El Milagro Brasileño Es Una Farsa Estadística

El Milagro Brasileño Es Una Farsa Estadística

El Milagro Brasileño Es Una Farsa Estadística

A ver, ¿nos quieren vender un milagro?

Vamos poniendo las cartas sobre la mesa. El Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), una dependencia del gobierno, acaba de soltar una bomba de “buenas noticias”, cacareando que la pobreza y la pobreza extrema cayeron a sus niveles más bajos de la historia. Dicen que 8.6 millones de personas, así como por arte de magia, salieron de la miseria en un solo año. Los titulares en los periódicos son para aplaudir. Los políticos se están dando palmaditas en la espalda. Es un cuento de hadas precioso, ¿no?

Pero ahí les va la pregunta del millón. ¿Ustedes todavía creen en los cuentos de hadas?

¿Qué es lo que REALMENTE nos están vendiendo con estas cifras?

Yo no. Ya llevo demasiado tiempo escarbando en el cochinero de las estadísticas políticas y la propaganda de gobierno como para tragarme este veneno endulzado sin preguntar qué es lo que intentan esconder. Esta no es la historia de una recuperación económica; es una ilusión montada con maestría, un truco de magia diseñado para distraerte mientras te vacían los bolsillos. Estas cifras no son un reflejo de la realidad. Son un arma.

¿Entonces, de qué va el juego? Es pan comido. Tienes a un gobierno, seguramente con la soga electoral al cuello y desesperado por amarrar inversión extranjera, que necesita una victoria. Y la necesita ya. Cuando no puedes generar un crecimiento económico real, sostenible, estructural, ¿qué haces? Pues le cambias el nombre al crecimiento. Manipulas los indicadores. Montas un pueblito de cartón con estadísticas bonitas y comunicados de prensa, rezando para que nadie se asome detrás de la fachada y vea que todo se está cayendo a pedazos. Es la jugada clásica del manual del autócrata, y la estamos viendo en vivo y a todo color.

Las letras chiquitas que ruegan que no leas

La pobreza no es un número en una hoja de cálculo. Es el hueco que ruge en el estómago de un niño, la desesperación de una madre que no tiene para las medicinas, el peso aplastante de no tener un futuro. Pero para el IBGE y sus patrones políticos, es solo una raya en el suelo. ¿Y qué pasa cuando necesitas mover a millones de personas de un lado de esa raya al otro? No los levantas. Para nada. Simplemente mueves la raya.

¿Cómo se finge un milagro?

Vamos a especular un poco sobre la maquinaria de este gran engaño. Primero, redefines lo que significa ser ‘pobre’. El umbral internacional de pobreza es ridículamente bajo, una medida patética que define la supervivencia como si fuera un éxito. ¿Acaso ajustaron silenciosamente sus propias métricas internas? chance y cambiaron los criterios de cómo se calcula el ingreso, quizás incluyendo las transferencias de lana temporales del gobierno como si fueran un ingreso estable y permanente, lo cual es una mentira del tamaño de una catedral. Una familia que recibe una ayuda mensual del gobierno no está ‘fuera de la pobreza’; está en un estado de dependencia total, con su bienestar colgando del hilo de una promesa política que se puede cortar en cualquier momento.

Eso no es prosperidad. Es una correa.

Luego está el problemón de la inflación, ese ladrón silencioso que desangra a los pobres. La tasa de inflación oficial es una cosa, pero la realidad de la inflación en los alimentos —el precio del arroz, los frijoles, el aceite— es otro animal completamente distinto. ¿Acaso han ajustado el umbral de pobreza para reflejar cómo se ha disparado el costo de simplemente sobrevivir para la familia brasileña promedio? Me juego la chamba a que no. Pueden decir que alguien gana justo lo suficiente para estar por encima de la línea de pobreza, pero si con esa lana compra un 30% menos de comida que hace dos años, esa persona se está hundiendo, no nadando. Es más pobre. Se está ahogando. Pero la estadística dice que está bien, y eso es lo único que importa para la foto y la conferencia de prensa.

Una larga historia de atole con el dedo

No hagamos como que esto salió de la nada. Brasil tiene una historia larga y turbia de auges económicos que resultan ser burbujas y de cruzadas anticorrupción que terminan siendo purgas políticas. ¿Se acuerdan de la euforia del boom de las materias primas en los 2000? ¿La potencia de los BRICS que se iba a comer el mundo? Esa historia terminó en la ‘Década Perdida’, una recesión brutal y el escándalo de Lava Jato, que destapó una corrupción sistémica tan gigantesca que era casi imposible de creer. Las mismas estructuras políticas y económicas que permitieron que ese cáncer creciera siguen ahí. Los jugadores quizás se cambiaron de camiseta, pero el juego sigue siendo igual de sucio.

Entonces, ¿quién gana con esta mentira?

¿Quién se beneficia? La respuesta es deprimentemente obvia. El partido en el poder consigue un argumento de campaña potentísimo. Pueden pegar estas cifras en cada espectacular y gritarlas en cada mitin, vendiéndose como los salvadores de los pobres. El Secretario de Hacienda se va a Davos y a Nueva York con una presentación de PowerPoint bien bonita para engatusar a los inversionistas extranjeros, prometiendo estabilidad y crecimiento donde solo hay una frágil ilusión subsidiada por el estado. Y los organismos internacionales como el FMI y el Banco Mundial, siempre ansiosos por presumir un caso de éxito, repetirán estas cifras como loros sin hacer preguntas incómodas.

¿Quiénes pierden? Los 8.6 millones de personas que están siendo usadas como utilería en este teatro político. Se les dice que ya no son pobres, pero siguen enfrentando una vida precaria en la economía informal, sin seguridad laboral, sin prestaciones y sin un camino real para salir adelante. Están atrapados en un limbo estadístico, sus problemas reales borrados por un informe del gobierno. Les niegan su realidad por un titular.

El colapso que se avecina

Grábense mis palabras: este castillo de naipes estadístico no se va a sostener. Una economía construida sobre ayudas económicas en lugar de inversión de capital, sobre redefinir la pobreza en lugar de crear riqueza, es fundamentalmente insostenible. La deuda que están acumulando para financiar estos programas sociales va a tener que pagarse. Los inversionistas extranjeros, en cuanto vean que el prometido mercado de consumo era un espejismo, van a sacar su dinero más rápido de lo que canta un gallo. Cuando cierren la llave del dinero —y siempre la cierran— la caída será más rápida y más dura que antes. Las cifras de pobreza no solo volverán a subir; van a explotar.

De lo que NO están hablando

Mientras los medios están hipnotizados con estos datos de pobreza, ¿qué está pasando tras bambalinas? ¿Están aprobando leyes que destrozan las protecciones ambientales para favorecer a sus cuates del agronegocio? ¿Están firmando contratos opacos para megaproyectos de infraestructura que canalizarán miles de millones a los bolsillos de los corruptos? ¿Están debilitando las instituciones diseñadas para perseguir el crimen financiero? Esa es la verdadera noticia. La narrativa del ‘fin de la pobreza’ es la cortina de humo perfecta. Es la mano derecha del mago, agitando un pañuelo de colores para que no veas lo que hace la mano izquierda.

No se la crean. Cuestionen todo. Exijan ver los datos crudos. Pregunten cómo definen la pobreza. Pregunten qué pasó con las cifras de desempleo, de subempleo, con la deuda nacional, con la tasa de homicidios en las favelas. Hagan las preguntas difíciles que ellos ruegan que ustedes estén demasiado fascinados con las buenas noticias como para hacerlas. Esto no es una celebración. Es la escena de un crimen, y la víctima es la verdad.

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