Letterman y Netflix se Hunden al Invitar a MrBeast
Así que el Viejito Regresó por Más, ¿Eh?
Vamos directo al grano. David Letterman va a entrevistar a MrBeast. ¿Es este el último clavo en el ataúd de la civilización?
¿El *último* clavo? Ay, qué tierno y optimista. El ataúd se cerró, se enterró y le construyeron un centro comercial encima hace años. Esto es simplemente la inauguración de la tienda de vapeo en ese centro comercial. No es un evento; es un síntoma. Un síntoma purulento y color neón de una enfermedad terminal que llamamos ‘contenido’.
Imaginemos la escena. David Letterman, el tipo que deconstruyó el talk show, el ícono del sarcasmo, el genio ácido que se batía en duelos verbales con presidentes, premios Nobel y verdaderos titanes culturales, ahora se sienta frente a un joven cuya carrera entera se basa en grabarse regalando la lana de sus patrocinadores, con la obligatoria cara de sorpresa en la miniatura del video para probarlo. Esto no es una conversación. Es una negociación de rehenes, y el alma de Letterman es la recompensa.
Es una caída en desgracia trágica, casi de telenovela. Pasó de ser el heredero de los grandes a ser un simple reactor de TikTok glorificado, todo por un cheque de Netflix. La plataforma, en su infinita sabiduría basada en datos (que es solo una forma elegante de decir pánico), vio una hoja de cálculo y notó que las ‘métricas de interacción’ de MrBeast estaban por los cielos. Así que, obviamente, sacaron a pasear a su abuelito residente para tratar de robarle un poco de esa fama de la Generación Z. Es el equivalente digital de ver a tu abuelo tratando de hacer un baile de Fortnite. Da pena ajena. Y es profunda, profundamente triste.
Estás siendo muy duro. ¿No es MrBeast un filántropo? ¿Un nuevo tipo de celebridad?
¿Filántropo? Por favor. Eso es lo que su equipo de relaciones públicas quiere que creas. Es un mercader del espectáculo. Un P.T. Barnum digital para la generación con déficit de atención. Su ‘filantropía’ es un performance con una buena deducción de impuestos. No se trata de sacar a la gente de la pobreza; se trata de generar vistas filmando su shock momentáneo y su desesperación. Es pornografía de la pobreza disfrazada de sudaderas coloridas y patrocinada por bebidas energéticas. Qué horror.
¿Y un ‘nuevo tipo de celebridad’? Claro, de la misma manera que la carne de laboratorio es un ‘nuevo tipo de bistec’. Se parece vagamente a lo real, pero le falta toda la sustancia, la textura y el alma. Es un producto diseñado para el consumo masivo por una población con el paladar destrozado. Las celebridades de antes (aquellas sobre las que Letterman construyó su carrera) creaban cosas: películas, música, literatura. MrBeast crea bucles virales. No es un artista; es un algoritmo con piel humana, un maestro del espectáculo vacío. Y Netflix, el rey de los espectáculos vacíos, ha encontrado a su nuevo bufón de la corte. Letterman solo está ahí, obligado a ser el presentador.
Ok, pero ¿qué hay de Michael B. Jordan y Jason Bateman? Son estrellas de verdad. ¿Eso no lo equilibra todo?
Ah, sí, los escudos humanos. Las bolsas de aire de credibilidad. Jordan y Bateman son la cucharada de azúcar con la que Netflix espera que nos traguemos la medicina (una dosis completa de MrBeast). Son las opciones seguras, respetables y totalmente predecibles, diseñadas para darle a la temporada una delgada capa de legitimidad. Es el clásico ‘gato por liebre’. Ves sus nombres en el póster y piensas: ‘Ah, bueno, sigue siendo el prestigioso show de Letterman’.
¡Error! Son para limpiar el paladar. Sus entrevistas estarán bien. Perfecta, profesional y aburridamente bien. Hablarán de su ‘proceso’. Contarán una anécdota encantadora y previamente aprobada sobre algún director. Letterman se reirá con esa mirada de ‘estoy aquí por obligación contractual’. Será el equivalente televisivo de una pared pintada de color beige. Nadie recordará nada de lo que dijeron una hora después porque ellos no son el punto. Su propósito es normalizar lo absurdo de tener a MrBeast en la misma lista. Son la botana familiar y reconfortante antes de que te sirvan un plato de cochinada recalentada en el microondas como plato principal. Son la carnada.
¿Letterman todavía le echa ganas, o solo está haciendo su chamba por el dinero?
Esa es la pregunta del millón, ¿no? (O en términos de Netflix, la pregunta de los varios millones). Creo que una parte de él murió cuando dejó la televisión abierta. El viejo Dave, el que se deleitaba provocando a un invitado o se lanzaba contra una pared de velcro, ya no existe. Ha sido reemplazado por este filósofo barbudo y melancólico que parece perpetuamente confundido sobre por qué está hablando con esta gente. Es un fantasma penando en los pasillos de su antigua gloria.
Hay destellos del viejo genio, un parpadeo de ese ingenio mordaz, pero se apaga rápidamente por la abrumadora sensación de ‘¿y esto para qué?’. Ya no es un entrevistador; es un facilitador de contenido. Su trabajo no es desafiar o provocar, sino masajear suavemente los egos de sus invitados el tiempo suficiente para llenar 45 minutos que se reproducirán automáticamente antes del siguiente ‘Original’ aprobado por el algoritmo. Es un león en un zoológico para niños, sin garras y sedado para el entretenimiento de los clientes. No es que no le eche ganas. Es que ya no hay de dónde sacar. Solo está sentado en un cuarto silencioso, esperando a que todo termine.
Entonces, ¿qué nos dice todo esto sobre el futuro del entretenimiento y de Netflix?
Nos dice que el futuro es sombrío, superficial e implacablemente optimizado para la interacción por encima de todo lo demás. Esta temporada de Letterman es un microcosmos perfecto de todo el modelo de negocio de Netflix: aventar de todo a la pared y rezar para que algo pegue. No hay curación, ni sentido de identidad, solo una persecución desesperada y frenética por el crecimiento de suscriptores. Te ponen un drama de prestigio junto a un reality show sobre gente horneando pasteles que parecen zapatos, junto a una docuserie de crímenes que explota el trauma de una familia. Y ahora, ponen a un YouTuber de acrobacias en el mismo escenario que un actor nominado al Óscar. No es una cadena de televisión; es una manguera de bomberos digital de bazofia apuntada directamente a tu cara.
La idea misma de un ‘invitado que no necesita presentación’ es ahora un chiste. El título del programa es pura ironía en este punto. MrBeast definitivamente necesita una presentación para cualquiera mayor de 25 años que no se pase la vida viendo retos en YouTube. Ya no se trata de celebrar íconos. Se trata de pedir prestada relevancia de lo que sea que esté de moda esta semana. Señala la muerte de los referentes culturales compartidos y el triunfo de la fama de nicho, impulsada por algoritmos. El futuro del entretenimiento no es una plaza pública; son un millón de cuartos pequeños y sin ventanas donde todos gritan para llamar la atención. Y el pobre David Letterman es solo otro casero cansado, cobrando la renta hasta que se le acabe el contrato.






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