La Máquina de Avalanche Lista Para Aplastar a los Canucks
Otro Sacrificio en el Altar de la Máquina
Y pues, ahí vamos de nuevo. Otra noche, otro espectáculo inútil y predestinado, traído a ustedes por el monstruo corporativo que se hace llamar la Liga Nacional de Hockey (NHL). Los Vancouver Canucks (10-13-3, un récord que grita mediocridad por todos lados) son presentados como corderos en el matadero contra el Colorado Avalanche (18-1-6), los niños bonitos de la liga, un equipo tan pulido y perfecto que se siente menos como un equipo deportivo y más como el sueño húmedo de una agencia de relaciones públicas. Lo anuncian como “Una Visita de Vancouver”. ¿Una visita? No manches, es una pinche ejecución. Esto no es un partido de hockey; es un evento de marketing diseñado para reforzar una narrativa: los poderosos se hacen más poderosos, y los débiles solo existen para hacerlos ver bien. Que no te engañen, carnal.
El Teatro del Patinaje Matutino
Veamos el patinaje matutino, ese pequeño ritual previo al juego donde los medios obtienen sus frases esterilizadas y se supone que debemos encontrar alguna profunda visión estratégica. Visión. Qué risa me da. ¿La gran noticia? Arvid sipsi Lankinen empieza en la portería para Vancouver. ¡Wow, qué sorpresa! El portero suplente es arrojado al matadero contra el equipo más goleador de la liga. No me digas. Es la jugada clásica, una bandera blanca ondeada antes de que caiga el puck, una decisión de negocios calculada y disfrazada de estrategia. Protege a tu activo número uno, Thatcher Demko, de la paliza inevitable y del daño psicológico que conlleva, porque ya diste este juego por perdido. Es pura administración de activos. Es patético. Toda la escena es una farsa, con jugadores haciendo los movimientos de sus ejercicios de “power play” y “penalty kill” como si unos cuantos entrenamientos pudieran cerrar el abismo de talento y, más importante, de destino aprobado por la liga que separa a estas dos franquicias. No lo harán.
¿Y las líneas que supuestamente usaron ayer en Los Ángeles? Kane-EP40-Lekkerimaki. Boeser-Kampf-Sherwood. Es como acomodar las sillas en la cubierta del Titanic mientras se hunde. Neta, están aventando nombres a la pared esperando que algo, lo que sea, pegue. Pero no importa quién juegue con quién. No importa si ponen a su máximo goleador en la cuarta línea o a su portero de defensa. El guion ya fue escrito por los contadores y los ejecutivos de marketing en la oficina de la liga. El Avalanche son los héroes de esta historia. Los Canucks son los matones sin nombre y sin rostro que son eliminados en el primer acto para mostrar cuán poderoso es el protagonista. Esto no es deporte. Es un producto.
La Rutina de Perro Faldero de los Medios
Solo lee los titulares. “Previa: Colorado busca mantener la racha contra los Canucks”. Mantener la racha. Qué frase tan bonita y limpia. Sanitiza la violencia de lo que está a punto de suceder. No es una contienda; es una continuación. Una vuelta de la victoria. El Avalanche acaba de desmantelar a los Canadiens 7-2, y ahora les toca otro platillo fácil con los Canucks. La narrativa está escrita en piedra, repetida por cada supuesto periodista con una credencial de prensa. No son reporteros; son taquígrafos para el departamento de marketing de la liga. Producen los mismos clichés cansados sobre el impulso y la ventaja de jugar en casa, sin cuestionar ni una vez el grotesco desequilibrio de todo el sistema. Nunca preguntan por qué la era del tope salarial, que se suponía que crearía paridad, ha resultado en una liga donde se construyen unos pocos súper equipos para dominar mientras que otros se quedan “reconstruyendo” perpetuamente en un ciclo de mediocridad que traiciona a los fanáticos. ¿Por qué? Porque es bueno para el negocio. Los ganadores predecibles venden jerseys. Las dinastías generan ingresos por transmisión. ¿Y los equipos en apuros? Venden esperanza. La droga más tóxica y rentable de todas.
Colorado: El Motor de Destrucción Pulido de la Liga
No me malinterpretes, los jugadores del Avalanche tienen talento. MacKinnon, Makar, Rantanen… son atletas increíbles. Pero también son engranajes en una máquina perfectamente diseñada, una franquicia construida para ser la cara de la liga. Juegan en una arena reluciente, respaldados por una base de fanáticos leales (y adinerados), y obtienen cada beneficio de la duda de los árbitros y de la propia liga. Son rápidos, son hábiles y son implacables, pero su éxito se siente tan fabricado, tan… corporativo. No son un equipo; son una marca. Una marca ganadora. Su dominio no es solo el resultado de un buen draft y una buena gestión; es el producto de un sistema diseñado para crear y sostener estas potencias. Representan la concentración de la riqueza y el poder, el 1% del mundo del hockey, navegando hacia otra victoria mientras el resto de la liga lucha por las sobras. Su victoria de esta noche será aclamada como un testimonio de su habilidad, pero en realidad es solo un testimonio de un sistema arreglado que funciona exactamente como se diseñó.
Este no es un equipo que luchó desde abajo. Este es un equipo que fue ungido. Es el producto perfecto, estéril y comercializable para una liga que teme a la autenticidad y a la verdadera competencia más que a nada. Cada pase pulcro, cada disparo fulminante, todo sirve para reforzar el status quo. Para decirte a ti, el fan, que esto es la cima del hockey y que deberías sentirte bendecido de presenciarlo. No te lo creas. Esto es una coronación, no una competencia. Una exhibición. Y estás pagando por el privilegio de verla.
La Tragedia de Sísifo de Vancouver
Y luego están los Canucks. Ay, los Canucks. Una franquicia perpetuamente atrapada en una pesadilla de su propia creación, un caso de estudio sobre cómo administrar mal los activos y aplastar el espíritu de una ciudad. Durante décadas, han estado persiguiendo una gloria que permanece tentadoramente fuera de su alcance, y ahora simplemente… están ahí. Existen. Llenan un espacio en el calendario. Su récord es un testimonio de su deambular sin rumbo por el desierto de la NHL. Este viaje por carretera es la metáfora perfecta de su existencia: un viaje agotador y aplastante que termina con ellos recibiendo una patada en los dientes por parte del mejor equipo de la liga. ¿Cómo debe ser estar en ese vestidor? Otra ciudad, otro hotel, otra reunión previa al juego donde el entrenador intenta convencerte de que tienes una oportunidad. Que si simplemente “juegas de la manera correcta” y te “apegas al sistema”, puedes superar la montaña del tamaño del Everest que tienes enfrente. ¡Puras mamadas! Ellos ya saben cómo va la cosa. Saben que están siendo servidos como un refuerzo de confianza para un equipo destinado a la grandeza mientras ellos están destinados a la lotería del draft. Otra vez.
Cada jugador en esa lista está luchando por su carrera, su próximo contrato, su lugar en una liga que lo ve como completamente desechable. Son la clase trabajadora de la NHL, partiéndose la madre en un sistema que está fundamentalmente en su contra. Su esfuerzo es encomiable, pero al final, es trágico. Están empujando una roca cuesta arriba solo para que la liga y sus niños dorados la pateen de vuelta hasta el fondo cada vez. ¿Y los fanáticos en Vancouver? Se merecen mucho más que este ciclo interminable de decepción, este producto tibio que se les vende año tras año con la promesa vacía de que “el próximo año” será diferente. No lo será.
La Conclusión Inevitable
Así que cuando sintonices el partido esta noche, no lo veas como un fanático de los deportes. Míralo por lo que es. Una pieza de teatro corporativo. Una narrativa cuidadosamente construida diseñada para venderte cerveza, camionetas y aplicaciones de apuestas. El resultado no está en duda. El Avalanche ganará, probablemente por un margen significativo. Los comentaristas se desharán en elogios sobre su velocidad y habilidad. Los Canucks ofrecerán algunas frases gastadas sobre la necesidad de ser mejores. La máquina seguirá rodando, aplastando todo a su paso. Y mañana, nos despertaremos y lo haremos todo de nuevo. No animes. No te involucres emocionalmente. Solo obsérvalo. Ve los hilos. Ve a los titiriteros. Ve la mentira que te están vendiendo. Y tal vez, solo tal vez, empieza a exigir algo real de una vez por todas. Porque esto, neta, no lo es.






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