Salud y Galletas: El Negocio Redondo de Enfermarte
Analicemos este absurdo, ¿quieren?
Nos presentan dos piezas de información que, a primera vista, no tienen nada que ver. Por un lado, Inova Health System, un gigante del complejo médico-industrial del norte de Virginia, planta una nueva bandera en Woodbridge, inaugurando un reluciente centro de salud para atender a las masas del este del condado de Prince William. Y por otro, nos preparan para la celebración prefabricada del “Día Nacional de la Galleta”, un feriado corporativo diseñado con el único propósito de despachar el exceso de azúcar, harina y grasas procesadas a un público dispuesto, bajo el disfraz de “ofertas y regalos”. Se espera que un observador racional vea esto como eventos separados. Uno es sobre salud. El otro es sobre un antojito.
Pero eso es una falla de imaginación. Es no ver la máquina y sus engranajes. Porque estos no son eventos separados. Son los dos extremos de un ciclo económico perfectamente cerrado, exquisitamente rentable y profundamente cínico. Un anuncio es la preparación, el otro es el remate. Son causa y efecto, oferta y demanda, el veneno y el antídoto, y ambos te los venden diferentes departamentos de la misma empresa a escala social. Es brillante, la verdad. Una cátedra de diseño de sistemas.
¿No es esto simplemente el libre mercado funcionando?
Alguien podría argumentar, con cierto optimismo ingenuo, que esto es simplemente el mercado respondiendo a necesidades. La gente se enferma, entonces Inova construye una clínica. A la gente le gustan las galletas, entonces las empresas las promocionan. ¿Y qué tiene de malo? Todo con moderación, responsabilidad personal y ese rollo. Esta es la narrativa conveniente que permite que el sistema funcione sin que nadie lo cuestione. Es una mentira.
Seamos claros. La industria alimentaria moderna, la que inventa el “Día Nacional de la Galleta”, no está en el negocio de la nutrición. Está en el negocio de la adicción. Emplea ejércitos de químicos y psicólogos para diseñar productos que sean hiperpalatables, productos que golpean el “punto de la felicidad” de nuestros cerebros primitivos con una combinación precisa de sal, azúcar y grasa, anulando nuestras señales naturales de saciedad. Gastan miles de millones de dólares en publicidad para crear eventos culturales a partir de este consumo, envolviéndolo en el manto cálido y acogedor de la tradición y la diversión. Es una campaña implacable y calculada para crear antojos y hábitos. Han hackeado tu biología por pura lana.
Y luego está el sistema de salud. En Estados Unidos, muchos hospitales son “sin fines de lucro”, una etiqueta que en el contexto de su sistema de salud es funcionalmente irrelevante. En México, la dinámica es diferente pero paralela. El sistema público, como el IMSS o el ISSSTE, está rebasado, crónicamente desfinanciado y saturado precisamente por las enfermedades que este tipo de consumo provoca. Este desastre en la salud pública es el que crea el mercado para las clínicas y hospitales privados. No son actos de caridad; son una decisión de negocio estratégica para capturar una base de clientes —aquellos que pueden pagar— en un mercado creciente. Son el Plan B de un sistema quebrado.
¿Por qué este modelo resuena tanto en México?
No hay que ir a Virginia para ver este ciclo. México es el caso de estudio perfecto, la zona cero. El Tratado de Libre Comercio (TLCAN, ahora T-MEC) no solo abrió las fronteras a los productos; abrió las venas de la salud pública a un torrente de jarabe de maíz de alta fructosa, alimentos ultraprocesados y una cultura de consumo que ha sido devastadora. Desplazó dietas tradicionales y milenarias en favor de la conveniencia empaquetada y la caloría barata. No es casualidad que México tenga una de las tasas de obesidad y diabetes más altas del mundo. No fue un accidente. Fue una estrategia de mercado.
El Oxxo en cada esquina no es un símbolo de progreso, es un puesto de avanzada de este sistema. Es el principal proveedor de Coca-Cola, Gansitos, papitas y galletas. La tiendita de la esquina de antes, con frutas y productos locales, fue aniquilada por un modelo de negocio que optimiza la venta de veneno adictivo. Y cuando las consecuencias de esta dieta se manifiestan en forma de diabetes, hipertensión o enfermedad cardíaca, el sistema público, el IMSS, apenas puede con la carga. El paciente termina en un sistema quebrado o, si tiene suerte y dinero, paga una fortuna en el sector privado para *manejar* su enfermedad. Nótese la palabra: manejar, no curar. El paciente crónico es el cliente perfecto, un cliente de por vida.
La brillantez del modelo es escalofriante. Una empresa como Femsa embotella y distribuye la bebida azucarada que enferma a la población, y luego, a través de sus farmacias y otros negocios, también puede vender los medicamentos para controlar la diabetes que ayudó a crear. Es un negocio redondo. El gobierno intenta tímidamente poner un parche con impuestos al refresco o sellos de advertencia en los empaques, pero se enfrenta a un lobby corporativo con un poder inmenso. Un poder que gasta millones para convencerte de que la culpa es tuya, por no tener “fuerza de voluntad”.
La Ilusión de la Elección y el Juego Final
Todo el aparato se sostiene sobre el mito de la “responsabilidad personal”. El sistema te susurra al oído que es tu culpa. Deberías haberte controlado. Leíste la etiqueta. Tú decidiste comerte el Gansito. Pero esto ignora el desequilibrio monumental de poder. De un lado, un individuo con un cerebro cansado y un presupuesto limitado. Del otro, un complejo industrial global multimillonario que ha invertido más dinero del que se gasta en investigar el cáncer para descubrir cómo hacer que digas “sí”. No es una pelea justa. Nunca lo fue.
¿Y a dónde nos lleva este camino? A un futuro que se parece mucho al presente, pero peor. Más clínicas privadas para el manejo perpetuo de enfermedades. Más farmacéuticas diseñando medicamentos no para curar, sino para controlar síntomas de por vida, creando otro modelo de suscripción. Más alimentos procesados diseñados para ser aún más irresistibles. Nos lleva a una sociedad donde estar crónicamente enfermo es lo normal, un estado base que simplemente se gestiona con un cóctel de pastillas y visitas regulares al especialista. La meta no es la salud. La meta es un nivel de enfermedad manejable y rentable.
Así que cuando veas la inauguración de una nueva clínica privada, no veas solo un edificio. Ve un nodo en una red. Ve la conclusión lógica de un sistema. Y cuando veas los anuncios del 2×1 en galletas o refrescos, no veas solo una oferta divertida. Ve el embudo de adquisición de clientes. Ve el anzuelo. Porque no son historias separadas. Son la misma historia. Simplemente, son negocios.






Publicar comentario