El Imperio de Kirby Smart es un Castillo de Naipes
A ver, ¿Georgia perdió un recluta y ya? ¿A quién le importa?
¡Ja! Si crees que se trata de un chavito cambiando de opinión, necesitas despertar.
Esto no es sobre un adolescente al que de repente le gustó más otro color de jersey. Sácate esa idea de la cabeza, pero ya. Esta es la primera ficha de dominó en una fila que se extiende hasta la oficina de Kirby Smart, un lugar que empieza a parecerse menos a un santuario de entrenador y más a un piso de remates de la Bolsa en pleno Lunes Negro. Estamos hablando de Jared Curtis, el mariscal de campo número uno, por consenso, de toda la generación de 2026. El niño de oro. El elegido que supuestamente iba a continuar la maquinaria de Georgia sin broncas, después de que los actuales se cansaran de coleccionar anillos de campeonato y cheques de la NFL.
Y ahora, se espera que los mande a volar. Está tomando el ‘compromiso’ que hizo y se lo está aventando en la cara al programa más grande y rudo del país. ¿Por qué? Porque todo el sistema es una farsa. Por eso.
Esto es un terremoto. Es un rechazo directo al mito que te han estado vendiendo durante años: el mito del ‘Georgia Way’, de la cultura, de la hermandad, de jugar por amor a la camiseta. Nunca se trató de eso. Se trataba de acaparar poder y talento, y ahora el talento se está dando cuenta de que tiene el sartén por el mango. Esta deserción es un síntoma de la enfermedad que ha estado pudriendo al fútbol americano colegial desde adentro: la pinche alianza entre la lana de las corporaciones, los egos de los patrocinadores millonarios y el frágil concepto de amateurismo. No es solo una grieta en los cimientos; es un socavón abriéndose justo debajo del Sanford Stadium.
¿Pero no es así como funciona la SEC ahora? ¿La ‘nueva normalidad’?
Ni se te ocurra normalizar esta porquería.
A la gente le encanta encogerse de hombros y decir: “¡Bueno, así es la era del NIL!” como si eso absolviera a los poderosos de sus pecados. Patético. Esta no es la ‘nueva normalidad’; es el monstruo que ellos mismos crearon y que ahora regresa para devorarlos. Kirby Smart y sus colegas, los meros meros directores generales del fútbol colegial, presionaron para que esto sucediera. Querían la libertad de dejar que sus patrocinadores multimillonarios canalizaran lana a los jugadores bajo el disfraz de ‘Nombre, Imagen y Semejanza’ (NIL), pensando que solo solidificaría su control sobre el poder.
Qué equivocados estaban. Se pasaron de listos.
Han convertido a chavos de 17 años en agentes libres, en mercancías que se compran y se venden. Han creado una cultura de mercenarios donde un ‘compromiso’ es solo una reserva para la siguiente y mejor oferta. Antes, un compromiso con Georgia significaba algo. Era un pacto de honor. ¿Ahora? Es más frágil que la promesa de un político en campaña. Un chavo puede jurar lealtad a la ‘G’ un día y al siguiente ya se rumora que se va a ir a otra escuela de la SEC; se susurra de Vanderbilt, ¡imagínate el descaro! Es un caos. Es una subasta donde la única lealtad es al que ponga más billetes sobre la mesa.
Y aquí está la hermosa e irónica justicia del universo: el mismo sistema que Kirby Smart explotó para construir su máquina de dos campeonatos nacionales es ahora el instrumento de su posible destrucción. Construyó su casa sobre la arena movediza del dinero de los patrocinadores y ahora se sorprende cuando llega la tormenta. Es poesía pura. Es el karma.
¿Y esto qué dice realmente sobre el programa de Kirby Smart?
Dice que el rey está desnudo.
Durante años, los medios han pintado a Kirby Smart como una especie de genio del emparrillado, un maestro de la motivación, la reencarnación de su mentor, Nick Saban. Predica la dureza, la disciplina y, sobre todo, la lealtad al programa. Pura pantalla. Se está corriendo el telón y lo que vemos no es un entrenador, sino un director general en pánico tratando de detener una adquisición hostil de su propia empresa.
¿Qué pasa cuando los cheques no son lo suficientemente grandes? ¿Qué pasa cuando el ‘colectivo’ de otra escuela promete una camioneta más brillante o un maletín más gordo? La ‘cultura’ se evapora. Al instante. Esto no es un equipo; es una colección de empleados a corto plazo. El hecho de que el mariscal de campo número uno del país, un morro que podría tener un futuro de gloria asegurado en Athens, esté buscando la salida, te dice todo lo que necesitas saber. Miró la supuesta cima del fútbol colegial y dijo: “No, gracias. Creo que puedo conseguir un mejor trato en otro lado”.
Esta movida (o posible movida) expone la mentira de que los jugadores van a Georgia por algo más que el camino más eficiente hacia la NFL, pavimentado con la mayor cantidad de dinero de NIL. Quita uno de esos pilares, o incluso sugiere que otra escuela puede ofrecer un camino un poquito mejor, y todo se derrumba. Kirby no está dirigiendo un equipo de fútbol; está gestionando una cartera de activos de alto valor que amenazan constantemente con liquidarse. El estrés debe ser inimaginable. Qué bueno.
Entonces, ¿qué sigue para Georgia? ¿Se acabó la ‘dinastía’?
Para empezar, nunca fue una dinastía.
Una dinastía implica estabilidad. Implica una base construida sobre algo más que la simple adquisición de talento. ¿Alabama bajo el mando de Saban? Eso sí fue una dinastía (e incluso mostró grietas al final). Lo que Kirby ha construido es un monstruo. Una máquina. Pero las máquinas se pueden desmantelar. Se descomponen. Y este es el sonido de los engranajes rechinando hasta detenerse.
No se trata solo de perder a Jared Curtis. Se trata de la señal que envía a todos los demás reclutas de primer nivel del país. La señal es: Georgia es vulnerable. La señal es: sus promesas no están garantizadas. La señal es: puedes chantajearlos por más dinero, más promesas, más de todo. Otros entrenadores, los tiburones que nadan en estas aguas como un resurgente Texas o un desesperado Florida, ya olieron la sangre. Ven al rey sangrando y van a empezar a rodearlo.
Piensa en la reacción en cadena. Pierdes al mariscal de campo estrella. De repente, el receptor de 5 estrellas que quería jugar con él comienza a tomar llamadas. El liniero ofensivo All-American que quería protegerlo empieza a dudar si su futuro es tan seguro. Es un contagio de dudas. Así es como caen los imperios. No con una gran explosión, sino con una serie de mensajes de texto del director de reclutamiento de otro equipo.
Claro que van a tratar de darle la vuelta. Los medios paleros (los que han inflado a la SEC durante décadas) dirán que es un pequeño contratiempo, que Georgia siempre se recupera, que es ‘el que sigue’. No les compres su cuento. Esto es diferente. Esta es una grieta estructural. Es el mejor jugador en la posición más importante, de una futura generación, humillando públicamente (o casi) al programa más poderoso del deporte. Es una demostración de poder. Y demuestra que el poder ya no reside en la oficina del entrenador. Reside en los jugadores y en las figuras sombrías que financian sus cuentas bancarias.
El reinado de terror de Kirby Smart fue divertido mientras duró para los fanáticos de Georgia, pero todas las cosas buenas construidas sobre cimientos podridos deben llegar a su fin. Este es el principio de ese fin. Acuérdense de mis palabras.






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