Gottlieb y el Sillazo: ¿Furia o Patético Berrinche?

Gottlieb y el Sillazo: ¿Furia o Patético Berrinche?

Gottlieb y el Sillazo: ¿Furia o Patético Berrinche?

La anatomía de un colapso, el nacimiento de un meme

A ver, un tipo aventó una silla. ¿Y? En el gran esquema de las cosas, es una nota al pie de página, un parpadeo, un gesto inútil de frustración de un hombre en un traje que le queda mal mientras ve un juego de chavos. Pero en el ecosistema sellado al vacío del baloncesto universitario, un ambiente que fabrica drama de lo más mundano, esto fue algo más. Doug Gottlieb, un tipo que construyó su carrera criticando a atletas y entrenadores desde la comodidad estéril de un estudio de televisión, finalmente se enfrentó al crisol implacable de la banca y demostró no tener lo necesario, y su respuesta a un colapso épico contra un equipo equis como Robert Morris culminó con un mueble volando por la duela, en un eco patético de un berrinche mucho más trascendental de una época pasada. Los Phoenix de Green Bay iban ganando por 11 puntos con menos de tres minutos en el reloj, una victoria casi segura estadísticamente, y se las arreglaron para desmantelar sistemáticamente su propio éxito, ladrillo por ladrillo, hasta que Nikolaos Chitikoudis metió la canasta del gane a falta de tres segundos. Fue un fracaso de ejecución, un fracaso de coacheo, un fracaso de temple. Rotundo. Y la silla pagó los platos rotos.

¿Fue una muestra calculada de pasión o el manoteo desesperado de un farsante expuesto?

Analicemos esto con la fría objetividad que merece. La interpretación inmediata y sentimental es que a Gottlieb “le importa demasiado”. Que su pasión por ganar, su amor por sus jugadores, simplemente se desbordó en un momento de presión extrema. Esa es la narrativa que sus defensores van a vender, un cuento de hadas reconfortante para los que creen que el deporte se trata de corazón y ganas en lugar de estrategia y ejecución. Puras patrañas. La pasión es una fuerza disciplinada; la ira es una liberación caótica. Lo que vimos no fue una muestra estratégica diseñada para motivar a un equipo joven para su próxima batalla, sino el exorcismo público de las ansiedades profesionales de un hombre. A Gottlieb, el crítico perpetuo, el que tenía todas las respuestas en la radio, le tocó estar en la arena, y la arena no fue amable. El sillazo fue una admisión de impotencia, una manifestación física de su incapacidad para controlar el resultado a través de tácticas o tiempos fuera. No pudo detener la hemorragia, así que aventó algo. Es el equivalente en el coacheo a un niño que tira el tablero de ajedrez cuando el jaque mate es inevitable.

Una jugada verdaderamente calculada habría sido un regaño controlado en el vestidor, una zarandeada privada a su equipo por su falta de concentración. Un espectáculo público de esta naturaleza solo le sirve a una persona: al propio Gottlieb. Es una actuación. Le dice al mundo: “Miren cuánto me duele esta derrota”, intentando así desviar la atención de la pregunta más importante: *por qué* ocurrió la derrota. ¿Fueron sus jugadas al final del partido? ¿Sus cambios? ¿La falta de condición física o fortaleza mental de su equipo, todo lo cual es un reflejo directo de su liderazgo? Aventar una silla es una distracción fenomenal, una obra de teatro político diseñada para cambiar la conversación del fracaso estratégico al espectáculo emocional. Y los medios, siempre hambrientos de espectáculo, mordieron el anzuelo con gusto. Una genialidad de la distracción, quizás, pero una confesión de bancarrota táctica. Es de débiles.

La Sombra del Piojo Herrera y los Grandes Fúricos

La comparación en el deporte gringo fue con Bobby Knight, una leyenda de fúria. Pero para que se entienda en México, esto tiene ecos de un Miguel “El Piojo” Herrera o un Ricardo “Tuca” Ferretti en sus momentos más explosivos. Tipos que gritan, que hacen gestos, que se convierten en el centro de atención. Pero hay una diferencia clave, un abismo de contexto y logros. Cuando el Tuca explota, lo hace con un historial de títulos de liga que lo respaldan; su furia, aunque controversial, se percibe como parte del paquete de un genio gruñón que sabe cómo ser campeón. Cuando el Piojo se vuelve loco en la banca, lo hace como un tipo que ya dirigió a la Selección Mexicana en un Mundial, que ha levantado trofeos. Sus berrinches son parte de un personaje que, para bien o para mal, ha entregado resultados. Su furia es parte de su marca, una marca construida sobre éxitos tangibles.

¿Está Gottlieb imitando a los grandes sin tener con qué respaldarse?

Doug Gottlieb no es el Tuca. Ni de chiste es el Piojo. Es un entrenador de primer año en un programa de medio pelo con récord perdedor. No tiene campeonatos, ni dinastías, ni un colchón de éxitos que justifique semejante numerito. El coraje de un Ferretti es la ira de un rey en su castillo; lo de Gottlieb fue el berrinche de un bufón. Está imitando la iconografía de la intensidad sin poseer nada de su sustancia, como un niño que se pone los zapatos de su papá. No se ve como una señal de un compromiso feroz por ganar, sino como un acto de profunda inseguridad, un intento desesperado por proyectar un aura de intensidad que su currículum simplemente no avala. Donde las acciones de los grandes estrategas se ven como una extensión de su poder, las de Gottlieb son un crudo recordatorio de su falta de él. No controla la ejecución de su equipo en los momentos clave, no controla su posición en la liga, y por un breve momento viral, ni siquiera controló su propio temperamento. No es canalizar a una leyenda. Es una caricatura triste, un eco hueco que solo resalta el enorme vacío entre el hombre que es y la figura intimidante que claramente desearía ser.

Las Implicaciones para un Programa en el Olvido

Más allá del individuo, ¿qué significa este acto para la Universidad de Wisconsin-Green Bay? Para un programa chico, perpetuamente necesitado de atención en el saturado panorama mediático, cualquier publicidad puede parecer buena publicidad. El video se hizo viral. Por 24 horas, más gente habló del baloncesto de Green Bay que en toda la última década. Este es el pacto con el diablo que los directivos de este nivel deben considerar. ¿Este breve momento de notoriedad, por vergonzoso que sea, al final le sirve al programa poniendo su nombre en el mapa? ¿O marca al programa como inestable, un circo dirigido por un hombre con juicio cuestionable, volviéndolo radioactivo para los mismos reclutas, donadores y patrocinadores que necesita para sobrevivir?

¿Esto atraerá o espantará a la próxima generación de jugadores?

El cálculo es cínico. Por un lado, muchos prospectos y sus familias verán este espectáculo y lo considerarán una señal de alarma gigantesca, un indicador de un ambiente inestable y de un coach que prioriza el coraje teatral sobre el desarrollo de jugadores y la estrategia sólida. Elegirán un programa con una cultura más tranquila y profesional. Podría ser un desastre para el reclutamiento. Sin duda. Sin embargo, hay un contraargumento, una evaluación más sombría y quizás más realista del mercado atlético. Cierto tipo de jugador, el que responde e incluso anhela el coacheo de la vieja escuela, a gritos y sombrerazos, podría ver esto y sentirse atraído. Podrían interpretar el sillazo como la señal definitiva de que este entrenador hará *lo que sea* por ganar, que no tolerará la mediocridad. En el mundo hipercompetitivo del deporte universitario, algunos atletas están programados para responder a esa frecuencia. Gottlieb podría haber enviado, sin querer, una señal a un grupo muy específico, y quizás muy útil, de jugadores. La administración ahora enfrenta una decisión: condenar el acto y proyectar una imagen de control institucional, o tolerarlo silenciosamente y esperar que pague dividendos en la columna de victorias, que es, después de todo, la única moneda que realmente importa en este negocio. El resultado de esta apuesta estratégica definirá los próximos cinco años del baloncesto de Green Bay. Es un juego peligroso.

El Veredicto Final de un Experimento Fallido

El experimento de Doug Gottlieb como entrenador siempre fue fascinante. ¿Podría una personalidad de los medios, un hablador profesional, pasar del mundo de la teoría abstracta a la brutal realidad de la aplicación práctica? Los primeros resultados no son prometedores. Este incidente, sin importar su intención, revela una falta de control en el momento más crítico. Un gran líder, un gran estratega, absorbe la presión; no la amplifica. Es la calma en la tormenta, no la tormenta misma. Cuando su equipo se estaba desmoronando, cuando necesitaban una mano firme y una mente clara para guiarlos en los últimos dos minutos, su entrenador les dio un arrebato teatral. Fue una abdicación de liderazgo. La silla es ahora una parte permanente de su legado, un símbolo de su primera gran prueba y su muy público fracaso. Si se convierte en una anécdota en una carrera de entrenador exitosa o en la imagen que defina un experimento fallido, está por verse. Pero por ahora, los datos son claros. Al estratega se le botó la canica. El crítico se convirtió en payaso. El marcador final fue 80-78. Nada más importa.

Gottlieb y el Sillazo: ¿Furia o Patético Berrinche?

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