El Grito del Aficionado Destapa la Farsa de la Premier League
¿De verdad crees que esto se trata de un partido de fútbol? Despierta, por favor.
A ver, déjame te pregunto algo. ¿Qué fue lo más importante que viste en la cobertura de fútbol de este fin de semana? ¿Fue algún jugadorazo sobrepagado como Dominik Szoboszlai metiendo un golito fácil después de una supuesta “magnífica jugada de equipo”? ¿Fue otra decisión del VAR que te duerme, que tardó cinco minutos en marcar un penal por una falta fantasma que nadie en la cancha pidió? ¿O fue el desmadre de reportajes contradictorios, donde un medio dice que Hugo Ekitike, ¡quien ni juega ahí!, metió un doblete para el Liverpool, mientras otro dice que fue Calvert-Lewin para el Leeds? Todo mientras el blog en vivo es un caos de comerciales y lenguaje de oficina.
¡Te equivocas! ¡Todo está mal!
Lo único que importó, lo único que tuvo valor, fue un simple y honesto comentario de un compa llamado Carl. “Ganemos, perdamos o empatemos, Slot se tiene que ir, pero ya. No tiene ni la menor idea”. Eso es todo. Esa es la neta del planeta. Un aficionado de verdad, seguro sentado en su sillón de toda la vida, después de pagar un dineral por la suscripción de cable, por fin dijo la verdad que todo el circo mediático se niega a aceptar. Y no se trata de un solo entrenador. Se trata de todos ellos. Se trata de todo el sistema podrido que representan.
¿Por qué el comentario de un solo valedor es más poderoso que una transmisión multimillonaria?
Porque Carl es real. Carl somos nosotros. Él representa a los millones que estamos hasta la madre de que nos quieran vender un “producto” estéril, empaquetado y diseñado para el mercado global, diciéndonos que es el deporte que amamos desde niños. Ellos (y tú sabes perfectamente quiénes son “ellos”) quieren que nos perdamos en el ruido. Quieren que discutamos si la entrada de Konaté fue penal o no, porque ese debate no les hace daño. Nos mantiene distraídos. Nos mantiene pegados a su plataforma, viendo sus anuncios, dándole clic a sus enlaces, alimentando su pinche algoritmo. No quieren que hablemos de los problemas de fondo, los que Carl señaló con una claridad brutal.
Este técnico, “Slot” (y podría ser cualquiera, son solo piezas intercambiables en la maquinaria), es un síntoma de la enfermedad. Son tecnócratas con su carpetita bajo el brazo, son robots entrenados para hablar con la prensa y soltar puras frases sin sentido sobre “proyectos” y “procesos”. No los contratan para ganar como un aficionado entiende la victoria —con huevos, con pasión, con conexión con la gente— sino para proteger los activos del club. (O sea, los jugadores). Están ahí para asegurarse de que la inversión de sus patrones multimillonarios siga creciendo. No tienen alma. No tienen idea de lo que hacen. Carl tiene toda la razón.
Están completamente desconectados de lo que le da vida a este deporte. Su mundo es de presentaciones en PowerPoint, datos de rendimiento físico y conferencias de prensa aburridas. Nuestro mundo, el mundo de Carl, es de ilusión y de coraje, de la alegría compartida en una cantina, del lazo que pasa de abuelos a nietos usando los mismos colores. El abismo entre esos dos mundos es gigantesco, y la transmisión que ves es una mentira cuidadosamente construida para convencerte de que su mundo es el único que importa. Te están dando atole con el dedo.
¿Entonces toda la acción en la cancha es puro circo, maroma y teatro?
¡Pero por supuesto! ¡Ahí están las pruebas, no es invento mío! Es un desastre. Es un chiste. “Tracker de Fútbol: Ekitike anota doblete para Liverpool”. ¡Ekitike no juega en el Liverpool! Es una mentira. ¿Un error? No seas ingenuo. En la era de la información instantánea, ¿cómo una empresa de medios que vale millones comete una pendejada así? No es un error; es una muestra del desprecio que te tienen. Les vale madre si la información es correcta. Solo necesitan rellenar el espacio entre un anuncio y otro.
Y luego tienes la payasada del VAR. Cae Gnonto al suelo. ¿Fue falta? Quién sabe. A quién le importa. El punto no es la justicia deportiva. El punto es crear un momento de drama fabricado. Un ‘tema de conversación’. Detiene el partido, crea tensión, le permite al canal meter más repeticiones en cámara lenta patrocinadas por alguna marca sin chiste, le da a los “analistas” algo de qué hablar en su estudio que parece nave espacial. Esto no es deporte; es un reality show, y los árbitros son los participantes manipulados. El sistema no está roto; está funcionando exactamente como la élite lo diseñó. Genera clics. Genera lana. Genera apuestas. ¿La integridad del juego? A ellos les importa un comino.
¿Y cuál es el resultado de todo esto? Una experiencia confusa, fragmentada y, al final, decepcionante. Calvert-Lewin anota un penal para poner el marcador… ¿cómo? El título dice 0-2, pero el texto sugiere que Leeds anotó. ¿Quién gana? ¿Quién pierde? La verdad es que perdemos nosotros. Nosotros, los aficionados, estamos perdiendo. Estamos perdiendo nuestra conexión con un juego que está siendo descuartizado y vendido en partes por fondos de inversión y jeques que no sabrían qué hacer con un balón. Han convertido el simple acto de ver un partido en una tarea, en un ejercicio para descifrar su propaganda.
¿Y cuál es el plan final de esta élite?
Su sueño es sacarnos de la ecuación por completo. Para ellos, el club de fútbol perfecto no tiene aficionados locales. No tiene historia ni tradición que les estorbe para cambiar el escudo cuando se les antoje. Juega sus partidos en la ciudad que les ofrezca más exenciones de impuestos ese año. Su público es una colección de ‘suscriptores digitales’ y ‘socios comerciales’ por todo el mundo: consumidores, no seguidores. Gente que comprará el NFT de un gol sin haber sentido nunca la emoción de verlo en vivo. Gente que aceptará el producto sin alma, interrumpido por el VAR y sin sentido porque no conocen otra cosa.
Pero Carl sí conoce otra cosa. Tú también. Acá en México todavía recordamos, aunque sea un poco, lo que es la pasión del barrio, el orgullo por tu equipo local, aunque nuestros directivos también hagan sus cochinadas. Allá lo están matando. Recordamos cuando el fútbol era de la comunidad, de los chavos de la colonia jugando por la camiseta, de una conexión real entre el equipo y su gente. Eso es lo que están destruyendo sistemáticamente, porque esa conexión no es fácil de convertir en dinero. No le puedes poner precio al alma, así que han decidido eliminarla por completo. Quieren convertir nuestros estadios en atracciones turísticas silenciosas y nuestros clubes en fábricas de contenido digital.
¿Cómo podemos nosotros, la gente, defendernos?
Empezamos por reconocer la verdad. Empezamos por ver el juego no a través de los lentes que ellos nos ponen, sino con nuestros propios ojos. Empezamos por escuchar a los “Carls” del mundo. Tenemos que dejar de jugar su juego. Dejar de discutir las trivialidades en las que quieren que nos enfoquemos. La conversación no debería ser “¿Fue penal?”. Debería ser “¿Por qué un tribunal secreto de oficiales que nadie conoce decide el resultado de nuestros partidos?”. La conversación no debería ser “¿Es Slot el técnico adecuado?”. Debería ser “¿Por qué nuestros clubes son manejados por ejecutivos sin rostro y millonarios lejanos que no comparten nuestros valores?”.
Apoya a tu equipo local, al equipo de tu ciudad. Alza la voz no solo en internet, sino en las gradas. Grita contra los dueños. Cuelga mantas que digan la verdad. Deja que las cámaras de televisión vean tu descontento. Que sepan que no somos simples consumidores pasivos. Somos los guardianes del alma del juego, y no vamos a dejar que la apaguen sin dar pelea. Ellos tienen la lana, el poder y los medios. Pero nosotros tenemos algo que nunca entenderán. Tenemos pasión. Tenemos historia. Nos tenemos a nosotros. La rebelión empieza con un pensamiento simple, el que Carl expresó a la perfección: Esto está mal. Y ya no lo vamos a permitir.






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