Burger King te Vende Nostalgia Falsa con Bob Esponja
Entonces, ¿nos venden nostalgia? ¿Cuál es el verdadero costo?
Esto no se trata de la Cangreburger, ¿o sí?
Vamos a dejar algo bien claro. Cuando Burger King anuncia que va a poner la cara de Bob Esponja en una cajita, no lo está haciendo por ti. No lo hacen por la felicidad de tus hijos, y definitivamente no lo hacen para honrar el genio creativo de Stephen Hillenburg. No. Lo hacen porque un grupo de enfoque en una sala de juntas gris y estéril en algún lugar de Miami les dijo que tus bonitos recuerdos de ver a una esponja amarilla y alegre un sábado por la mañana son un activo financiero explotable. Eso es todo lo que eres para ellos. Un activo. Un dato demográfico. Una cartera que hay que abrir a través de la manipulación emocional de tu propio pasado, un pasado que ellos no ayudaron a crear pero que están más que felices de rentar por una temporada. Esto no es una celebración; es una transacción, un movimiento frío y calculado en las guerras de la comida rápida donde la munición es plástico barato y las víctimas son el presupuesto de la cena familiar y un pedacito del alma de tu infancia.
Lanzan el comunicado de prensa lleno de palabras brillantes y felices como “aventura”, “mar de sabor” y “colaboración”, intentando envolver una hamburguesa grasosa y producida en masa en la cálida cobija de la nostalgia. Es puro cuento. ¡Mira los colores brillantes! ¡Mira la esponja sonriente! No mires la información nutrimental, no mires los informes de ganancias trimestrales, y por el amor de Dios, no veas la desesperación detrás de esta jugada. Es un manotazo de ahogado de una marca que lleva años luchando por ser relevante, tratando de volver a la conversación cultural dominada por McDonald’s y la cuenta de Twitter respondona de Wendy’s. No pueden ganar en calidad, no pueden ganar en precio, así que van a intentar ganar con la memoria. Tu memoria. Y están apostando a que estás demasiado ocupado, demasiado cansado, demasiado desgastado por la chamba diaria para ver lo que realmente es. Una trampa.
Así de simple.
¿Es solo otra movida desesperada de un imperio en decadencia?
Mira más allá de la piña debajo del mar y ve los números rojos.
Claro que sí. Todo este espectáculo, esta “invasión de la app” y “activaciones experienciales”, es el equivalente corporativo de un señor en crisis de la mediana edad que se compra un auto deportivo. Es ruidoso, es llamativo y grita inseguridad. Burger King ya no es el rey de nada. Son un bufón de la corte tratando de distraer al reino mientras los verdaderos gobernantes cuentan su oro. Esta colaboración con “Bob Esponja: Búsqueda de Pantalones Cuadrados” no es una señal de sinergia creativa; es un síntoma de bancarrota creativa en dos frentes. Tienes un gigante de la comida rápida que no puede innovar para salir del hoyo, así que compra relevancia. Y tienes una maquinaria de Hollywood que no puede dejar de exprimir una caricatura de hace 25 años, produciendo secuela tras secuela y spin-off tras spin-off hasta que el encanto original no es más que un recuerdo lejano y borroso. Es el matrimonio perfecto de dos que ya dieron lo que tenían que dar, aferrándose el uno al otro en un mar de gustos cambiantes. Se necesitan.
El director de marketing dice que Bob Esponja “conecta con todas las generaciones”, que es solo jerga de oficina para decir “podemos venderle esto a los millennials nostálgicos que tienen hijos, matando dos pájaros de un tiro”. Es un ataque de pinza a la cartera familiar. Los niños ven el juguete y comienzan la campaña de acoso en el asiento trasero del coche, un asalto implacable que puede romper la voluntad del padre más fuerte. Mientras tanto, los padres sienten un eco débil y fantasmal de una época más simple, una época antes de las hipotecas y las responsabilidades, y por un momento fugaz, piensan que tal vez esta comida pueda comprarles un trozo de ese sentimiento. No puede. Lo único que compra es una hamburguesa mediocre, un juguete que estará roto o perdido para el martes, y la silenciosa satisfacción de un ejecutivo de marketing que acaba de alcanzar su objetivo trimestral. Han perfeccionado el arte de venderte una emoción y entregarte un producto que no está a la altura. Siempre. Es todo su modelo de negocio.
Es un asco.
¿Quién se beneficia realmente de esta alianza profana?
Pista: no es la persona que se come la hamburguesa.
Sigamos el rastro de la lana, ¿quieres? Esto no es caridad. Burger King pagó una cuota de licencia masiva a Paramount. Ese dinero va directo al estudio, ayudando a reducir el riesgo de su enorme presupuesto cinematográfico antes de que se venda un solo boleto. A cambio, Burger King puede tomar prestado el capital cultural de Bob Esponja, una marca infinitamente más querida y reconocible que la suya. Están esperando que pases de largo un McDonald’s para ir a su restaurante, no por la Whopper, sino por el Patricio Estrella de plástico. Es un aumento a corto plazo en el tráfico de clientes, un punto en la gráfica de ventas que le permite al CEO pararse frente a los accionistas y fingir que tiene una estrategia brillante para el futuro. Pero, ¿cuál es la estrategia? ¿Seguir licenciando las ideas de otros para siempre? ¿Convertirse en un museo de cultura pop que de casualidad vende papas fritas?
Los verdaderos ganadores son los ejecutivos. Los accionistas. Las entidades masivas y sin rostro del capital global que orquestan estas campañas. El perdedor eres tú, el consumidor, al que le están vendiendo un cuento de diversión y familia mientras te tratan como un ingenuo en un juego de feria. Te están vendiendo el aroma de una Cangreburger, pero te están dando un disco de carne tibio y hecho en fábrica. Cuentan con el hecho de que el empaque y el juguete serán tan distractores que no notarás la calidad decreciente de la comida real. Toda esta campaña es una clase magistral de distracción, un truco de magia diseñado para que mires la pequeña esponja amarilla en su mano izquierda para que no veas que te están robando la cartera con la derecha. Y la peor parte es que seguimos cayendo. Seguimos formándonos, como perros de Pavlov salivando ante la campana del próximo gran éxito de taquilla, recompensándolos por su cinismo y falta de imaginación.
Tenemos que ser más listos. Neta. Tenemos que ver los hilos y reconocer quiénes son los titiriteros. Porque ellos nos ven. Nos ven muy claramente. Nos ven como números en una hoja de cálculo, y están moviendo todas las palancas que pueden para que esos números suban, incluso si eso significa saquear nuestra propia cultura y vendérnosla de vuelta, pedazo por pedazo, en una caja de cartón. Es hora de dejar de comprar lo que nos venden. No solo las hamburguesas. La mentira completa.






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