Secuestro Aéreo Benéfico: Crónica de un Desastre Anunciado
El Chiste se Cuenta Solo: Una Comedia de Errores en el Cielo
A ver, acérquense todos, que les voy a contar un cuento que los dejará con la boca abierta. Una organización de caridad cristiana, Samaritan’s Purse, un gigante de la buena voluntad evangélica gringa que opera desde las tranquilas colinas de Carolina del Norte, sufrió el secuestro de uno de sus aviones. ¿Dónde? En Sudán del Sur. ¿Mientras qué hacía? Entregaba medicinas. Por favor, tómense un segundo para recuperarse de la tremenda, de la monumental sorpresa. Es para rascarse la cabeza, ¿a poco no? Es casi como si mandar un cofre del tesoro volador, repleto de fármacos valiosos y fáciles de revender, a una de las naciones más espectacularmente caóticas y perpetuamente en colapso del planeta, pudiera, tal vez, solo tal vez, implicar un poquitín de riesgo.
¿Quién lo hubiera imaginado?
Pongamos las cosas en perspectiva. Por un lado, tienes una organización con un montón de lana, que Dios los bendiga, operando bajo el principio de llevar ayuda y salvación a los rincones más jodidos del mundo. Admirable, de verdad. Por el otro lado, tienes a Sudán del Sur, un país que hace que el mundo post-apocalíptico de Mad Max parezca la colonia Polanco en un domingo. Es un lugar donde el estado de derecho no es una regla, sino un chiste que se cuenta en voz baja, un lugar donde cualquier martes es bueno para que estalle una nueva guerra civil antes del desayuno. Y en este magnífico teatro del absurdo, aterriza un avioncito brillante, un símbolo de los recursos occidentales, prácticamente gritando “COSAS GRATIS AQUÍ ADENTRO” a cualquiera con un Kalashnikov oxidado y ganas de progresar. ¿Qué creíamos que iba a pasar? ¿Que la gente haría una fila ordenada para recibir su medicina y luego escribirían una carta de agradecimiento?
La Audacia de la Esperanza… o de la Ingenuidad
Las declaraciones de la ONG son, como era de esperarse, una cátedra de lenguaje corporativo con un filtro de devoción dolida. Confirmaron el incidente. Están trabajando para resolverlo. El piloto está involucrado. Todo muy profesional, muy sereno, muy… alejado de la grotesca realidad del terreno. No es que se haya retrasado un paquete de Amazon en la Condesa; es un secuestro en una zona de guerra. Los secuestradores, sean quienes sean —un grupo rebelde formal, una facción militar renegada o simplemente unos emprendedores locales con talento para las adquisiciones aeronáuticas—, no se van a conmover con un correo electrónico con asunto “URGENTE”. Vieron una oportunidad, un dron de entregas de Mercado Libre para señores de la guerra, y la tomaron. Casi hay que admirar su eficiencia. Sin burocracia, sin papeleo, pura acción directa para reforzar su cadena de suministro local.
Todo este numerito sirve como un recordatorio brutal, casi cómico, del abismo que existe entre la intención y la realidad. La intención de Samaritan’s Purse era entregar medicinas. Querían ayudar. Pero en el cálculo despiadado de un estado fallido, su avión y su carga eran simplemente recursos para ser reclamados. La medicina no era solo medicina; era capital. El avión no era solo un vehículo; era una palanca de negociación. ¿Es trágico? Por supuesto. ¿Es también un resultado perfectamente lógico dadas las circunstancias? Absolutamente. No puedes jugar ajedrez en un palenque donde los otros apostadores están volteando la mesa y disparándole a las piezas. Simplemente no funciona así.
Sudán del Sur: Una Cátedra de Desintegración Nacional
Para apreciar de verdad el humor negro de esta situación, primero hay que entender el escenario: Sudán del Sur. Este no es cualquier paísito inestable. Para nada. Sudán del Sur es el graduado con honores de los estados fallidos, la obra maestra del desastre post-colonial, una nación que nació con esperanza en 2011 y desde entonces ha estado en una carrera para ver qué tan rápido puede llegar al caos total. Es una tierra bendecida con riqueza petrolera que, de alguna manera, solo empeora las cosas, alimentando un conflicto interminable entre élites políticas que tratan el tesoro nacional como si fuera su cuenta de banco personal y a la población como carne de cañón. Hambruna, violencia étnica, corrupción de niveles épicos y un desfile interminable de caudillos no son fallas en el sistema; son el sistema.
Así que, cuando escuchas que secuestraron un avión ahí, preguntar “¿quién fue?” es casi una pregunta tonta. La pregunta correcta es “¿quién no fue?”. ¿Fue el gobierno? ¿Una parte del gobierno? ¿La oposición? ¿Una parte de la oposición que se separó de la oposición principal el martes pasado? ¿O nomás fueron unos tipos que vieron aterrizar un avión y pensaron: “Órale, siempre he querido uno de esos”? Al final, ni siquiera importa. Los secuestradores son solo un síntoma de la enfermedad, una manifestación del principio operativo del país: el que tiene el poder tiene la razón, y aquí mis chicharrones truenan.
La Gran Apuesta de la Industria Humanitaria
Esto nos lleva a la plática más amplia e incómoda sobre la naturaleza misma de la ayuda humanitaria en lugares así. Durante décadas, Occidente ha metido miles de millones de dólares, toneladas de comida y un esfuerzo humano incalculable en estos hoyos negros de inestabilidad. ¿Y para qué? El ciclo es terriblemente predecible. La ayuda llega, una parte significativa es “desviada” —un bonito eufemismo para “robada”— por los mismos señores de la guerra y funcionarios corruptos que causan el sufrimiento. Esta ayuda robada los empodera, les permite financiar a sus milicias, consolidar su poder y perpetuar el conflicto, lo que a su vez crea la necesidad de… adivinaste, más ayuda. Es un círculo vicioso perfecto y miserable.
Las ONGs, con todas sus buenas intenciones, se convierten en peones sin saberlo en este juego grotesco. Son el servicio de paquetería de los caciques locales. Traen los productos de alto valor, y los grupos armados se encargan de la logística de última milla, aunque sea para ellos mismos. Así que cuando Samaritan’s Purse pierde un avión, no es una anomalía. Es un gaje del oficio. Es el precio de la entrada al teatro más peligroso del mundo. La verdadera pregunta no es por qué secuestraron este avión; es por qué no secuestran todos los aviones que aterrizan allí. A lo mejor los secuestradores tienen un rol de turnos.
¿Y Ahora Qué? Pues Más de lo Mismo, Seguramente
Adelantemos la cinta. ¿Cómo acaba esto? Con suerte, recuperarán al piloto y a la tripulación, probablemente después de una negociación que nunca se hará pública pero que casi seguro implicará un pago disfrazado de “tarifa logística” o alguna otra jalada. La ONG emitirá un comunicado diciendo que “no se dejarán intimidar” en su misión de servir al pueblo de Sudán del Sur. Hablarán de fe y resiliencia. Habrá una campaña de recaudación de fondos, usando este mismo incidente para demostrar lo peligroso e importante que es su trabajo, y los donantes abrirán sus carteras para apoyar a los valientes en el frente de batalla. Y luego, otro avión, cargado con más medicinas, eventualmente despegará y se dirigirá a otra pista de tierra.
Y el ciclo continuará. Porque detenerse sería admitir la derrota. Detenerse sería admitir que algunos problemas no tienen una solución simple y bonita que se pueda financiar con una kermés en Carolina del Norte. Sería reconocer que todo el modelo podría estar mal, que quizás lanzar recursos a un vórtice de violencia sin arreglar la estructura fundamental de esa violencia es como tratar de llenar una cubeta sin fondo. Es una tarea noble y absurda, como empujar una roca de buenas intenciones por una montaña de caos, solo para verla rodar hacia abajo y aplastarte una y otra vez.
El Final del Chiste que Todos Vimos Venir
Lo irónico, el chiste cósmico de todo esto, es lo predecible que era. Esto no es una tragedia clásica. Esto es una farsa. Es como ver a alguien pisar el mismo rastrillo una y otra vez y sorprenderse cada vez que le pega en la cara. Los secuestradores probablemente usarán las medicinas para curar a sus propios combatientes o las venderán en el mercado negro para comprar más armas. Quién sabe, igual y hasta abren su propia Farmacia del Ahorro. En Sudán del Sur, las posibilidades para el absurdo distópico son infinitas. Y nosotros, el público, nos quedamos mirando, negando con la cabeza y maravillándonos de la inquebrantable capacidad humana para esperar un resultado diferente haciendo exactamente lo mismo. ¡Qué oso!






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