La Contingencia Ambiental Es Tiranía Disfrazada
No Te Están Cuidando. Te Están Entrenando.
Vamos a dejar algo bien claro. Esto no se trata de tu salud. Nunca se ha tratado de tu salud. Porque estás viendo los titulares, el bombardeo constante de alertas urgentes sobre la “contingencia ambiental” y el “Hoy No Circula”, y te están viendo la cara de idiota. Han fabricado una crisis a partir del aire que respiramos. Un fenómeno predecible en una de las ciudades más grandes del mundo, que nuestros abuelos sobrellevaban con pura resignación y sentido común, ha sido retorcido hasta convertirse en un instrumento de control poblacional con fases y colores. Esto es el miedo usado como política pública.
Y vaya que les funciona. Les funciona a la perfección. Cada vez que tu celular chilla con una alerta de “FASE I DE CONTINGENCIA AMBIENTAL POR OZONO”, te están condicionando. Condicionando para que reacciones. Para que obedezcas. Para que voltees a ver a una figura de autoridad que te diga cuándo es seguro vivir tu propia vida. Pero no solo te están diciendo que dejes tu coche guardado; te están susurrando al oído que eres un inútil, que eres frágil, que es imposible confiar en que tú puedas evaluar el riesgo de respirar sin su divina guía desde la Comisión Ambiental de la Megalópolis y algún burócrata con aire acondicionado. ¡No manches, es patético!
La Gran Infantalización
¿Qué significa realmente una contingencia? Significa que el gobierno ha decidido que careces de la capacidad cerebral básica para asomarte a la ventana, ver la nata de smog y tomar una decisión. Una decisión como, “Quizá hoy no salgo a correr al mediodía” o “chance y me muevo en metro en lugar de usar el coche”. Pero en lugar de darte un gramo de crédito por tu responsabilidad personal, tratan a toda la población como si fuéramos niños chiquitos. Te envuelven en un plástico de burbujas burocrático y le llaman protección.
Piensa en el lenguaje que usan. “Contingencia”. “Emergencia”. Una emergencia antes era un temblor, un incendio, un tanque de gas a punto de explotar. ¿Ahora? Ahora es el ozono. Porque tienen que escalar el drama para mantenerte en un estado de nerviosismo perpetuo, para justificar su propia existencia y el alcance cada vez mayor de su control. Y al restringir la circulación y suspender actividades al aire libre, están criando a toda una generación que cree que cualquier inconveniente, cualquier adversidad, es una crisis insuperable que requiere que el mundo se detenga. Estamos forjando a los chavos más blanditos de la historia, una generación que se va a romper la primera vez que enfrente un problema real que no se pueda solucionar con un comunicado de prensa y quedándose en casa a ver Netflix. Esto no es compasión. Es un sabotaje sistémico.
Porque yo me acuerdo de una época, y no fue hace tanto, en que el smog era solo… smog. Era parte de vivir en la Ciudad de México. Te aguantabas. Si acaso te ardían los ojos, te echabas unas gotas y a seguirle. Forjaba el carácter. Construía una especie de resiliencia chilanga. Había una lucha compartida, un sentido de aguante colectivo. ¿Y ahora? Ahora la única experiencia colectiva es esconderse, actualizando Twitter para ver si las autoridades ya le bajaron dos rayitas al miedo y pasamos del rojo aterrador al naranja alarmante. Hemos cambiado el aguante de la comunidad por el control centralizado.
Anatomía de un Pánico Fabricado
Todo este sistema es una clase maestra de manipulación psicológica. Los colores y las fases no son para informarte; son para provocarte ansiedad. La precontingencia es el anzuelo, el empujoncito para que empieces a preocuparte. La Fase I sube la apuesta, inyectando un sentido de urgencia y validando el miedo inicial. Y la Fase II… esa es la rendición total. Es la orden oficial para que ceses tu vida normal, para que entregues tu autonomía a la supuesta sabiduría de la CAMe. Es un sistema hermosamente simple para exigir obediencia. Es un semáforo para tu libertad.
Y los medios de comunicación son los cómplices más felices y entusiastas de todo esto. Les encanta. Una contingencia es una mina de oro para los clics, para el rating, para la interacción. Los reportajes jadeantes sobre la “mala calidad del aire”, las listas interminables de restricciones, los reporteros parados en medio del tráfico diciendo obviedades. Es puro teatro. Una actuación grandilocuente y ególatra diseñada para hacerte sentir que estás en medio de un evento histórico que amenaza tu vida. Pero no lo estás. Solo es un día normal de contaminación en el Valle de México. No es un huracán sorpresa en el desierto; es un patrón predecible en una zona famosa por él.
Pero la narrativa tiene que mantenerse. La narrativa es que el mundo es un lugar peligroso y aterrador y que los necesitas a ellos —al gobierno, a los medios, a los expertos— para que te lleven de la manita. Y si logran que les cedas tu juicio sobre algo tan cotidiano como la contaminación, ¿qué más podrías entregarles? Si no se puede confiar en ti para decidir si usas tu coche o no, ¿se puede confiar en ti para tomar decisiones sobre tu salud? ¿Tus finanzas? ¿La educación de tus hijos? ¿Ves cómo funciona? La contingencia ambiental es un ensayo. Es una prueba de sumisión. Y cada vez que la ciudad se paraliza porque un tipo en la tele te dijo que tuvieras miedo, les estás diciendo: “Sí. La prueba fue un éxito. Voy a obedecer”.
Un Futuro Construido Sobre el Miedo
¿Dónde termina esto? Porque no se va a detener en el ozono. Estamos construyendo una sociedad donde todo riesgo debe ser mitigado por una autoridad, donde cada posible incomodidad se clasifica como una crisis. ¿Qué sigue? ¿“Contingencias por Calor” donde te prohíban salir a la calle? ¿“Alertas de Lluvia” que se conviertan en arresto domiciliario obligatorio? ¿“Alertas de Estrés Emocional” cuando las noticias sean particularmente deprimentes? Suena absurdo, pero hace diez años, decirle a millones de personas que no podían usar su coche por el aire también sonaba absurdo. Y sin embargo, aquí estamos.
El daño a largo plazo es incalculable. Estamos perdiendo nuestros instintos, nuestra capacidad para evaluar nuestro entorno y tomar decisiones racionales. Estamos subcontratando nuestro sentido común. Antes, la gente del campo podía ver el cielo y saber si iba a llover. Un padre podía asomarse a la ventana y decidir si el aire estaba muy pesado para que los niños jugaran fuera. Ahora, vemos el celular. Esperamos la notificación push. Hemos colocado una capa de tecnología y burocracia entre nosotros y la realidad, y esa capa se hace más gruesa cada año.
Así que, la próxima vez que declaren una contingencia, te propongo un experimento. Apaga la tele. Ignora las alertas. Acércate a tu ventana y mira hacia afuera con tus propios ojos. Usa el cerebro que la evolución te dio. Evalúa la situación por ti mismo. Y hazte una pregunta muy simple: ¿Soy un niño que necesita que le digan qué hacer, o soy un adulto libre capaz de tomar sus propias decisiones? Porque en este momento, el sistema está apostando todo a que eres lo primero. Y cada vez que obedeces sin cuestionar, les das la razón. Neta, esto no se trata de la calidad del aire. Se trata de tu lento, cómodo y voluntario deslizamiento hacia la servidumbre absoluta. Despierta.






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