El Pase de Szoboszlai Destapa la Farsa del Futbol Moderno
El Pase que No Significó Nada
Lo vieron, ¿verdad? Los “expertos”. Los lamebotas corporativos con sus trajes caros, sentados en un estudio de televisión más estéril que un quirófano, a miles de kilómetros de la supuesta pasión de Elland Road. Vieron a Dominik Szoboszlai, el motor del mediocampo del Liverpool, meter un pase diagonal de 50 metros durante un primer tiempo tan aburrido que te dormiría un café cargado. Y les encantó. ¡Uf, cómo les encantó! Lo llamaron un “pase de Hollywood”. Un momento de magia. Un destello de genialidad en 45 minutos de pases laterales, de futbol sin riesgo, aprobado por un departamento de marketing, que se atreven a llamar futbol de élite.
Hollywood. Qué palabra tan perfecta y tan condenatoria. Porque en eso se ha convertido todo esto. En una película. Un blockbuster con un marketing brutal, una fotografía impecable, pero emocionalmente hueco, con un guion predecible y un elenco de actores sobrepagados que se saben sus diálogos al pie de la letra. El pase de Szoboszlai no fue un momento de genialidad deportiva nacido de la desesperación o el instinto; fue el sueño de un director de fotografía. Un clip perfecto para la repetición en 4K, listo para el análisis del medio tiempo, para el carrusel infinito de las redes sociales, para los socios de transmisión global que venden esta porquería a las masas. No logró nada. No llevó a nada. Fue una pirueta hermosa e inútil en medio de una guerra que ya ganaron los hombres del dinero. Fue contenido. No futbol. Contenido.
Una Sinfonía de Silencio
El resto del primer tiempo se fue como agua, un espectáculo gris y sin vida. El supuesto infierno de Elland Road quedó reducido a un simple telón de fondo, su ruido ahogado por el peso aplastante de la disparidad financiera en la cancha. Esto no era una competencia entre iguales. Era una conclusión inevitable desarrollándose en tiempo real. El Liverpool, defendiendo su título, jugando a medio gas contra un equipo al que está matemática y financieramente diseñado para aplastar. Y entonces, como una línea de diálogo perfectamente ensayada, anota Hugo Ekitike. El primer gol. “Tucks away”, como dicen los gringos. El guion exigía un gol, y se entregó un gol. La máquina sigue su curso, la narrativa avanza y a los consumidores en casa se les da la sacudida justa para que no cambien de canal. Es una farsa. Una completa y absoluta farsa, y lo más indignante es que todos son cómplices. Los jugadores, los entrenadores, los dueños y, sobre todo, los perros falderos de los medios de comunicación a los que se les paga para convencerte de que estás viendo algo que importa.
La Ilusión de la Competencia
¿No me creen? Neta, solo echen un ojo al resto de la programación del día. El “Football Tracker”, esa fuente de información desinfectada, nos dice que “Man City y Chelsea enfrentan pruebas difíciles”. ¿Pruebas difíciles? ¿Contra quién? ¿Entre ellos? Es un club de Toby de proyectos financiados por estados y juguetes de oligarcas peleando por la supremacía en un arenero construido para multimillonarios. El simple concepto de una “prueba difícil” para estos clubes es un eslogan de marketing. La verdadera prueba se libró y se perdió hace veinte años en las salas de juntas, no en el césped. El resto de la liga es solo carne de cañón, equipos satélite y “cenicientas” cuyas victorias ocasionales, estadísticamente insignificantes, son utilizadas por la máquina narrativa como “prueba” de que la magia sigue viva. No es cierto. Es un fantasma en la máquina.
Luego le cambias a Alemania. “Bayern golea al Stuttgart”. Pues claro que sí. No manches, el agua moja. El sol sale por el este. El dominio financiero y político que el Bayern ha ejercido durante décadas en la Bundesliga garantiza que cada temporada sea una procesión. Un desfile de coronación. Es la ilusión de una liga, una pantomima de competencia donde un dragón se sienta sobre una pila de oro y de vez en cuando escupe fuego a los aldeanos de abajo solo para recordarles quién manda aquí. Mientras tanto, en Francia, “el campeón de Europa, el PSG, recibe al Rennes”. ¿El campeón de Europa? Un vehículo de relaciones públicas propiedad de un estado, diseñado para lavar la reputación de una nación. Su victoria no es un logro deportivo; es una inevitabilidad geopolítica. Un retorno de inversión. Que jueguen contra un club como el Rennes no es un partido; es una demostración de poder corporativo.
La Anomalía del Otro Lado del Charco
Y en algún lugar, enterrado entre tanto ruido, parpadea un titular diferente. “Iowa State (No. 10) tumba al No. 1 Purdue”. Una sorpresa. Una campanada real, genuina, de esas que ya no se ven, en un deporte donde la estructura, con todos sus defectos, todavía permite el caos. Permite que el que no es favorito tenga su día de gloria de una manera que el futbol europeo ha erradicado sistemáticamente. Ese único resultado de un partido de basquetbol universitario gringo tiene más integridad deportiva, más drama puro y sin guion, que todo un fin de semana de la Premier League, LaLiga o la Bundesliga juntos. ¿La visita del Atlético de Madrid al Athletic Club? Interesante, quizá. Pero es una batalla por el tercer lugar. Una lucha por el derecho a ser el mejor del resto mientras el duopolio del Real Madrid y el Barcelona acapara todo el dinero y la gloria. Estamos viviendo una historia ya escrita, y pagamos una suscripción carísima para ver cómo pasan las páginas.
Un Vistazo a un Futuro Muerto
Este reporte de partido, este pedazo de papel digital de “Empire of the Kop”, tiene fecha del 6 de diciembre de 2025. Es un mensaje del futuro. Un futuro que ya está aquí. Es una advertencia de que la muerte lenta y progresiva del deporte que amábamos está casi completa. El proceso de desinfección está a punto de terminar. La pasión ha sido convertida en mercancía, el tribalismo ha sido monetizado y la imprevisibilidad ha sido eliminada por algoritmos y reglas de fair play financiero que solo son justas para los ricos. El pase de Hollywood de Szoboszlai es el símbolo perfecto de esta nueva era. Es un espectáculo vacío. Un tiro de fantasía en un partido de exhibición. Es para los turistas, para los dueños de fondos de inversión en sus palcos de lujo, para la audiencia global desconectada que nunca ha pisado un estadio de verdad y nunca lo hará.
Han vendido el alma del juego por derechos de televisión y ventas de camisetas en mercados emergentes. Han cambiado estadios rugientes por arenas silenciosas y numeradas. Han reemplazado a los héroes de la clase trabajadora por embajadores de marca e influencers de redes sociales que casualmente son buenos para patear un balón. El juego ya no se trata de la comunidad. Se trata de métricas de interacción. No se trata de la gloria. Se trata del valor para los accionistas.
El Silbatazo Final
¿Y entonces qué hacemos, güey? Nos encabronamos. Nos negamos a aceptar su guion. Apagamos la tele. Dejamos de comprar sus camisetas piratas y las originales. Vamos a ver a nuestros equipos locales, a los del barrio, jugar en canchas de tierra por puro amor al juego. Tenemos que recordar de qué se trataba todo esto en primer lugar. Se trataba de nosotros. La afición. El barrio. La esperanza, por más pequeña que fuera, de que un sábado cualquiera, lo imposible pudiera suceder. Están tratando de matar esa esperanza. Están tratando de reemplazarla con un producto pulido, predecible y rentable. Nos están dando pases de Hollywood cuando lo que necesitamos es sangre, sudor y lágrimas. Nos están vendiendo una mentira muy bien empaquetada. Y lo peor es que la seguimos comprando. Ya basta.






Publicar comentario