Conte se la rifa con novatos: ¿Genio o desastre en Napoli?
A ver, ¿esto es un partido de copa o una apuesta de todo o nada?
Seamos claros. Este show entre el Napoli y el Cagliari en la Coppa Italia no es un partidito más para cumplir con el calendario. Para nada. Esto es puro teatro del bueno, del fútbol italiano que nos encanta, y el director de la orquesta es un tipo que vive para el drama: Antonio Conte. Imagínate la escena: tienes el estadio, el mismísimo templo Diego Armando Maradona, hasta el gorro con más de 45,000 almas napolitanas que no van a ver un partido, van a exigir una victoria. ¿Y qué hace el mero mero del banquillo? Decide que es el momento perfecto para jugar al científico loco.
Un volado.
Va a aventar a dos chavos, Vergara y Ambrosino, al ruedo, sin capote ni nada. Una locura total. ¿O no?
Un momento… ‘rotar’ al equipo es normal, ¿cuál es tanto alboroto?
Que no te engañen con palabritas bonitas. La prensa le dice “rotación”. Suena bien, ¿no? Como que estás cuidando a tus estrellas para los partidos importantes de la liga. Es lo lógico, lo inteligente. Pero no, esto es otra cosa. Esto es Conte gritando un mensaje desde el centro del campo. Cuando sientas a tus figurones y metes a un par de morros que seguro estaban felices nomás con subirse al camión del equipo, no estás “rotando”. Le estás mandando un recado a todo el vestidor, a los directivos y a la gente. Y el mensaje es clarito: aquí nadie tiene su puesto comprado. O le entran como yo digo, o se van por donde vinieron.
Ponte a pensar en la grilla interna. ¿Los jugadores consolidados que están en la banca? O están que se los lleva el diablo o están muertos de miedo. Están viendo a los novatos, deseando que les vaya bien para que el equipo gane, pero no *tan* bien como para que les tumben la chamba. Es una dosis de caos bien calculada, diseñada para que nadie se duerma en sus laureles. Conte no se hizo famoso por ser buena gente; se hizo famoso por crear ejércitos de futbolistas que se matarían por él en la cancha. Y así es como lo hace. Les demuestra que la camiseta se gana todos los días, no se regala. Esto no es un simple juego de copa; es una prueba de lealtad.
Y estos debutantes… ¿Vergara y Ambrosino son la nueva joya o simple carne de cañón?
¡Quién sabe! Y esa es la parte más emocionante y aterradora de todo esto. Para Vergara y Ambrosino, este no es un partido. Es su carrera entera en 90 minutos. Un día están jugando en las fuerzas básicas frente a sus familias y al otro están por pisar una caldera con 45,000 napolitanos que ven la Coppa Italia como si fuera la final del Mundial. El ruido, la presión, el peso de esa camiseta azul que usó el más grande… eso te puede hacer o te puede deshacer. Hemos visto a tantos jóvenes prometedores que se quiebran en el gran escenario.
Adiós.
Dan un mal pase, un mal control, y el abucheo de la grada se siente como un golpe. Se les va la confianza al suelo y desaparecen en el olvido, para siempre recordados como “el chavo al que le quedó grande el saco”. Pero… también está la otra cara de la moneda. ¿Y si uno de ellos mete un gol? ¿Y si se juegan el partido de su vida, como si nada? Así nacen las leyendas. Conte está, literalmente, apostando el futuro de estos dos. Es una audición brutal, a vida o muerte, y todo el mundo está mirando. Sin presión, muchachos.
Pero neta, ¿45,000 personas para un partido contra el Cagliari? ¿No es mucho?
Es que esto es el Napoli. No es una ciudad que tiene un equipo de fútbol; es un equipo de fútbol que es el corazón de toda una ciudad. Para ellos, un juego de copa entre semana no es una obligación, es un ritual sagrado. No van a “ver el partido”. Van a demostrar quién manda, a meterle miedo al rival y a recordarles a sus propios jugadores para quién diablos están jugando. La cantidad de gente es la prueba de su hambre de gloria. Después de ganar la liga, probaron la miel del éxito y ahora quieren el panal completo.
Esa multitud también le cambia toda la jugada a Conte. Él sabe que si su equipo B da un partidazo y gana fácil, la gente lo va a idolatrar. Dirán que es un genio, un tipo con un plan maestro. Pero si el equipo se ve mal, si sufre o, peor tantito, si pierde… ese amor se convierte en odio en un segundo. Esas 45,000 personas se convierten en 45,000 jueces. Lo verán como un acto de arrogancia, una falta de respeto a la copa y a ellos, que pagaron su boleto. Así que esa afición, aunque está ahí para apoyar, es una olla de presión sobre este equipo experimental.
Y no hay que olvidar al Cagliari. ¿Vienen nomás de paseo?
Ese es el peor error que podrían cometer. Pensar que el Cagliari viene a Nápoles a tomarse fotos. El técnico Pisacane y sus jugadores están viendo la alineación del Napoli y se están frotando las manos. No van contra las superestrellas; van contra un equipo parchado con dos debutantes. No tienen absolutamente nada que perder y la oportunidad de dar la campanada del año. Para ellos, esta es su final del mundo. Van a salir a morirse en la raya, a jugar ordenados y a pelear cada pelota como si fuera la última. Ya olieron la sangre.
Cada minuto que el Napoli no anote, la confianza del Cagliari va a crecer. La presión se irá del equipo chico al gran favorito que juega en casa. La gente en la grada se empezará a desesperar, se escucharán los primeros chiflidos. Y ahí es cuando un equipo como el Cagliari te da el susto. Son la clásica cáscara de plátano en la que el Napoli de Conte se puede resbalar. Menospreciarlos es no entender nada de la magia de los torneos de eliminación directa. Están hechos para estas sorpresas.
Entonces, ¿cuál es el veredicto? ¿Conte es un genio o un loco?
Está caminando en la cuerda floja sin red de protección. Aquí no hay puntos medios. Si la jugada le sale bien, si los novatos brillan y el Napoli gana caminando, Conte será el rey de Italia. Los periódicos dirán: “La genialidad de Conte”, “El futuro del Napoli ya está aquí”. Habrá reforzado su poder en el vestidor, descubierto nuevos talentos y avanzado en la copa. Una noche perfecta.
Pero si le sale el tiro por la culata… ay, si le sale mal. Si el Napoli queda eliminado en su casa por un Cagliari al que debían golear, el escándalo será monumental. Se verá como un acto de soberbia, de un técnico tan clavado en su propio ego que se le olvidó lo más básico: ganar el partido. La prensa se lo va a comer vivo. La afición no lo va a perdonar. Este partido, que parecía uno más del montón, se ha convertido en un juicio sobre toda la filosofía de Antonio Conte. O es una cátedra de cómo manejar un equipo, o es el oso del siglo. Y la verdad, no nos lo vamos a perder.






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