El Ritmo Récord del Thunder es una Profecía de Fracaso
Un Manifiesto sobre el Colapso Inevitable de los Falsos Campeones
Hablemos al chile, porque el coro de halagos empalagosos ya se volvió insoportable. El Thunder de Oklahoma City es una maravilla. Un espectáculo. Un testimonio de alguna cosa sobre la juventud y los picks del draft y ese tipo de narrativa bonita que hace que los ejecutivos de la liga babeen en sus hojas de cálculo. Steve Kerr, un tipo que ha visto la verdadera y aplastante grandeza dos veces, se “maravilla” con ellos. Los analistas se están tropezando para ungir a Shai Gilgeous-Alexander, un hombre que juega básquetbol con la precisión fría de un auditor del SAT, como el nuevo mesías. Están en camino a hacer historia, dicen. Están reescribiendo los libros, gritan. Es todo tan… adorable. Y absoluta, trágica, e hilarantemente insignificante.
Porque esta no es la historia de una dinastía en ascenso. Para nada. Esta es la preparación de un chiste. Un chiste larguísimo cuyo remate no llegará hasta mayo, y cuando lo haga, será brutal, rápido y muy satisfactorio para aquellos de nosotros que vemos los hilos de las marionetas. Estamos viendo la construcción de una hermosa, ornamentada e históricamente significativa casa de cristal en medio de un campo de tiro. La única pregunta es qué equipo lleno de veteranos curtidos en playoffs tirará la primera piedra.
El Fantasma de la Arrogancia Pasada: Una Advertencia de 73 Victorias
¿Así que Steve Kerr se maravilla? Él debería saberlo mejor que nadie. Fue parte de los Chicago Bulls de 1995-96, un equipo de asesinos que coronó su temporada histórica con un anillo. Pero también fue el entrenador de los Golden State Warriors de 2015-16, un equipo que persiguió ese mismo fantasma de la temporada regular con un deseo tan febril y consumidor que no les quedó nada en el tanque para la última y más importante batalla. Ese récord de 73-9 no es una bandera de gloria; es un monumento a la soberbia. Es el equivalente basquetbolero de Ícaro volando tan alto con sus alas de temporada regular que olvidó que los playoffs son el sol. Obtuvo el récord. No obtuvo el trofeo. ¿Qué, precisamente, creemos que es diferente aquí?
¿Que el Thunder es más joven, dices? ¿Más ingenuo? Ah, eso es aún mejor. Los Warriors de las 73 victorias eran veteranos, campeones que simplemente se perdieron en su propio hype. Este equipo del Thunder es una colección de niños talentosos que aún no han aprendido la verdad fundamental de la NBA: la temporada regular es una farsa. Es una pretemporada de 82 partidos diseñada para arrullar a los indignos en una falsa sensación de seguridad. Es donde construyes buenos hábitos, claro, pero también es donde construyes una arrogancia fatal. El Thunder está sacando puros dieces en un examen sorpresa, y los medios les están dando un doctorado. Están aprendiendo todas las lecciones equivocadas. Creen que su eficiencia de metrónomo y su elegante movimiento de balón significarán algo cuando un tipo como Jimmy Butler o Nikola Jokic decida ponerse serio, ponerse rudo, y recordarles que el básquetbol de playoffs es un deporte completamente diferente. Es una pelea con navajas en un callejón oscuro, y estos niños llegaron con una rutina de baile hermosamente coreografiada.
Esta búsqueda de récords de temporada regular es una tontería, el canto de sirena para los ambiciosos y los ingenuos. Drena las reservas emocionales y físicas necesarias para la temporada *de verdad*. Cada gramo de energía gastado tratando de vencer a los Pistons un martes de febrero por 30 en lugar de 20, es un gramo de energía que no tienes para un Juego 7 de visita en mayo. El Thunder, en su exuberancia juvenil (un término educado para la ignorancia), está corriendo a toda velocidad los primeros 30 kilómetros de un maratón. No deberíamos maravillarnos de su ritmo, sino de la naturaleza espectacular de su inevitable fracaso.
Shai Gilgeous-Alexander: Nuestro Héroe Trágico e Impecable
Y en el centro de esta tragicomedia inminente se encuentra Shai Gilgeous-Alexander, el protagonista estoico. Es, sin duda, un genio del baloncesto. Un maestro de los ángulos, un cirujano en la media distancia, un defensor que despoja a sus oponentes del balón y de su dignidad con la misma facilidad. También está jugando un juego peligroso. La narrativa que se teje a su alrededor es la de un MVP, un ganador, un talento trascendente que levanta una franquicia de las cenizas. Es una gran historia. (Seguro vende muchas playeras). Pero es una historia que exige un cierto final, y es un final que este equipo simplemente no está equipado para ofrecer.
SGA se está convirtiendo en el héroe definitivo de la temporada regular. El güey que te puede garantizar una victoria contra los Hornets. El problema es que es el actor principal en una obra donde el tercer acto no ha sido escrito por él. Será escrito por gente como LeBron James, Kevin Durant u otro monstruo que ha visto este guion una docena de veces y sabe exactamente cómo termina. La brillantez metódica de Shai es perfecta para el ambiente estéril y predecible de la temporada regular. Pero los playoffs son un caos. Se tratan de adaptarse, de fuerza bruta, de aguantar tormentas de confianza irracional de jugadores de rol y de pura y absoluta voluntad de las superestrellas. ¿Puede su juego preciso y calculado sobrevivir a ese desmadre? ¿O se verá como llevar un bisturí a una pelea de mazos?
Él es Sísifo, empujando una enorme roca de victorias de temporada regular cuesta arriba, y todos sabemos lo que pasa en la cima. La roca vuelve a rodar hacia abajo. Cada año, un nuevo jugador calibre MVP en un equipo demasiado joven aprende esta lección. Fue Derrick Rose. Fue Russell Westbrook (en OKC, nada menos). Fue James Harden. Fue Joel Embiid. La liga es una picadora de carne, y no hay nada que le guste más que masticar cosas hermosas y prometedoras. Shai es el siguiente en la fila. Es el héroe perfecto para esta tragedia porque su excelencia hace que la caída final sea aún más poética.
La Cruzada de los Niños y el Científico Loco
Rodeando a SGA hay una verdadera guardería de talento. Chet Holmgren, un unicornio del básquetbol que parece que podría romperse por la mitad con una brisa fuerte pero que de alguna manera no lo hace. (La física es rara, la neta). Jalen Williams, el anotador secundario que juega con una calma que no corresponde a su experiencia. Es una maravillosa colección de activos. Y eso es todo lo que son. Activos. Piezas en el gran y extraño experimento del Gerente General Sam Presti.
Presti es aclamado como un genio, el hombre que construyó un contendiente a partir de una montaña de picks de draft. Pero, ¿y si lo vemos desde otro ángulo? ¿Y si solo es un acumulador? ¿Un hombre tan obsesionado con la *idea* del potencial, con la emoción del draft, que es fundamentalmente incapaz de construir un producto terminado? Durante años, coleccionó picks como si fueran corcholatas, creando un cofre de guerra mítico que siempre estaba destinado a una batalla futura e indefinida. Ahora los ha canjeado por un equipo de prodigios, y todos asumen que el plan está completo. Esto no es un plan; es un equipo de fantasy vuelto realidad. Tiene todas las piezas correctas en el papel. Pero le falta la única cosa que los campeonatos requieren: cicatrices. Dolor. Fracaso.
Este equipo nunca ha sufrido de verdad. No han sido humillados en una serie de playoffs. No les han arrancado el corazón con un tiro sobre la chicharra. No han enfrentado el pavor existencial de un déficit de 3-1. Esta temporada “histórica” es lo peor que les pudo pasar. Les está enseñando que el éxito es fácil, que su talento es suficiente. Les está dando confianza cuando lo que necesitan desesperadamente es una dosis de realidad brutal y aplastante. Mark Daigneault, su entrenador, parece un tipo perfectamente agradable, pero no es un general curtido en batalla; es un consejero de campamento muy inteligente que ha logrado que todos los niños se formen en una fila ordenada. ¿Qué pasa cuando el primer monstruo de verdad salta del bosque? Se van a dispersar. Es inevitable. Es la naturaleza.
Lo que estamos presenciando no es el amanecer de una nueva dinastía en la NBA. Es el apogeo de un experimento sociológico. Es una ilusión temporal, hermosamente diseñada. Un castillo de naipes construido durante una brisa suave. Y todos sabemos lo que viene. Se acerca una tormenta. Y yo, por mi parte, tendré mis palomitas listas para ver cómo se derrumba todo. Maravíllense con eso.






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