Culpa Tuya Revela la Estafa del Thriller de Prestigio
Otra vez la misma gata, pero revolcada. ¿Nos debería importar?
Vamos a dejarnos de rodeos. La nueva serie de Peacock (o de la plataforma que la traiga a México), Culpa Tuya (All Her Fault), protagonizada por la talentosísima Sarah Snook, nos la están vendiendo con bombo y platillo. Es un ‘thriller de prestigio’. Un ‘drama apasionante’. Un ‘viaje salvaje’. Son las palabras clave que un algoritmo eligió para pescar a cualquiera que le haya gustado Perdida (Gone Girl) o cualquier otra adaptación de libro de bolsillo que hemos visto hasta el cansancio en la última década. Pero la pregunta importante no es si la serie es ‘buena’—eso es subjetivo y, al final, irrelevante. La verdadera pregunta es: ¿qué nos dice su existencia, en este preciso formato, sobre el estado actual de la narrativa en televisión? La respuesta, para ser honestos, es que estamos fritos.
La serie llega justo cuando se publican artículos sobre ‘La Lenta Muerte del Thriller de Prestigio’, y francamente, más que ser la excepción, parece ser el último clavo en el ataúd. Es el síntoma, no la cura. Todo el proyecto se siente como un rompecabezas armado por un comité de ejecutivos que tienen todas las estadísticas del mercado pero ni una pizca de alma. Tienen las piezas correctas: una actriz de primer nivel recién salida de un papel icónico, una novela popular como base, un misterio sobre un niño desaparecido en un fraccionamiento de lujo y un presupuesto de marketing para que te comas el tráiler hasta en la sopa. Pero se les olvidó el pegamento. La originalidad. La razón de ser de todo esto más allá de cumplir con una cuota de contenido para un servicio de streaming que necesita justificar a como dé lugar lo que pagas cada mes. Qué oso.
A ver, ¿qué demonios significa ‘Thriller de Prestigio’ hoy en día?
Es una buena pregunta, porque el término se ha vuelto tan genérico que ya no significa nada. Es pura jerga de marketing. Originalmente, la televisión ‘de prestigio’ era la que se salía del molde de las cadenas comerciales. Significaba historias complejas, casi novelísticas, con personajes moralmente ambiguos y una producción cinematográfica. Piensen en Los Soprano o Breaking Bad. Un ‘thriller de prestigio’, por lo tanto, debería ser como una película de Hitchcock pero en formato largo; un análisis a fuego lento de la paranoia y el suspenso que usa su tiempo para explorar la psicología humana de una forma que una película de dos horas jamás podría. Debería retarte. Incomodarte.
Pero eso no es lo que nos están dando. Ya no.
En su lugar, ‘thriller de prestigio’ se ha convertido en la etiqueta para vender lo que en el fondo es una telenovela con más lana. Un melodrama con filtros oscuros y suéteres caros para que parezca algo serio. Los ‘giros de tuerca’ no surgen naturalmente de los personajes, son trampas de guion diseñadas para el shock momentáneo y para que la gente comente en Twitter (un sustituto muy chafa del verdadero suspenso). Los secretos no son dilemas filosóficos, son las mismas infidelidades y fraudes de siempre. Culpa Tuya, por lo que se lee, encaja perfectamente en este molde. Promete un ‘viaje salvaje’ y un ‘misterio jabonoso’, que en español de la industria significa ‘inverosímil’ y ‘melodramático’. Es la pura estética del prestigio sin la sustancia intelectual o artística. Es puro atole con el dedo. Una distracción muy bien filmada y actuada para que no te des cuenta de que esta misma historia ya te la contaron una docena de veces.
¿Entonces todo es una fórmula? ¿Un producto de algoritmo?
Sin lugar a dudas. Y es una fórmula preocupantemente simple. Deconstruyamos el chasis de este vehículo llamado ‘thriller de prestigio’ sobre el que está montada Culpa Tuya. Componente uno: El detonante debe ser algo con lo que te puedas identificar pero que a la vez te aterre, apelando a un miedo primario de la clase media-alta. Un niño desaparecido es el estándar de oro. Establece el peligro de inmediato y genera empatía sin necesidad de desarrollar personajes complejos. Listo. Componente dos: El escenario debe ser una comunidad cerrada y adinerada, un fraccionamiento exclusivo tipo Las Lomas o Santa Fe. Esto cumple dos funciones: le da al diseñador de producción pretexto para mostrar casas y coches de lujo (prestigio visual) y crea un ambiente claustrofóbico donde todos se conocen y cada saludo esconde un secreto. Listo. Componente tres: La protagonista, casi siempre la madre, debe ser simpática pero poco confiable. Su búsqueda desesperada es el motor de la trama, pero sus propios secretos y malas decisiones alimentan los ‘giros’ y las pistas falsas. Contratar a una actriz como Sarah Snook, famosa por un personaje complejo y moralmente gris, es una jugada brillante (y obvia) para cumplir este requisito. Jaque mate.
La fórmula no es mala en sí misma (el propio Hitchcock era fan de las fórmulas), el problema es su aplicación repetitiva y sin inspiración. Se ha convertido en una maquila de contenido. Las plataformas de streaming saben que este subgénero funciona. Es lo suficientemente entretenido para que no agarres el celular (al menos por un rato) y lo suficientemente enredado para que sientas que estás viendo algo inteligente, aunque no lo sea. Así que piden más y más. Compran los derechos de cualquier novela de bolsillo con una portada borrosa de una mujer corriendo. La creatividad no es el objetivo; las métricas de interacción sí lo son. El resultado es un mar de series intercambiables que se sienten menos como arte y más como productos diseñados para un nicho. Son el equivalente televisivo de la ropa de H&M: están de moda, son relativamente baratas de producir y para la próxima temporada ya nadie se acordará de ellas.
¿Y qué onda con Sarah Snook? ¿Su participación es garantía de calidad?
Alguien podría decir que una actriz del calibre de Sarah Snook eleva el material. Es una defensa común y tiene algo de cierto. Una gran actuación puede hacer que un guion mediocre sea más tragable. Pero veámoslo desde otro ángulo. ¿Qué nos dice que una actriz, recién salida de una de las series más aclamadas de la historia (Succession), se meta inmediatamente en algo tan… convencional? Es una jugada segura. Muy rentable, sin duda. Pero también es decepcionantemente predecible. Representa una huida de lo artísticamente ambicioso hacia lo comercialmente seguro. Se pasan de lanza.
Su contratación es, en sí misma, parte de la ilusión de ‘prestigio’. La lógica es: si una actriz de una serie que todos consideramos ‘Arte’ está en esta nueva serie, entonces esta nueva serie también debe ser ‘Arte’. Es una falacia. Lo que realmente nos dice es que el ecosistema de la televisión ha cambiado. Los dramas de mediano presupuesto, esos que se enfocaban en los personajes, están desapareciendo. En su lugar, tenemos superproducciones de fantasía o estos thrillers prefabricados. Para una actriz que busca un protagónico, las opciones se están reduciendo. Snook no está elevando el material; el material la está usando a ella para darse una capa de respetabilidad que no se ha ganado. Es como ponerle el logo de Mercedes a un Tsuru; solo engaña al que se quiere dejar engañar.
Entonces, ¿el género está muerto de verdad?
Quizás ‘muerto’ no es la palabra correcta. ‘Con muerte cerebral’ sería más preciso. O ‘zombificado’. El cuerpo se sigue moviendo, pero ya no tiene alma. Camina sin rumbo, alimentándose de los restos de mejores historias del pasado. La dependencia excesiva de las novelas de bolsillo, como bien dijo un crítico, está convirtiendo lo que antes era un género cinematográfico vibrante en una repetitiva y aburrida línea de producción de contenido. El problema es que sigue siendo un negociazo. El público sigue ahí, condicionado a aceptar esta versión devaluada del thriller porque se la entregan directamente en su sala.
El futuro, si esta tendencia continúa, es desolador. Es un futuro de variaciones infinitas sobre el mismo tema. El esposo desaparecido. La vecina sospechosa. El oscuro secreto de la universidad. El pueblo rico con un lado siniestro. Tendremos Culpa Tuya, y luego tendremos Su Última Mentira, y después La Casa en la Calle del Olmo, y todas estarán protagonizadas por un actor respetado de una serie mejor, todas tendrán cinco giros en seis episodios, y todas serán olvidadas un mes después de su estreno. No es la muerte del thriller como género —ese sobrevivirá—. Es, como sugiere el material original, una muerte lenta. Una muerte por mil cortadas de mediocridad. Un final silencioso, cómodo y, deprimentemente, muy rentable. Y todos lo estamos viendo pasar. Episodio por episodio.






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