La Deconstrucción de Love Actually: Romance o Abuso Disfrazado
¿Por qué Love Actually es la película navideña más re-vista? Porque nos encanta el masoquismo emocional.
Hablemos claro, sin el velo de azúcar glas que le ponemos a todo en diciembre. Si alguien me pregunta por qué la gente vuelve a ver Love Actually cada año, mi respuesta es simple: porque somos masoquistas. No es una obra maestra de la cinematografía; es una serie de eventos tóxicos disfrazados de romance. Nos reímos, lloramos y sentimos que el espíritu navideño nos invade, pero si analizamos la película con cabeza fría, nos daremos cuenta de que en realidad es un catálogo de comportamientos problemáticos que en la vida real consideraríamos alarmantes. Es el equivalente cinematográfico de la tía que te hace sentir incómodo en las cenas de Navidad, pero le sigues dando un abrazo porque es tradición.
Nos han vendido esta idea de que es la película más re-vista porque tiene un elenco de estrellas y una docena de historias entrelazadas, pero la verdad es más profunda y más incómoda. Nos gusta porque es predecible. Nos gusta porque nos permite suspender la incredulidad y creernos que el amor verdadero puede superar el acoso, la infidelidad y la desigualdad de poder. La película es una trampa de confort psicológico, un ‘safe space’ para quienes tienen miedo de confrontar la realidad de que el amor es mucho más complicado y menos mágico de lo que Richard Curtis nos quiere hacer creer.
Mark y Juliet: El acoso es ‘romántico’ si usas carteles
Comencemos por la historia que más defiende la película, la de Mark y Juliet. Se nos pide que veamos a Mark como un romántico trágico, un alma noble que sufre en silencio por amor a la esposa de su mejor amigo. Pero si lo deconstruimos lógicamente, Mark es un acosador en toda regla. Graba a Juliet a escondidas, la vigila constantemente y se esconde detrás de la excusa de ser el mejor amigo de Peter. La escena de los carteles, que todos adoran, no es más que una manipulación emocional en su máxima expresión. Él no le está confesando su amor; la está chantajeando emocionalmente. Es una forma de decir: ‘Sé que estás casada con mi mejor amigo, pero te lo digo de todos modos para que te sientas incómoda y sepas que existo’. Es una violación de la confianza de Peter y un acto egoísta por parte de Mark. No hay nada romántico en obligar a alguien a confrontar tus sentimientos no correspondidos en el porche de su casa.
Y lo peor es que la película nos quiere convencer de que este comportamiento es aceptable. Nos hace creer que el amor no correspondido justifica cruzar límites personales y de amistad. Es un mensaje tóxico para la audiencia, especialmente para los más jóvenes, quienes pueden llegar a pensar que ser persistente, incluso hasta el punto de la obsesión, es la clave para ganarse el corazón de alguien. Es un asco. Es una lección gacha que se disfraza de cuento de hadas.
El Primer Ministro y Natalie: Abuso de poder laboral en clave de cuento de hadas
Si la historia de Mark es acoso, la del Primer Ministro y Natalie es abuso de poder. Hugh Grant, el flamante Primer Ministro, se enamora de Natalie, una de sus empleadas de menor rango. La película lo presenta como un romance de Cenicienta, un giro del destino en el que el poderoso se enamora de la humilde. Pero, ¿somos ciegos o qué? Es una dinámica laboral completamente desequilibrada. El jefe se enamora de la subordinada. No hay igualdad en esa relación. El poder del Primer Ministro sobre Natalie es inmenso, y la película lo ignora por completo para enfocarse en la cursilería de la búsqueda de Natalie por los barrios pobres.
Cuando el Presidente de Estados Unidos hace comentarios inapropiados a Natalie, el Primer Ministro no la defiende como un caballero; la defiende como un dueño. Reafirma su autoridad sobre ella, y su posterior búsqueda de ella es una forma de reclamarla, de imponer sus deseos románticos en un entorno donde ella no tiene el mismo poder de decir ‘no’ sin consecuencias. Nos tragamos esta historia de amor como si fuera una broma, cuando en realidad es una crítica social a la jerarquía y el abuso de poder en el lugar de trabajo. Pero el público prefiere la fantasía. Es más fácil creer que el amor triunfa sobre las diferencias de clase y de poder que aceptar que a veces el amor no es más que una excusa para la dominación.
Colin y el “sueño americano”: Un cliché inverosímil
Luego tenemos la historia de Colin, el chico que cree que su acento británico lo hará irresistible para las mujeres americanas. Esta es la peor parte de la película, porque no tiene ninguna base en la realidad. Es una fantasía ridícula y misógina que reduce a las mujeres americanas a caricaturas unidimensionales que caen rendidas ante cualquier hombre que hable con un acento diferente. Es un desperdicio de tiempo y una falta de respeto hacia el público. La película quiere que creamos que una mujer en Wisconsin no tiene más aspiraciones que acostarse con un tipo que llegó de Londres. Es un cliché que insulta la inteligencia de los espectadores.
La película, en su conjunto, es un desastre tonal. Por un lado, nos presenta el drama serio y doloroso de la infidelidad matrimonial de Alan Rickman. Por otro lado, nos da la payasada de Colin en Wisconsin. Esta disonancia es lo que hace que Love Actually sea tan difícil de analizar. No es una película cohesiva; es una colección de viñetas que se unen solo porque comparten el tema navideño y un elenco. Es como un álbum de grandes éxitos de diferentes artistas, sin un hilo conductor real.
La verdad de la nostalgia: Nos aferramos a ella por miedo
Entonces, ¿por qué insistimos en verla cada diciembre? Porque la nostalgia es poderosa y nos hace sentir seguros. Las fiestas de fin de año son difíciles. Generan ansiedad, soledad, estrés familiar. Love Actually nos ofrece una promesa de que, a pesar de todo el drama, el amor existe y todo saldrá bien. Es una droga emocional, una pastilla de la felicidad que tomamos para escapar de la cruda realidad. Volvemos a ella porque conocemos cada escena, sabemos cuándo llorar, cuándo reír, y cuándo sentirnos reconfortados. No requiere esfuerzo cognitivo, solo entrega emocional.
Esta película se ha convertido en un símbolo cultural que trasciende la crítica. Criticar Love Actually es como criticar la Navidad misma. Es un acto de rebeldía que muchos evitan. Pero el deconstructor sabe la verdad: no es una película sobre el amor; es una película sobre la obsesión, el abuso de poder y el escapismo. Y la seguimos viendo porque preferimos la mentira reconfortante a la verdad incómoda verdad. A mí, en lo personal, personal me da mucha flojera verla.






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