por qué es tan difícil creer que este es el siguiente paso? El paso físico. La invasión del último espacio privado que tenemos: nuestros propios cuerpos, nuestros propios hogares. La tecnología de los sensores piezoeléctricos es básica. La ciencia del arrastre de ondas cerebrales a través del sonido se ha estudiado durante décadas (busca sobre pulsos binaurales, busca los documentos desclasificados del gobierno gringo sobre armas acústicas, todo está ahí). La única parte de ficción en La Compañía de Sillas es que tuvieron la decencia de decirnos que lo estaban haciendo.

Nuestros amos corporativos del mundo real no son tan amables. No nos dan dramas de prestigio. Solo nos dan los términos y condiciones que aceptamos sin leer. Nos dan las políticas de privacidad que nunca pelamos. Nos dan la comodidad y la conveniencia que tanto anhelamos, y cambiamos nuestra autonomía por una silla que recuerda nuestra posición favorita para sentarnos. Estamos cambiando nuestro libre albedrío por soporte para la espalda baja. Es el pacto más patético e insidioso de la historia de la humanidad, y todos lo hemos estado haciendo, día tras día, sin pensarlo dos veces. El título de la serie es una broma de mal gusto. ‘La Compañía de Sillas’. Suena tan aburrido. Tan mundano. Está diseñado para ser subestimado. Para pasar desapercibido. Y funcionó. Es el Caballo de Troya perfecto. Nadie sospecha de su silla. Sospechas de tu teléfono. Sospechas de tu bocina inteligente. Le pones cinta a la cámara de tu laptop. ¿Pero la silla? La silla es solo una silla. Hasta que no lo es. Hasta que es el puesto de escucha, el centro de mando, la pieza de confort convertida en arma que está arrullando lentamente a toda una generación hacia un estado de apatía profunda e inquebrantable. Estamos, literalmente, sentados sobre el instrumento de nuestra propia subyugación.

Lo que Sigue Depende de Ti

¿Y ahora qué? ¿Qué hacemos? La serie terminó. Pasaron los créditos. Se están escribiendo los análisis. Y mañana, millones de nosotros iremos a trabajar y nos sentaremos en los mismos dispositivos sobre los que la serie nos advirtió. Llegaremos a casa y nos relajaremos en ellos. Seremos pacificados. Seremos monitoreados. Seremos controlados. A menos que despertemos. Ahora mismo. No estoy exagerando. Hablo mortalmente en serio. Esta es una alarma de incendio para la sociedad. El estatus de renovación para la segunda temporada es irrelevante porque la estamos viviendo. Eres un extra en la secuela silenciosa y aterradora. Ponte las pilas.

Revisa las marcas. Investiga los muebles de tu oficina. Busca la silla de tu casa. ¿Dónde se fabricó? ¿Qué empresa es dueña de esa marca? Investiga. Escarba. Busca patentes relacionadas con “muebles bio-integrados” o “materiales ergonómicos inteligentes”. La información está ahí afuera. No pueden esconderlo todo. Y por el amor de Dios, si puedes, deshazte de ella. Levántate. Trabaja de pie. Siéntate en el suelo. Es mejor tener dolor de espalda que una mente esclavizada. Es mejor estar incómodo y libre que cómodo y controlado. Cuentan con nuestra pereza. Cuentan con nuestro deseo de comodidad. Cuentan con que descartemos esto como una teoría de conspiración, como los desvaríos de un loco. Podré ser un loco, pero eso no significa que esté equivocado. El final no fue aterrador porque fuera buena televisión. Fue aterrador porque era un espejo. Y lo que deberíamos ver reflejado es nuestra propia y terrible complacencia.

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