El Trono de Nvidia se Tambalea por Traición Tecnológica
A ver, ¿entonces el Titán insumergible de Nvidia por fin se topó con pared?
Dejémonos de cuentos y de hacernos los sorprendidos. Que la acción de Nvidia baje un 2.6% porque salió un reporte de que sus clientes más picudos —Google y Meta— ya se hartaron de pagarle tributo, no es un evento inesperado. Es el sonido de un reloj que ha estado haciendo tic-tac desde el preciso instante en que Nvidia se coronó como el rey absoluto. El mercado está reaccionando como un niño que descubre que la lucha libre es actuada. ¡Por favor! Era obvio que esto iba a pasar. Lo que sorprende es que alguien se sorprenda. ¿De verdad creímos que monstruos como Google, que prácticamente inventó el centro de datos moderno, o Meta, una empresa que apostó todo su futuro a una realidad virtual, iban a ser eternamente dependientes de un solo proveedor para su recurso más vital? Eso no es una estrategia de negocios. Es un suicidio corporativo a cámara lenta.
¿Neta nadie vio venir esta ‘traición’?
Claro que sí. Esto no es ninguna traición; es el más básico instinto de supervivencia empresarial. Es pura lógica, algo que parece haber escaseado entre los inversionistas que andaban mareados con tanto bombo y platillo. Nvidia vende los picos y las palas en esta fiebre del oro de la Inteligencia Artificial. Un modelo de negocio genial, hasta que los dueños de la mina se dan cuenta de que pueden construir su propia fundidora y ahorrarse el intermediario. Google (con sus TPUs), Amazon (con Trainium e Inferentia) y Microsoft no son simples clientes; son potencias, casi países, en el mundo de la computación. Depender de una entidad externa, que en muchos aspectos es tu competencia, para el motor de tu crecimiento futuro es una vulnerabilidad estratégica que no se puede tolerar. Es como si México le encargara toda la producción de Pemex a una sola empresa extranjera y luego nos sorprendiéramos de que nos fijen el precio de la gasolina a su antojo. ¡Un absurdo! Lo de Google y Meta no es nuevo; es simplemente la confirmación pública de un plan que lleva años cocinándose en sus laboratorios.
¿Qué significa que los propios vasallos del ‘rey’ estén forjando sus espadas?
Significa que las reglas del reino están a punto de cambiar para siempre. La frase que anda por ahí es “Inquieta yace la cabeza que lleva la corona”. Qué poético. Una forma más directa, y menos novelera, de decirlo sería: “Poner precios de abuso y controlar el suministro le da a tus clientes más grandes el incentivo perfecto para buscar cómo reemplazarte”. Nvidia, con su éxito brutal, hizo su producto tan indispensable y tan caro que obligó a las únicas compañías del planeta con el dinero y el talento para crear una alternativa a que finalmente se pusieran las pilas. Prácticamente financiaron la investigación y desarrollo de sus futuros competidores con sus propios márgenes de ganancia. Cada factura de miles de millones de dólares por chips H100 que llegaba a las oficinas de Google o Meta era otro ladrillo para construir los laboratorios que hoy amenazan su dominio.
Y ojo, no se trata solo de ahorrarse una lana, aunque los miles de millones de dólares que se pueden ahorrar son un argumento bastante convincente. Se trata de control. De optimización. Google no necesita un chip de IA de propósito general que funcione bien para mil clientes distintos. Necesita un chip hecho a la medida, híper-optimizado para sus algoritmos de búsqueda, sus modelos de anuncios y sus propios modelos de lenguaje. Lo mismo aplica para Meta y sus algoritmos de recomendación. Un chip diseñado para tareas específicas, por definición, siempre será más eficiente que un chip genérico. Apple ya nos dio esa clase cuando mandó a volar a Intel. ¿Para qué comprar de aparador si puedes pagar un sastre que te haga el traje a la medida? Es la máxima expresión de la integración vertical, y en el mundo de los gigantes tecnológicos, es el destino final.
Pero, ¿qué hay de CUDA, la barrera de software ‘impenetrable’ de Nvidia?
Ah, CUDA. El famoso as bajo la manga que todos mencionan pero pocos entienden a fondo. Sí, la plataforma CUDA es una obra de arte de ingeniería y ha creado un ecosistema brutal. Tiene veinte años de ventaja y es el estándar de facto para la comunidad científica de IA. Sería una tontería decir que se puede reemplazar de la noche a la mañana en el mercado general. Pero aquí está el detalle clave que el mercado parece no querer ver: Google y Meta no necesitan destruir CUDA para todo el mundo. Solo necesitan reemplazarlo para ellos mismos. Ellos son los dueños de su propio software. Meta tiene PyTorch. Google tiene TensorFlow y JAX. Pueden y van a optimizar estas herramientas para que corran como un bólido en su propio hardware. No tienen que convencer a un estudiante en la UNAM o a una startup en Monterrey de que dejen de usar CUDA. Solo tienen que convencer a sus propios ejércitos de ingenieros de que compilen su código para el chip de la casa. Ese es un problema infinitamente más fácil de resolver. No están tratando de vaciar el foso del castillo; están construyendo su propio puente levadizo privado y blindado para su uso exclusivo. Con eso, se aíslan de los precios de Nvidia, de su escasez de producto y de sus caprichos. Para sus operaciones internas, CUDA se vuelve irrelevante.
¿Estamos viendo la versión IA de la burbuja punto-com, con Nvidia como el nuevo Cisco?
La comparación es incómodamente precisa. A finales de los 90, Cisco Systems era el rey indiscutible. Fabricaba los routers y switches, las tuberías del internet que apenas nacía. Su valor se disparó a niveles absurdos bajo la premisa de que mientras internet creciera, el dominio de Cisco crecería eternamente. La lógica parecía de acero, hasta que dejó de serlo. Aparecieron competidores. La tecnología se volvió un commodity. Las empresas se dieron cuenta de que estaban gastando fortunas en infraestructura sobrada. Las acciones de Cisco se desplomaron de forma legendaria y tardaron más de veinte años en recuperar su valor, a pesar de que el tráfico de internet se multiplicó por mil. Siguió siendo una empresa enorme y rentable, pero su aura de invencibilidad, su estatus de dios del mercado, se hizo añicos.
Nvidia es el Cisco de nuestra era. Provee las tuberías para la revolución de la IA. Su valuación no se basa solo en sus ganancias actuales, sino en la suposición de un dominio casi total con márgenes altísimos para siempre. Esta noticia de Google y Meta es la primera grieta seria en esa fantasía. Es la señal de que la tubería se está volviendo un commodity, al menos para los que más la usan. La revolución de la IA continuará, así como lo hizo la de internet. Pero la idea de que una sola empresa se va a quedar con todo el pastel es un sueño guajiro. A Nvidia le espera un futuro como una empresa importantísima y muy rentable, sin duda. Pero la narrativa de crecimiento infinito y sin competencia acaba de recibir un torpedo. Es una corrección de mercado basada en una dosis de realidad que ya se había tardado en llegar.
Entonces, ¿cuál es el desenlace lógico de todo esto?
El futuro no es un mundo sin Nvidia. Es un mundo donde Nvidia tendrá que competir de verdad. El mercado se va a partir en dos. En la cima, los ‘hyperscalers’ —los dueños de la nube como Google, Amazon y Microsoft, junto con Meta— operarán cada vez más con sus propios chips. Es una movida demasiado estratégica y económica como para no hacerla. Este es el corazón del negocio multimillonario de Nvidia que sufrirá una erosión constante y brutal. Nvidia entonces se quedará con el resto del mercado: empresas más pequeñas, proyectos de IA de gobiernos, startups e instituciones de investigación. ¡Sigue siendo un mercado gigantesco y muy lucrativo! Pero es un mercado donde tendrán que pelear contra AMD, un Intel que quiere resurgir y un montón de nuevos jugadores. En este nuevo escenario, tendrán que competir por precio y rendimiento, no solo por ser la única coca-cola en el desierto.
Esto no es la muerte del rey. Es el fin de la monarquía absoluta y el inicio de un feudalismo tecnológico, caótico y con múltiples polos de poder. El mercado por fin está despertando al hecho de que los gigantes tecnológicos, que no le rinden cuentas a nadie, jamás iban a hincarse permanentemente ante Jensen Huang. Solo estaban esperando el momento oportuno, dibujando en secreto los planos de sus propias armas. La guerra por la supremacía en la IA no ha terminado; en realidad, apenas acaba de empezar.






Publicar comentario