Houston Se Ahoga en una Gota de Agua Fría
Mientras Tanto, en el Primer Mundo…
Y bueno, sucedió. La Gran Tragedia de Houston del Lunes por la Mañana. Después de meses de vivir en una feliz ignorancia, en un paraíso de shorts y chanclas durante una estación que tuvieron el descaro de llamar “otoño”, la metrópolis texana ha sido arrojada violentamente a una nueva y espeluznante dimensión. Una dimensión donde se usan suéteres. Quizás hasta una chamarra ligera. ¿La causa? Una “tormenta costera”, una amenaza meteorológica de furia indescriptible que ha desatado sobre el sureste de Texas una plaga aterradora de… llovizna. Y temperaturas que se desploman a los helados, escalofriantes, y casi inhumanos 4 grados Celsius. “Prepárense”, dicen en las noticias. ¡Prepárense! Como si un huracán categoría 5 hecho de puro pánico y hielo estuviera barriendo la ciudad. Pero no. Es solo agüita fría que cae del cielo. Un fenómeno que en México llamamos “chipichipi” o, para los más técnicos, “lunes”.
Esto no es un simple cambio de clima, no señor. Es un ataque psicológico a una población malacostumbrada por meses de sol inclemente y el zumbido de aires acondicionados pidiendo clemencia. El golpe fue brutal y repentino. Ayer planeabas las carnitas asadas del fin de semana. Hoy, miras el clóset con la misma cara que un niño ve las verduras, buscando ese suéter que juras haber comprado en una venta nocturna en 2015. Es un trauma. Una traición atmosférica. La conciencia colectiva de la ciudad está en shock, obligada a hacer algo que no hacía desde el último frente frío: checar el pronóstico del tiempo. ¡Qué es esto, Toluca en diciembre?
El Apocalipsis de la Leve Incomodidad
Seamos honestos y hablemos sin pelos en la lengua. La temperatura máxima será de unos 8 o 9 grados Celsius. ¡Nueve grados! ¿Entienden la gravedad del asunto? Es prácticamente una nueva era de hielo. Es el tipo de clima donde en la Ciudad de México la gente sale a correr a los Viveros. Pero en Houston, es una catástrofe. La gente se ve forzada a activar el “modo pavimento mojado” en sus camionetas monstruosas, un botón que seguramente ni sabían que existía. Deben soportar el horror de un volante húmedo y la profunda tragedia de un parabrisas ligeramente empañado. Es una crisis humanitaria, señores. Los niños tienen que usar chamarra para ir a la escuela. ¡Chamarra! Los perros miran a sus dueños con un desprecio infinito antes de atreverse a pisar el pasto mojado. El tejido social se está desmoronando, gota a gota.
Y la lluvia. ¡Ay, Dios mío, la lluvia! No es un diluvio, no es un huracán. Es una llovizna persistente, necia, intermitente, diseñada por un dios muy ocurrente y con un sentido del humor bastante negro, específicamente para arruinarte los tacos de la comida y hacerte dudar de tu existencia. Esta “tormenta costera” tiene menos de tormenta y más de chiste cósmico. Es el remate mojado y gris a un otoño anormalmente seco y cálido. Es la forma que tiene la naturaleza de decir: “¿Creías que ya la habías librado, güero?” Es un recordatorio frío, crudo y húmedo de que al universo le importa un comino que acabes de lavar el coche. Se burla de tus zapatos de gamuza. Se ríe de tu auto convertible.
El Fantasma de la Red Eléctrica
Pero claro, es imposible decir “frío” y “Texas” en la misma frase sin invocar al fantasma de los inviernos que hicieron historia. Porque ese es el verdadero miedo, ¿o no? Debajo de cada pronóstico de “fresquito” se esconde el sudor frío de cada texano que recuerda perfectamente lo que pasa cuando su red eléctrica, esa maravilla de la independencia y la fragilidad, se resfría un poquito. Cada gota de lluvia a 8 grados es un pequeño martillazo contra el palacio de cristal que llaman ERCOT. Todos nos sabemos la historia. Los ventiladores gigantes, esos íconos de la energía verde, de repente se vuelven alérgicos al aire frío. Los ductos de gas natural deciden que es buen momento para tomarse unas vacaciones. Y cuando te das cuenta, estás temblando bajo cinco cobijas de San Marcos, cargando el celular en el coche y preguntándote si tener luz era solo un sueño guajiro.
¿Este chipichipi del lunes va a tumbar la luz en todo el estado? Seguramente no. Pero el miedo ahí está. Se puede tocar. Es el estrés postraumático que une a todos los texanos. Los presentadores del clima dicen “lluvia fría”, pero la gente escucha “sálvese quien pueda”. Ven una máxima de 9°C, pero en el alma sienten -15°C. Esto no es solo un evento del clima; es un simulacro, un examen sorpresa de la CFE gringa para ver si alguien aprendió la lección. Y si la historia no miente, la respuesta es un rotundo “nel”. La verdadera tormenta no está afuera de tu ventana, sino en la mente de cualquiera que haya tenido que derretir nieve para tomar agua en una de las ciudades más ricas del mundo. Porque eso pasó. No es chiste.
Una Sociedad que no Aguanta Vara
Este cambio de patrón es más que meteorología; es un experimento sociológico. ¿Qué pasa cuando tomas una cultura construida sobre el calor, la humedad y la arrogancia y la sometes a un día de humedad ligeramente desagradable? Obtienes el caos. Un colapso total del orden. La gente en las autopistas, que normalmente maneja con la agresividad de un piloto de combate, de repente se vuelve tímida, pisa el freno al ver un charco, con todo su sentido de superioridad automovilística disuelto por un poco de agua. El conductor texano está calibrado para dos modos: Seco y Huracán. No hay punto medio. El “mojado” es un concepto foráneo que provoca un cortocircuito en su sistema.
Y esto es solo el comienzo. Una probadita. Una advertencia. ¿Qué pasaría si, Dios no lo quiera, la temperatura baja otros cinco grados? ¿Qué pasaría si un solitario y diminuto copo de nieve fuera visto sobre la ciudad? Houston se paralizaría. No por necesidad, sino por pánico puro. Sería una cuarentena autoimpuesta contra el terror del invierno. Los supermercados quedarían vacíos de pan, leche y, por alguna extraña razón, papel de baño. La economía de la cuarta ciudad más grande de Estados Unidos se detendría porque al cielo se le antojó ponerse una camisa diferente. Es un espectáculo hermoso, cómico y profundamente patético. Así que disfruten la función. Vean cómo una maravilla de la ingeniería es puesta de rodillas por un día nublado. Y recen por su red eléctrica. Siempre, siempre recen por ella.






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