La Gran Farsa de la Superluna Nos Engaña a Todos
La Anatomía de un No-Evento
Desmantelando el Choro de la ‘Superluna’
Y ahí vamos de nuevo. El ritual de cada año, o más bien, de varias veces al año, de un engaño colectivo orquestado por la maquinaria global de contenido. Te van a decir que “mires al cielo”. Te darán horas exactas, al minuto, como si estuvieras por presenciar un ballet cósmico de una importancia que te cambiará la vida. Pero no es así. Te están vendiendo un cuento, un espectáculo hermosamente empaquetado, fácil de digerir y completamente irrelevante: la “Superluna”.
Porque lo que estamos presenciando no es una maravilla astronómica, sino una maravilla del marketing. Es una clase magistral de cómo fabricar interés por un no-evento. El término en sí, “superluna”, tiene la misma legitimidad científica que el origen de un superhéroe de cómic, acuñado no por un astrónomo serio, sino por un astrólogo en 1979. Piénsalo bien. El cimiento de todo este circo mediático viene de la pseudociencia, y aun así, los noticieros lo repiten como si fuera un dogma, los mismos noticieros que un día antes se burlarían de los psíquicos y sus líneas telefónicas. La hipocresía es monumental. Pero también es genial. Un producto perfecto.
Han logrado ponerle una marca a la luna. Han convertido un predecible bamboleo orbital en un evento de “última oportunidad, no te lo puedes perder”. Y nosotros, los consumidores hambrientos de cualquier cosa que nos distraiga, nos lo tragamos sin chistar, porque la otra opción es enfrentar el vacío, la verdad silenciosa de que la mayoría de las noches no pasa nada particularmente especial en el cielo que nuestros ojos puedan distinguir. Así que escogemos la ilusión. El show.
Deconstruyendo la Mentira: Todo es Perspectiva
A ver, hagámosle la autopsia a esta farsa. ¿Qué es una superluna, en serio? Es una luna llena que coincide con el punto de su órbita más cercano a la Tierra, un punto llamado perigeo. La órbita de la luna no es un círculo perfecto, es una elipse. A veces está un poquito más cerca, a veces un poquito más lejos. Y ya. Esa es toda la base científica para este alboroto mundial.
Pero los números nomás no cuadran con el escándalo. En su punto más cercano, una luna llena en perigeo podría verse un 14% más grande en diámetro y un 30% más brillante que una luna llena en su punto más lejano, el apogeo. Estos números suenan bien grandotes en un encabezado. Están diseñados para eso. Son porcentajes altos. Pero son porcentajes de algo que nuestros ojos son pésimos para juzgar sin un punto de comparación. No hay una luna “normal” junto a la “súper” para que veas la diferencia. Es un objeto solo, flotando en un mar de oscuridad.
Seamos más honestos: es la diferencia entre una pizza grande y una familiar. Sí, una es técnicamente más grande. Pero si te comieras una hoy y la otra en seis meses, ¿neta notarías la diferencia sin una cinta métrica? Claro que no. Simplemente verías una pizza. Lo mismo pasa con la luna. Simplemente ves la luna. Cualquier percepción de que se ve más grande es casi en su totalidad producto de la sugestión y de un truco mental conocido como la Ilusión Lunar, donde la luna parece más grande en el horizonte porque nuestro cerebro la compara con árboles y edificios. Esta ilusión pasa con *cualquier* luna llena, no solo con las “súper”. Pero claro, los medios convenientemente mezclan las dos cosas, usando un fenómeno psicológico real para venderte su ficción astronómica.
La Falacia de los Nombres: Bautizando el Vacío
Y luego están los nombres. La “Luna Fría”. La “Luna de Lobo”. La “Luna de Esturión”. Nos presentan estos nombres como si fueran tradiciones sagradas, sabiduría ancestral. No lo son. La mayoría son ejercicios de branding, un revoltijo de nombres sacados del Almanaque del Granjero, que a su vez los recopiló de una mezcla de folclor de nativos americanos y europeos, casi siempre sin contexto. Son nombres de marca. Son para vender.
Porque llamarla “la Luna Llena en Perigeo de Diciembre” es correcto, pero suena a tarea de secundaria. No tiene chiste. No genera clics. ¿Pero la “Luna Fría”? Eso sí vende. Evoca imágenes de noches heladas y paisajes con escarcha. Le permite al reportero escribir un par de líneas poéticas antes de poner los horarios optimizados para Google. Es un recurso narrativo. Transforma una posición orbital predecible en una historia. Y las historias venden. Las historias se comparten. Las historias te hacen sentir parte de algo, aunque ese algo, objetivamente, sea casi nada.
El Legado de Nuestros Ancestros vs. el Clickbait Moderno
Aquí en México, la ironía es aún más profunda. Vivimos sobre la tierra de civilizaciones que entendían el cosmos con una precisión que hoy nos parece casi imposible. Los mayas, con su cuenta larga y sus observatorios en Chichén Itzá, no necesitaban que un astrólogo gringo les inventara el término “superluna”. Ellos predecían eclipses con una exactitud brutal. Los arquitectos de Teotihuacán alinearon pirámides enteras, como la de la Luna, con los ciclos celestes. Para ellos, el cielo era ciencia, religión y supervivencia. Era un libro abierto y sagrado.
¿Y nosotros? Nosotros nos emocionamos porque la luna se ve un poquito más grande, tomamos una foto borrosa con el celular y la subimos con el hashtag #superluna. Hemos cambiado la sabiduría profunda por el chisme cósmico. Hemos reemplazado la observación paciente con la gratificación instantánea de un evento pre-digerido. ¿Qué pensarían los astrónomos de Palenque de nuestro espectáculo anual? Probablemente sentirían una mezcla de risa y pena ajena. Verían el mismo cielo, pero entenderían que nosotros ya no sabemos cómo leerlo; solo sabemos cómo consumirlo.
El Ciclo de la Maravilla Fabricada
¿Y por qué caemos redonditos, una y otra vez? Porque somos criaturas que buscan patrones y anhelan un sentido de comunidad. En un mundo tan fracturado, hemos perdido muchos de los rituales que nos unían. La máquina de contenido ha entrado al quite para crear nuevos rituales, aunque sean artificiales. La superluna es una tribu digital temporal. Por una noche, gente en todo el mundo está viendo lo mismo, compartiendo sus fotos chafas en redes sociales, participando en una experiencia colectiva. Una experiencia hueca.
Los medios nos dan el guion, y nosotros actuamos nuestro papel a la perfección. Los artículos nos dicen cuándo mirar, qué se supone que debemos sentir y qué tan especial es este momento. Y obedecemos. Sentimos una chispa de asombro fabricado, una conexión con el cosmos que nos llegó por una notificación push. Es asombro bajo demanda. Es un sustituto barato de la curiosidad real.
El Futuro Inevitable: La Micro-Luna y Más Allá
Entonces, ¿qué sigue? Pues la escalada del absurdo, porque la maquinaria del hype necesita novedades. Cuando “superluna” ya no sorprenda a nadie, tendrán que inventar otra cosa. Ya tenemos las “lunas de sangre” (eclipses lunares, que sí son interesantes pero ahora vienen con branding apocalíptico) y “lunas azules” (una simple curiosidad del calendario).
Así que prepárense. Nos dirán que veamos la “Micro-Luna”, la luna en apogeo, celebrada por ser especialmente pequeña y discreta. Habrá artículos sobre la “Luna Gris”, la “Luna Ligeramente Chueca”, la “Luna de Martes”. A cada una le pondrán un nombre folclórico, una historia inventada y horarios para verla. Cada una será una mentira. Una mentira bonita, inofensiva y profundamente cínica, diseñada para alimentar a la bestia del algoritmo que exige nuestra atención.
La ironía final es que la luna no necesita un equipo de relaciones públicas. Es un ancla gravitacional que ha dictado el ritmo de nuestro planeta por eones. Mueve nuestros océanos y ha inspirado arte, ciencia y religión a lo largo de toda la historia. Su importancia es real. Pero nos animan a ignorar todo eso a cambio de un truco publicitario barato. La tragedia no es el engaño; es de lo que el engaño nos distrae.
Así que, cuando te digan que salgas a ver la última superluna de 2025, hazlo. Sal. Mira hacia arriba. Pero no lo hagas porque te lo ordenó un titular. Hazlo porque es la luna. Y con eso debería bastar.






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