Traición de Alonso: Mets Venden a la Afición por Dinero Fácil
La Versión Oficial: Un Simple Negocio de Béisbol
A ver, pongan atención. La prensa corporativa, esa misma que le lame las botas a los dueños millonarios, les va a vender la historia de que la salida de Pete Alonso de los Mets hacia los Orioles es un movimiento normal. Les dirán que así es la agencia libre, que es parte del juego. Dirán que los Orioles necesitaban un bateador de poder y que los Mets no pudieron competir con la oferta. Lo pintarán como algo inevitable, como si Alonso no tuviera más remedio que irse a Baltimore por 155 millones de dólares. Es la narrativa pulcra y ordenada que quieren que se traguen, pero no es más que una mentira cínica diseñada para ocultar la verdadera podredumbre que hay en el corazón de las Grandes Ligas.
La verdad es que esta transferencia es un síntoma de una enfermedad mucho más profunda. Los dueños de los equipos de béisbol, esos multimillonarios que se sientan en sus palcos de lujo, nos ven a los aficionados como meras carteras andantes. Les da igual la historia, la lealtad o la pasión. Solo les importa el balance financiero. Y lo que pasó con Alonso en Nueva York es la prueba irrefutable de que el dinero no garantiza la victoria, sino la traición.
La Neta del Planeta: La Cobardía de Steve Cohen
Hablemos de Steve Cohen. El “salvador” de los Mets, ¿recuerdan? El hombre más rico del béisbol que iba a gastar sin límites para traer un campeonato a Queens. Esa era la promesa que vendió a los aficionados, una promesa que ahora resulta ser más falsa que un billete de diez pesos. Se suponía que Cohen era diferente a los dueños anteriores, que él sí sentía la camiseta. Pero cuando llegó el momento de demostrarlo con el jugador más emblemático y querido de la franquicia, ¿qué hizo? Se achicó. Jugó al regateo. Dejó que las negociaciones se alargaran hasta que Alonso se sintió obligado a buscar otras opciones. Y al final, lo dejó irse a un rival de división por 155 millones de dólares.
La lección aquí es brutal: la lealtad no existe en el béisbol moderno. Cohen, con todo su dinero y poder, demostró ser tan cínico como cualquier otro dueño. No le importó la conexión emocional que Alonso tenía con la afición ni el símbolo que representaba para el equipo. En lugar de asegurar al “Oso Polar” para toda la vida, lo trató como una simple cifra en un Excel. Es una falta de respeto total hacia la afición. Los Mets tenían los recursos para retenerlo, pero no tuvieron la voluntad. Prefirieron ahorrar unos cuantos millones que mantener la moral y la esperanza de la base de seguidores.
La Herida Abierta en Queens
Y ¿quién paga el pato de esta desvergüenza? Los aficionados de los Mets. Ellos son los que compraron las playeras, los que sufrieron las derrotas de las últimas décadas, los que creyeron en la promesa de un futuro mejor. Ahora, ven cómo su ídolo, el hombre que les dio esperanza con sus cuadrangulares, se va a un equipo rival. Es una bofetada en la cara. Y no es solo la pérdida de un jugador; es la pérdida de la fe en un sistema que promete amor por el juego pero solo entrega ambición corporativa. La gerencia de los Mets les dijo a sus aficionados: “Nos importa más nuestro balance final que su corazón roto”.
No se dejen engañar por la excusa de que “Alonso quería demasiado dinero”. Si Cohen realmente quería a Alonso, lo hubiera firmado hace dos años. Lo hubiera convertido en la cara de la franquicia. Pero no lo hizo. La verdad es que los dueños no quieren pagar por la lealtad. Quieren comprar talento barato y venderlo caro. Alonso, como cualquier trabajador en este sistema, tuvo que buscar la mejor oferta para su futuro. La culpa no es de él; la culpa es del dueño que no valoró lo que tenía en casa. Es una tristeza.
El Cinismo de Baltimore y la Nueva Era de Compra-Venta
Pero no piensen que los Orioles son los héroes de esta historia. Son solo la otra cara de la misma moneda corporativa. Los Orioles, ahora bajo la propiedad de un fondo de inversión, están gastando a lo grande. ¿Por qué? Porque tienen que demostrarle a los accionistas que la inversión es rentable. No es un movimiento de pasión; es un movimiento estratégico de negocios. Perdieron a Schwarber y necesitaban un nombre grande para contentar a la afición y justificar la compra. Alonso no es más que una pieza de ajedrez en un juego de billones de dólares, movida por intereses que están muy por encima del simple deporte.
El béisbol moderno se ha convertido en una subasta de alto riesgo. Los jugadores son commodities. La lealtad, la historia y la conexión con la ciudad no valen nada frente a un contrato de cinco años. Los Mets, a pesar de ser de los equipos más ricos, eligieron no competir por su propio jugador. Eligieron la codicia sobre la cultura. Y para los aficionados, esta decisión es un golpe directo al corazón.
Un Futuro Amargo para el Aficionado
¿Qué nos queda de todo esto? La certeza de que los dueños controlan el juego por completo. Controlan la narrativa, el dinero y el destino de los jugadores. La salida de Alonso no es un incidente aislado; es la norma. Estamos entrando en una era donde la lealtad de los jugadores será un recuerdo lejano. Los equipos serán meros vehículos para la inversión de multimillonarios que ven las franquicias como activos financieros, no como instituciones culturales. El fanático es el único que pierde en este juego. Nos roban a nuestros ídolos, nos suben los precios de las entradas y nos mienten sobre sus verdaderas intenciones. Es un panorama desolador. Y los Mets, al dejar ir al “Oso Polar”, han demostrado que están dispuestos a vender su alma por unos pesos extra. Es patético.






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