El Fracaso del Panóptico Digital: Lecciones de Bondi

El Fracaso del Panóptico Digital: Lecciones de Bondi

El Fracaso del Panóptico Digital: Lecciones de Bondi

El Gran Hermano Digital No Nos Salvará

Hay que ser claros: la retórica de la ‘seguridad’ que sigue a un ataque como el de Bondi es, en el fondo, una cortina de humo. Nos quieren vender la idea de que la tecnología, la vigilancia constante y los datos masivos nos protegerán. Pero el caso de Australia es un recordatorio brutal de que estamos comprando una ilusión, una promesa vacía. Los sospechosos de este ataque, un dúo de padre e hijo, estaban motivados por una ideología extremista. No estaban operando en la clandestinidad total; tenían vínculos con zonas de extremismo en Filipinas, y se sabe que la ideología del Estado Islámico (ISIS) se propaga en redes sociales. El gobierno de Australia, como muchos otros, invierte miles de millones en sistemas de vigilancia digital, cámaras en cada esquina, y algoritmos de predicción. ¿Y para qué sirve todo esto si al final el peligro se materializa igual, a pesar de las ‘alertas’ y los ‘conocimientos previos’? Es la falacia del Panóptico de la era digital: nos hace sentir vigilados, pero no necesariamente seguros. El miedo se usa como pretexto para implementar más control, y el control se justifica como seguridad, creando un ciclo vicioso en el que perdemos privacidad sin ganar protección real. La tecnología es una herramienta, sí, pero en manos de un estado que prioriza la vigilancia masiva sobre la inteligencia de campo, se convierte en una costosa distracción.

La Metástasis Ideológica en la Red

La amenaza real no es un grupo de personas en un lugar remoto; es la capacidad de una ideología de cruzar fronteras a la velocidad de la luz. Los atacantes de Bondi no viajaron a Filipinas para un entrenamiento de combate tradicional; viajaron para absorber una ideología, para establecer conexiones y para ser parte de una red que opera globalmente en internet. La ‘guerra’ contra el extremismo ya no se libra en el desierto o en las montañas, sino en los servidores y en las redes sociales. Los algoritmos de las plataformas digitales, en lugar de frenar el extremismo, a menudo lo amplifican. Crean burbujas de filtro donde la radicalización se acelera. Es un hecho que el contenido extremista, al igual que el contenido de odio o la desinformación, tiene una alta tasa de engagement en las redes sociales. Las empresas tecnológicas ganan dinero con el odio, y los gobiernos no tienen ni la voluntad ni la voluntad de regularlo de manera efectiva. En lugar de eso, prefieren la solución fácil: monitorear a toda la población, asumiendo que todos somos culpables potenciales. Esta es la esencia de la distopía tecnológica: la culpa se presume, no se prueba, y todos pagamos el precio de la vigilancia constante.

¿De qué sirve el ‘Gran Hermano’ si no puede identificar el peligro a tiempo?

La Ilusión de la Previsión Algorítmica

Vivimos en una sociedad obsesionada con la idea de la ‘previsión’. Creemos que si alimentamos suficientes datos a una IA, esta podrá predecir el futuro y detener los crímenes antes de que ocurran. Este es el sueño húmedo de la tecnocracia. Pero la realidad es que los algoritmos de ‘policía predictiva’ fallan constantemente en predecir eventos aleatorios o impulsados por la ideología. En el caso de Bondi, si los atacantes ya estaban en el radar, ¿por qué falló el sistema? Los sistemas de vigilancia masiva generan una cantidad abrumadora de información, lo que se conoce como el problema de ‘la aguja en el pajar’. Hay tantas alertas de bajo nivel, tantas ‘pistas’ generadas por la IA, que los analistas humanos se ahogan en datos irrelevantes. Esto no es solo un problema de eficiencia; es un problema de diseño. Estos sistemas están diseñados para monitorear a todos, no para encontrar a unos pocos. El resultado es que la verdadera amenaza pasa desapercibida mientras el estado vigila a ciudadanos comunes. El costo de esta ineficacia no es solo económico; es la erosión constante de la libertad individual en nombre de una seguridad que nunca llega.

La tecnología de vigilancia, en lugar de hacer a la sociedad más segura, la hace más dócil. Crea un clima de autocensura y temor al castigo. Es una herramienta de control social que, de paso, capta a uno que otro criminal, pero su verdadero propósito es la docilidad. Y lo que es peor, esta tecnología se exporta a países con menos controles democráticos, como México, donde se usa para reprimir protestas sociales o vigilar a opositores políticos bajo el pretexto de la lucha contra el crimen organizado. El modelo de vigilancia global es un negocio lucrativo para las corporaciones tecnológicas y un regalo para los regímenes autoritarios.

La Narrativa del Héroe: Pan y Circo Digital

El primer ministro de Australia visita al héroe Ahmed al Ahmed en el hospital. Los medios de comunicación se llenan de historias de heroísmo. Esto es ‘pan y circo’ de la era digital. Desvía la atención del fracaso sistémico. Es mucho más fácil y reconfortante celebrar el valor individual que enfrentar la cruda realidad de que el sistema de seguridad falló. La narrativa del héroe crea una falsa sensación de que, mientras haya personas valientes, estaremos bien. Esto es mentira. La valentía individual es admirable, pero no debería ser un sustituto de la seguridad colectiva. Cuando un ciudadano tiene que arriesgar su vida para detener un ataque que el estado debería haber prevenido, el sistema ha fallado por completo. Y en lugar de exigir responsabilidades, nos dedicamos a aplaudir el heroísmo, perpetuando así la inacción del gobierno.

En América Latina, conocemos bien esta dinámica. Cuando el gobierno no puede garantizar la seguridad en las calles, los medios y la clase política se centran en historias aisladas de ‘héroes’ que enfrentaron a la delincuencia. Es una manera de normalizar la inseguridad y de justificar la ineficacia de las instituciones. El heroísmo no es una solución de política pública; es un síntoma de una enfermedad social profunda. Y la tecnología, lejos de curar esa enfermedad, solo le da un nuevo disfraz digital.

El Futuro Distópico del Control

La respuesta a este ataque, inevitablemente, será más vigilancia. Más escáneres faciales en espacios públicos, más acceso a las comunicaciones personales, más algoritmos de ‘pre-crimen’. La tecnocracia argumentará que si hubieran tenido más datos, o si la IA hubiera sido más potente, el ataque se habría evitado. Pero esto es un círculo vicioso que lleva a la distopía. El miedo al terrorismo o al crimen se usa como excusa para construir un estado de vigilancia total, donde la privacidad es un lujo que nadie se puede permitir. La tecnología nos promete seguridad, pero solo entrega control. La verdadera lucha no es contra el extremismo en sí, sino contra el control que se impone en su nombre. ¿Estamos dispuestos a vivir en una jaula digital a cambio de una promesa de seguridad que ni siquiera se cumple?

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