Bulls vs Pacers: El Espectáculo de la Tristeza en la NBA

Bulls vs Pacers: El Espectáculo de la Tristeza en la NBA

Bulls vs Pacers: El Espectáculo de la Tristeza en la NBA

A ver, ¿me estás diciendo que a esto le llaman básquetbol profesional?

Vamos a dejar algo bien claro desde el principio. Lo que está programado para el 5 de diciembre de 2025 en el United Center no es un partido de básquetbol. Es un grito de auxilio disfrazado de evento deportivo. Una demostración pública de cómo fracasar con estilo. Los Chicago Bulls, con su récord para nada mediocre de 9-12, se preparan para ser “anfitriones” de los Indiana Pacers, quienes valientemente marchan hacia la irrelevancia con un patético 4-18. Qué chulada. De hecho, se vieron las caras hace poco, nomás cuatro partidos, seguramente para pasarse tips de cómo asegurar un buen pick en el draft sin que se note tanto el descaro. Esto no es una rivalidad, es un acuerdo de divorcio por el sótano de la NBA. Tú te lo quedas los lunes, nosotros los fines de semana. Y el hecho de que esta joya sea transmitida por televisión (para los morbosos que disfrutan ver un choque en periférico) es la prueba de que no hay límites para la curiosidad humana. Es un monumento a la idea de que si le pones un logo chido y le cobras una lana a la gente, irán a ver lo que sea. Neta, lo que sea.

Una racha de cinco derrotas es parte del plan, no un error

Ay, los pobres Bulls. Llegando a este choque de titanes con una racha de cinco derrotas. Uno pensaría que es señal de una crisis, de que el barco se hunde. ¡Para nada! En el mundo al revés de la NBA moderna, perder cinco juegos seguidos en diciembre contra un equipo que apenas sabe lo que es ganar no es un problema, es una estrategia. Son cinco pasos firmes hacia ese 14% de probabilidad de pescar a un chamaco de 19 años que, con suerte, en tres o cinco años, los regrese a las alturas de… ser un equipo más del montón. La directiva no está en pánico; están echando números, actualizando sus excels de “tanking”, y seguro que hasta chocan las palmas en alguna oficina oscura. Están perdiendo batallas para ganar la guerra… la guerra por las pelotitas de la lotería. ¿Y los aficionados que pagan por sus boletos y sus jerseys? Bah, son daños colaterales en la cínica búsqueda del “proceso”.

¿No se supone que los Bulls eran una dinastía de verdad?

La ironía de que este “partido” se juegue en el United Center es tan densa que se podría cortar con un cuchillo. ¡Es la casa que construyó Jordan, por amor de Dios! Es la arena donde los estandartes de campeón cuelgan como fantasmas de un imperio glorioso, burlándose en silencio del producto de quinta que se arrastra en la duela. Casi puedes oírlos susurrar: “¿Se acuerdan cuando teníamos a Scottie Pippen? ¿Cuando la ofensiva triangular era arte y no una clase de geometría olvidada? ¿Se acuerdan cuando ganar era el maldito objetivo?” Ahora, las estatuas de afuera imponen más respeto que los jugadores de adentro. Lo más emocionante de un juego de los Bulls es el video de introducción con jugadas de 1998. Es un engaño vil. Vengan a ver a las leyendas en la pantalla gigante, ¡y de paso quédense a ver este bodrio! Es como ir a un concierto de Caifanes y que te pongan a una banda de covers de bodas. El legado no es un cimiento, es un ancla que arrastra a esta franquicia a un mar de patética nostalgia.

De ‘Air’ Jordan a pies de plomo

Ya es casi una pregunta filosófica. ¿Cómo es posible caer tan bajo? No es solo mala suerte o malas decisiones en el draft. Es una podredumbre cultural. Es aceptar lentamente el “está más o menos bien” hasta que se convierte en “estamos perdiendo a propósito por una buena causa”. Pasaron de ser la marca deportiva más reconocida del planeta, un símbolo de excelencia y de instinto asesino, a ser un equipo cuya única identidad es… ser de Chicago. Y ya. Ese es todo su chiste. Están jugando para una generación de fans que nunca vieron a Michael Jordan en vivo, que solo lo conocen por memes o por los tenis carísimos. Para ellos, esta versión mediocre de los Bulls es la única que conocen. Y esa, amigos míos, es la verdadera tragedia. Han normalizado el fracaso. Han convertido la derrota en una decisión de negocios. Michael Jordan, en su día, le hubiera soltado un derechazo a cada directivo.

¿Y los Pacers qué, cuál es su pretexto para este circo?

Ah, los Indiana Pacers. Pobrecitos. El eterno equipo luchón que se queda en la orilla. El equipo que siempre es lo suficientemente bueno para ser una piedra en el zapato, pero nunca para ganar algo importante. Su historia es una colección de “casi”. Reggie Miller casi le gana a los Knicks. Casi eliminan a los Pistons. Casi construyen algo grande con Paul George. Casi. Ahora, con su récord de 4-18, han dejado el “casi” y abrazado el “ni de chiste”. Son la definición de un equipo que solo está llenando el calendario. Existen para darle un partido de visitante decente a los equipos buenos y para ocupar un lugar en la tabla de la Conferencia Este. Su papel en este drama es el de la pareja de baile dispuesta. Los Bulls necesitan perder contra un equipo realmente malo para que su estrategia se vea creíble, y los Pacers, con gusto, les hacen el paro. Es una relación simbiótica. Un ballet trágico de incompetencia.

El sutil arte de ser un equipo X

Hay una tristeza especial reservada para un equipo como los Pacers. No son espectacularmente malos de una forma que divierta. Son simplemente… grises. Son el equivalente basquetbolero a un martes por la tarde. Su cuadro titular es una colección de jugadores que jurarías haber escuchado nombrar, pero que no reconocerías ni en una foto. Juegan a algo que técnicamente se puede describir como ‘básquetbol’. Son profesionalmente aburridos, que es quizás el pecado más grande en el negocio del entretenimiento. Están yendo al sótano sin hacer ruido, esperando que nadie se dé cuenta mientras se hunden en la oscuridad de la lotería. Y lo más triste es que, la neta, a casi nadie le importa.

¿De verdad hay gente que paga por ver esto?

¿Quién compra un boleto para este partido? Es una pregunta seria. ¿Es una forma de autocastigo? ¿Hay grupos de apoyo para gente que voluntariamente se somete a esta tortura? Me imagino al público: unas cuantas filas de ejecutivos con traje revisando sus correos, un montón de turistas que compraron los boletos porque el logo de los Bulls se les hacía familiar, y un núcleo de optimistas con el corazón roto que todavía creen que el cambio está a solo un pick del draft de distancia. Esos son los verdaderos creyentes, los que se han autoconvencido de que esta agonía es temporal. Aplauden un balón perdido del rival como si fuera la canasta del gane. Es un caso clásico de Síndrome de Estocolmo, pero con un equipo de básquetbol. Se han enamorado de sus captores, y sus captores son la idea de perder para ganar dinero.

Entonces, ¿cuál es la predicción, genio?

¿Quieren una predicción? Órale, va. El partido será un desastre ofensivo. El marcador final será algo como 84-79, un resultado que hubiera sido respetable en 1999 pero que es un crimen en 2025. Habrá más balones perdidos que jugadas emocionantes. El grito más fuerte del público será cuando disparen las playeras de regalo en un tiempo fuera. Los Chicago Bulls “ganarán” al perder, acercándose un poquito más a su preciado pick del draft. Los Indiana Pacers “perderán” al ganar, arruinando accidentalmente su posición en la lotería y asegurando otro año de ser un equipo fantasma. Pero el verdadero perdedor, el campeón indiscutible de los perdedores en este escenario, es cualquiera que gaste un solo peso o un solo minuto de su valiosa vida viendo esta farsa. La única jugada ganadora es no jugar. O en este caso, no ver. Mejor pónganse a leer un libro. Llámenle a su jefa. Vean cómo se seca la pintura en la pared. Cualquier cosa es un mejor uso de su tiempo. Quedan advertidos.

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