EA se Vendió al Imperio Gamer de Arabia Saudita

EA se Vendió al Imperio Gamer de Arabia Saudita

EA se Vendió al Imperio Gamer de Arabia Saudita

Se Acabó el Juego. Vendieron Toda la Pinche Tienda.

Y pues pasó. Mientras estabas ahí metido en el Apex buscando chucherías o mentándole la madre al FIFA por el scripting, los güeyes de traje en las oficinas estaban subastando tus recuerdos. Y Electronic Arts, la compañía que por décadas ha sido experta en sacarte hasta el último peso con microtransacciones, acaba de lograr su estafa más grande y cínica. Según los reportes, le vendieron casi toda la empresa —un increíble 93%— al Fondo de Inversión Pública de Arabia Saudita. Por 55 mil millones de dólares. Neta, piénsalo un poco. No vendieron unas cuantas acciones; les dieron las llaves del changarro completo. Un changarro que se construyó con tu lana, tu tiempo y tu pasión.

Pero esto no es una noticia financiera aburrida que puedas ignorar como si nada. Esta es la compra hostil de un ícono cultural, un imperio digital que ha definido el entretenimiento para millones de personas en todo el mundo, incluido México. Y lo compró un fondo soberano controlado por un régimen cuyo historial de derechos humanos haría que cualquier villano de videojuego pareciera un santo. Este es el final inevitable cuando el capitalismo salvaje se junta con la ambición de un petroestado. Se salieron con la suya. Como siempre.

La Invasión Silenciosa del Dinero

Porque tienes que entender que esto no fue de la noche a la mañana. Fue una invasión lenta, bien calculada, que no se peleó con armas sino con transferencias bancarias y portafolios de inversión. El PIF saudí llevaba años rondando la industria de los videojuegos, como un tiburón que huele sangre, y vieron en EA el blanco perfecto: una marca gigantesca, reconocida mundialmente, y con una cultura corporativa tan débil que se doblaría al primer cheque lo suficientemente gordo. Empezaron de a poquito, comprando acciones de Nintendo, de Capcom, de Take-Two. Nomás para calar el terreno. Estaban preparando el golpe, moviendo sus fichas en el tablero mientras todos los demás estábamos distraídos con la guerra de consolas o el último DLC polémico.

Y ahora, el jaque mate. Ya no son solo un accionista más. Son los dueños. Son los patrones, la última palabra. El 7% que queda es pura pantalla, una patética ilusión de independencia en manos de buitres financieros como Silver Lake y Affinity Partners, que ayudaron a cocinar todo este mugrero. Esos nomás están ahí para llevarse su tajada. El verdadero poder ahora está en Riad, no en California.

¿Y a ti qué? ¿Cómo te afecta, gamer?

Seguro pensarás, “¿y a mí qué? Los juegos van a seguir saliendo, ¿no?”. Esa es la mentira que quieren que te tragues. Es el discurso de relaciones públicas que ya deben estar escribiendo. Pero la neta es que cuando una empresa es propiedad de un Estado —especialmente uno con valores sociales, políticos y religiosos muy específicos y estrictos— esa ideología se filtra en todo. En cada línea de código, en cada diseño de personaje, en cada misión de la historia. No hay de otra.

Ponte a pensar. Piensa en los juegos que hace EA. Battlefield, una franquicia sobre conflictos militares modernos, muchas veces en Medio Oriente. ¿Cómo van a contar esas historias ahora que el dueño tiene un interés político directo en cómo se representa esa región? ¿De verdad crees que vas a ver una campaña que critique a Arabia Saudita o a sus aliados? ¡No manches! Sería un chiste. Lo que vas a tener son narrativas censuradas y aprobadas por un Estado, disfrazadas de entretenimiento. Propaganda por la que vas a pagar más de 1,500 pesos.

¿Y qué pasa con juegos como The Sims o Dragon Age? Franquicias que, hay que decirlo, han impulsado la inclusión y la representación LGBTQ+. A EA le encantaba ondear la bandera arcoíris y hablar de sus valores progresistas cuando le convenía para vender en Occidente. Pero, ¿cómo cuadra eso con un nuevo dueño de un país donde esas identidades no solo están mal vistas, sino que son ilegales? Algo tiene que romperse. Y te aseguro que no va a ser el dueño multimillonario. Van a ser las banderas de orgullo, las opciones de romance del mismo sexo y la libertad creativa de los desarrolladores, a quienes les van a decir que se alineen. Tu compañía de videojuegos “inclusiva” ahora es propiedad de un país donde ser inclusivo te puede llevar a la cárcel. La hipocresía es para vomitar.

La Era del ‘Gameswashing’ ha Comenzado

Todos hemos oído del ‘sportswashing’. Comprar equipos de fútbol famosos y ligas de golf para lavar la imagen de un país ante el mundo. Pues bienvenido a lo que sigue: el ‘gameswashing’. Es lo mismo, pero mil veces más potente, porque los videojuegos son más personales, más interactivos, y llegan a un público más joven y fácil de influenciar. Es el vehículo perfecto para el “poder blando”. Al ser dueño de las plataformas que moldean la cultura de toda una generación, puedes controlar sutilmente esa conversación. Puedes hacer que tu forma de ver el mundo parezca normal, hasta deseable. Divertida.

Esos 55 mil millones de dólares no son solo una inversión; son una inversión para moldear mentes. Es un anticipo para comprar relevancia cultural y limpiar una imagen global. Y cada vez que compras una copia de Madden, un pase de batalla en Apex Legends, o un sobre de cartas en el FIFA, ahora estás financiando directamente ese proyecto. Tu pasatiempo ha sido reclutado para una campaña de relaciones públicas geopolítica. Ya no eres solo un jugador; eres un participante involuntario en el branding de una nación. Qué poca madre.

El Silencio de los Vendepatrias

Pero lo que más encabrona es el silencio. El absoluto y ensordecedor silencio de ese ejército de desarrolladores, ejecutivos y periodistas de videojuegos que, hasta ayer, nos estaban dando sermones sobre ética, sobre responsabilidad social, sobre el poder de los juegos para hacer el bien. ¿Dónde están ahora? Cobrando sus cheques. Actualizando su perfil de LinkedIn. Son cómplices. Porque resultó que todo ese rollo idealista era puro marketing. Era una estrategia de marca, que se puede tirar a la basura fácilmente cuando un camión lleno de lana se estaciona en la puerta.

Todo el sistema está podrido hasta la médula. Un sistema donde una editora de juegos legendaria puede ser vaciada y vendida al mejor postor, y de lo único que se habla es del precio de las acciones. Nadie defiende el arte, ni a los que hacen los juegos, ni a los jugadores. Simplemente tomaron nuestro escape, nuestra fantasía, nuestra comunidad, y le pusieron un precio. Y el precio fue de 55 mil millones de dólares. Bienvenido al futuro de los videojuegos. Ya tiene otro dueño.

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Foto de Military_Material on Pixabay.

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