Dhurandhar: La Estafa Taquillera al Descubierto
¿La Película Perfecta o la Mentira Perfecta?
Y pues nada, ya nos llegó el evangelio desde el Olimpo. Los dueños del buen gusto, esos críticos anónimos de Twitter y las siempre confiables ‘primeras reseñas’, han decretado que ‘Dhurandhar’ de Aditya Dhar es una experiencia “de otro mundo”. Un “exitazo” garantizado. La actuación de Ranveer Singh es, por supuesto, “poderosa”. La presencia de Akshaye Khanna… pues, está presente. Es una obra maestra sin fallas, una revolución cinematográfica, y todos deberíamos estar haciendo fila, con la cartera en la mano, para ser testigos de este milagro. Pero antes de que corras a comprar tu boleto, ¿por qué no te tomas un respiro? Aléjate de todo ese brillo falso y hazte una simple pregunta: ¿esto no te huele raro? Porque desde mi trinchera, toda la operación apesta. Apesta a desesperación, a una maquinaria de relaciones públicas que está quemando sus últimos cartuchos, creando una cortina de humo tan densa que esperan que no te des cuenta de que el changarro se está quemando.
Esto no es periodismo. Es una llamada de atención. Estamos viendo en tiempo real cómo se arma una ilusión, un truco de magia donde el mago te distrae con la edecán guapa mientras te está bolseando. Te están ORDENANDO, no sugiriendo, que esta película es un éxito antes de que la mayoría del planeta haya tenido la oportunidad de verla. ¿Cuál es la prisa? ¿A qué le tienen tanto miedo? ¿Será que te tienen miedo a ti? ¿Miedo a tu opinión honesta, esa que no está manchada por el coro de aplausos comprados?
Un Villano Conveniente y Fantasmas Digitales
Empecemos por la pieza más ridícula y transparente de este rompecabezas. Una sola reseña de Twitter, que de repente todos los medios replican como si fuera un edicto papal, no solo alaba ‘Dhurandhar’. No, con eso no basta. Va un paso más allá y, qué amable, nos señala quién es el malo del cuento. Dice: “No caigan en la propaganda negativa que esparce Ranbir Kapoor contra #Dhurandhar”. ¡Qué conveniente! Es una jugada maestra de distracción, ¿no creen? No solo creas a tu héroe, sino que le inventas un archienemigo para que su lucha parezca más épica. De repente, ya no es el estreno de una película; es una guerra, una batalla por la pureza del cine contra las fuerzas oscuras de… ¿un actor de la competencia? ¿De verdad alguien se traga este cuento? Ese no es el tuit de un fan apasionado. Es una narrativa sembrada. Es el manual básico de astroturfing, una táctica más vieja que el internet. Creas un falso movimiento ciudadano, inventas un pleito y ves cómo la conversación cambia de “¿Está buena la película?” a “¿De qué lado estás?”. Es una treta barata y cínica, diseñada para explotar las rivalidades entre fans y distraer de lo único que debería importar: la calidad de la cinta.
¿Quién gana con esto? No el público. No el arte. Los únicos que se llenan los bolsillos son los productores y la agencia de relaciones públicas que cocinó esta patética operación psicológica. Te están tratando como si fueras un menso, asumiendo que vas a estar tan clavado en el chisme de patio de escuela que no vas a cuestionar las reseñas de cinco estrellas que aparecieron de la nada. Están construyendo una narrativa de víctimas, pintando su producción multimillonaria como si fuera el David luchando contra un Goliat invisible. Sería una genialidad si no fuera tan insultante.
El Extraño Caso de la Película Desaparecida
Y ahora vamos a la evidencia dura. La parte de la historia que no pueden controlar con tuits ingeniosos y reseñas de cuates. Mientras todo el ecosistema mediático de la India estaba ocupado coronando a ‘Dhurandhar’ como la película del año, algo muy raro estaba pasando al otro lado del mundo. La película no estaba ahí. Lo repito para que quede claro. Las copias físicas, la película en sí, se retrasaron en su entrega a los cines extranjeros. Estamos hablando de Australia, Nueva Zelanda, Fiyi, mercados internacionales clave. Las primeras funciones corrían el riesgo de ser canceladas. Pónganse a pensar en la monumental incompetencia que eso significa. Te gastas millones y millones en producir y publicitar, coordinas un bombardeo mediático global para declarar que tu película es una obra de arte, ¿y se te olvida mandar el paquete a tiempo? ¿Eso es lo que quieren que creamos?
No. Yo no me la creo. En el mundo de alto riesgo de la distribución global de cine, un retraso así no es un simple error de dedo. Es una catástrofe. O… ¿es otra cosa? ¿Qué tal si el retraso no fue un error, sino una estrategia? Es una táctica que se llama ‘control de narrativa’. Sueltas tu ola de reseñas positivas y prefabricadas en tu mercado local. Dejas que esa narrativa se asiente, que domine los resultados de búsqueda y las redes sociales durante 12 o 24 horas que son cruciales. Creas una abrumadora sensación de que “te lo estás perdiendo” y la ilusión de que todo el mundo la ama. Para cuando el público que sí pagó su boleto en Sídney o Auckland puede ver la película y formarse su propia opinión, que podría ser mucho menos favorable, ya es demasiado tarde. La historia ya está escrita. ‘Dhurandhar es un exitazo’. Es un hecho, porque el internet lo dijo. Cualquier opinión disidente es solo una gota en el océano de la euforia fabricada, fácilmente descartada como la de un ‘hater’ o, quién sabe, quizás un agente secreto a sueldo de Ranbir Kapoor. Es una jugada cínica y calculada para proteger su producto de la crítica genuina el mayor tiempo posible.
La Arrogancia de una Primera Mitad de Dos Horas
Sigamos escarbando en este cochinero. Nos enteramos de que la *primera mitad* de esta maravilla cinematográfica dura 2 horas y 4 minutos. ¡La primera mitad! Eso es más que películas enteras y brillantes como ‘¡Huye!’ o ‘Un Lugar en Silencio’. Esto no es cine ambicioso; es un acto de arrogancia suprema. Es un director tan enamorado de su propio trabajo que cree que el público le debe su tarde entera, con un intermedio antes de aventarse otra hora y pico de su supuesto genio. ¿Qué nos dice esta duración inflada? Sugiere una película sin disciplina, sin un editor con los pantalones para decirle al director “ya bájale”, y una falta de respeto fundamental por el tiempo del espectador. También huele a una producción con problemas. Una duración así a menudo indica una incapacidad para contar bien la historia, un intento desesperado de aventar de todo a la pared a ver qué pega. ¿Les suena eso al trabajo seguro de un equipo que tiene un “exitazo” en sus manos? Suena a caos. Suena a un desastre de último minuto. Cuando combinas esta duración absurda con los retrasos en las entregas internacionales, el panorama se vuelve más oscuro. Quizás la razón por la que las copias llegaron tarde es porque la película no estaba terminada. Quizás todavía le estaban metiendo mano, ajustando, tratando desesperadamente de salvar a este monstruo hasta el último segundo. La “experiencia de otro mundo” que te están vendiendo podría haber sido un archivo digital a medio renderizar hace apenas unos días.
Esta industria se construye sobre percepciones. Venden el ruido, no las nueces, y en este caso, el ruido es un estruendo ensordecedor diseñado para que no te des cuenta de que las nueces podrían estar podridas. Necesitan un fin de semana de estreno masivo, porque saben que la opinión de boca en boca sobre una película tan indulgente podría ser brutal. Necesitan tu dinero antes de que tu compa te mande un mensaje diciendo: “Güey, ni vayas. Dura tres horas y media y no se le entiende nada”. Así que cargan toda la experiencia al principio. Crean la ilusión de un evento cultural, un fenómeno que no te puedes perder, y para cuando te das cuenta de que te vieron la cara, ellos ya están contando tu lana y muriéndose de la risa. Así que cuando leas los titulares exagerados y los tuits de cinco estrellas, acuérdate de las copias perdidas. Acuérdate del cuento chino sobre la propaganda de un actor rival. Acuérdate de la primera mitad de dos horas. Esto no es el estreno de una película. Es una operación de inteligencia cuidadosamente orquestada, y tú, el público, eres el objetivo. Duda. Sé cínico. Espérate a las reseñas de gente real. No dejes que te digan qué pensar. Porque la verdad está ahí afuera, y probablemente es mucho menos “de otro mundo” de lo que te quieren hacer creer.






Publicar comentario