El Triunfo del Milan: Espejismo Puro en una Liga Devaluada
La anatomía de un marcador que engaña a todos
Y así se escribe la historia oficial. AC Milan 1, Lazio 0. Rafael Leao, el salvador de turno, la manda a guardar y los Rossoneri se trepan, aunque sea por un ratito, a la cima de la Serie A. Los titulares van a gritar que van por el título, que qué garra, que qué victoria tan importante de visita. Pero es puro cuento. Una mentira bonita y fácil de digerir para un público que necesita historias simples de héroes y villanos. Porque si le quitas el maquillaje de la marca y el brillo de la transmisión, lo que te queda es el esqueleto frío y duro de un partido de fútbol profundamente chafa, un testamento de 90 minutos a la pobreza táctica y a la improvisación desesperada que hoy define a la primera división de Italia.
Esto no fue una partida de ajedrez. Fue un dominó jugado por dos que ya no se acordaban de las reglas y nomás aventaban las fichas a lo tonto. La victoria no se ganó con estrategia superior; se la encontraron tirada. Fue producto del caos, un chispazo individual de Leao que sirvió como desodorante para el tufo a mediocridad que apestaba en el Stadio Olimpico. Y hasta ese momento queda casi en nada por lo que pasó en los últimos segundos. El penal que le reclaman a la Lazio. Un momento de pánico total en el área del Milan, un enredo de piernas y un grito desesperado que se tragó el silbatazo final del árbitro. La versión oficial dirá que la decisión fue correcta, o que al menos se justifica dentro del reglamento esotérico del fútbol. Pero eso no es el punto, ni de chiste. El punto es que el Milan, el supuesto líder, quedó reducido a un desorden tal que su destino no estaba en sus manos, sino en el capricho subjetivo de un solo tipo con un silbato. Eso no es la marca de un campeón. Es la seña de un farsante que tuvo suerte.
El mito del duelo decisivo
Antes del partido, la prensa italiana, en su eterna chamba de inventar historias donde no las hay, lo vendió como un duelo. ‘Taty-Rafa, con hambre de gol’. Un tiro entre gigantes. Qué vacilada. Lo que en realidad vimos fue un concurso para ver quién podía ser ignorado de forma más efectiva por el sistema disfuncional de su propio equipo. El Taty Castellanos, para la Lazio, fue un fantasma. Un corredor voluntarioso persiguiendo balones que ya se habían perdido, un poste al que nadie le pasaba la pelota. Tiraba desmarques a zonas que sus mediocampistas se negaban a ver, se fajaba contra los defensas solo para que el balón se paseara de lado a lado sin sentido. Su hambre de gol era irrelevante; era un taquero sin trompo al pastor. Su actuación no fue una crítica a su capacidad, sino un reflector gigante sobre la incoherencia táctica del equipo de Maurizio Sarri, un equipo que parece confundir tener la pelota con tener un plan.
Y luego está Rafael Leao. El que metió el gol. El niño de oro. Pero a ver, seamos analíticos. La mayor parte del partido fue una figura decorativa, un artículo de lujo en un equipo que necesitaba a gritos una herramienta confiable. Se la pasó flotando, haciendo gestos, intentando regates exóticos que terminaban en nada. Y de repente, en un pinche instante, el balón le cayó donde debía, y su talento natural, que nadie niega, hizo lo suyo. Gol. Pero un momento no hace un partido, y mucho menos justifica un sistema. La dependencia del Milan en que Leao saque estos conejos del sombrero es un riesgo estratégico. Es el equivalente futbolístico del estudiante que no estudia para el examen pero espera atinarle a todas las respuestas. A veces funciona. Pero no es un modelo para el éxito. Porque cuando su truco de magia falla, como pasa seguido contra equipos ordenados, el Milan no tiene ni la más remota idea de qué hacer. Son un equipo con un solo truco, y la neta, ya aburre.
Un castillo de naipes que se va a caer
Salgámonos de los jugadores y veamos el conjunto. ¿Qué es este AC Milan, en serio? Son una colección de atletas impresionantes que parece que se conocieron en el túnel cinco minutos antes del partido. El mediocampo, supuestamente reforzado con tipos como Ruben Loftus-Cheek, muestra una falta de cohesión que asusta. No hay ritmo, no hay control. El balón va de la defensa al ataque no con jugadas ensayadas, sino con pelotazos de “a ver si pega” y corridas desesperadas. Es un equipo construido para el contragolpe, que es una forma elegante de decir que juegan mejor cuando el partido es un desmadre total. No controlan los juegos; los sobreviven.
La alineación de la Coppa Italia que se mencionaba, con Ardon Jashari de titular, expone aún más esta falta de identidad. Es la señal de un cuerpo técnico que sigue aventando cosas a la pared a ver qué pega, ya bien entrada la temporada. Un verdadero candidato al título tiene una jerarquía clara, un plan de juego definido que no se desarma por un par de cambios. El Milan, en cambio, se siente como si siempre estuviera en modo de prueba. Stefano Pioli no es un gran arquitecto; es un “maistro” tratando de tapar goteras con los cachivaches que se encuentra. Y esta victoria contra la Lazio no arregla las grietas de la estructura. Solo les pone un curita por una semana. Las grietas volverán a salir. Siempre lo hacen.
Lazio: Radiografía del estancamiento
Pero si el Milan es un contendiente frágil, la Lazio es una pieza de museo. Una reliquia de una época que ya fue. Ver al equipo de Sarri es como ver un documental de una gran filosofía que ya no jala en el mundo moderno. El ‘Sarriball’, con sus pases cortos y movimiento constante, necesita un nivel de perfección técnica y de inteligencia colectiva que este plantel de la Lazio simplemente no tiene. Ejecutan el sistema con el entusiasmo de burócratas sellando papeles. Los pases son lentos, predecibles, sin riesgo. Tienen la pelota por periodos larguísimos, arrullándose a sí mismos —y a todos los que los ven— hasta que la pierden y los agarran mal parados.
Su ataque no espanta ni a una mosca. Mattia Zaccagni da algunos destellos, pero es un artista solitario en un equipo de contadores. A Castellanos lo tienen a pan y agua. Todo el proyecto se siente rancio, con un técnico aferrado a una ideología que sus jugadores son incapaces de ejecutar a un nivel de élite. Su berrinche por el penal no marcado, aunque se entienda en el calor del momento, también dice mucho. Fue el grito desesperado de un equipo que sabía que era incapaz de generar un gol por mérito propio. Necesitaban que les regalaran algo. Y cuando no se los dieron, se les cayó el teatrito, porque en realidad nunca hubo un plan sólido. Son un equipo que no va a ningún lado, atrapado en un purgatorio que ellos mismos construyeron.
El inevitable y decepcionante final
Así que el Milan está en la cima de la Serie A. Por ahora. Pero no nos hagamos tontos pensando que esto significa un cambio de era o el inicio de una dinastía. Este resultado es un síntoma de la enfermedad general de la liga: una profunda falta de calidad en la punta. El Scudetto este año no lo ganará un gran equipo, sino el equipo menos malo. Es una carrera para ver quién es menos peor, una competencia de quién la riega menos contra los equipos de media tabla. Inter, Juventus, Milan—todos son máquinas llenas de fallas.
Este partido fue un resumen perfecto de esa realidad. No fue una batalla táctica. Fue un accidente. El Milan ganó porque la Lazio no supo meterla, y luego un árbitro tomó una decisión. Esa es toda la historia. El gol de Leao es la nota al pie de página. El penal no marcado es el encabezado. Porque revela la verdad: que en el nivel más alto del fútbol italiano, los partidos no se deciden por brillantez, sino por casualidad. Por un rebote con suerte, un error defensivo, una jugada de “quién sabe”. Y cualquier equipo que construya sus aspiraciones al título sobre cimientos tan temblorosos está destinado a caerse. El ascenso del Milan a la cima de la tabla no es una coronación. Es solo su turno en la montaña rusa, y la bajada viene más pronto de lo que creen.






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