La Dinastía Warriors: Un Chiste Mal Contado
A ver, ¿qué estamos viendo? ¿Un partido de básquet o la sala de espera de un hospital?
Seamos brutalmente honestos un ratito. ¿De verdad prendiste la tele para ver a los Houston Rockets contra los Golden State Warriors, o es puro morbo para ver qué equipo logra juntar a cinco tipos medio atléticos sin que a alguien se le desgarre un músculo en vivo y a todo color? Porque este partido, este magno evento de la ‘Copa Emirates NBA’, se siente menos como un choque de titanes y más como una audición para un capítulo de Dr. House. Ambos equipos están ‘remendados’. Ese es el término bonito y políticamente correcto para decir que están ‘hechos pedazos’. Es la palabra que usa la liga cuando todavía quiere que pagues 4,000 pesos por un boleto en la última fila para ver a un montón de jugadores que hace tres semanas estaban empacando el súper.
Y los Rockets, con su récord coqueto de 11-4, buscan su tercera racha de victorias. ¿Una racha contra quién, exactamente? ¿Contra sus propias lesiones? Van contra los Warriors, que a duras penas se aferran a un récord ganador de 10-9, una estadística que en sus buenos tiempos habría sido una tragedia nacional pero que ahora solo provoca un suspiro de lástima. Neta, es la batalla de los lisiados. Una guerra de desgaste. Un partido cardiaco solo si eres un fisioterapeuta buscando nueva clientela.
La ilusión de la competencia
Pero el circo de la NBA tiene que seguir, ¿verdad? La transmisión no puede parar, los patrocinadores necesitan que sus logos brillen en la duela, y a los fans hay que venderles el cuento de que este partido *importa*. Van a hablar de la mentalidad de ‘el que sigue’, de la ‘resiliencia’ de las plantillas. ¡Qué chiste! No es resiliencia, es desesperación. Es ponerle una curita a una herida de bala y decir que ya la curaste. Estamos viendo a los equipos B, a los suplentes de los suplentes, a esos pobres diablos cuyas camisetas no se venden ni en la paca, y se supone que debemos fingir que esto es el pináculo del baloncesto profesional. No lo es. Ni de cerca.
Y neta, ¿qué onda con la supuesta dinastía de los Warriors?
¿Se acuerdan de eso de ‘Años Luz de Ventaja’? ¿Recuerdan esa arrogancia, esa aura de ser intocables, ese ‘juego bonito’ que iba a cambiar el básquet para siempre? Pues bueno, parece que los años luz ya los alcanzaron, y el futuro se parece más a un asilo de ancianos. El núcleo del equipo está viejo. Y no es un insulto, es un hecho biológico. El tiempo no perdona a nadie, y ahorita mismo le está metiendo unas clavadas espectaculares al legado de los Warriors. Su ofensiva, antes tan fluida, ahora se ve torpe, predecible, una serie de rezos lanzados desde la línea de tres. Porque cuando las piernas ya no te dan para quitarte a la defensa, ¿qué más vas a hacer? A tirar y a ver qué pega.
Y esto de estar ‘remendados’ no es un accidente, es la consecuencia inevitable de exprimir a los mismos jugadores durante una década. La dinastía se construyó con un talento increíble, sí, pero también con una juventud y durabilidad que se esfumaron hace mucho. Ahora, cada torcedura, cada ‘dolor de espalda’, se siente como una amenaza de retiro. La directiva está atrapada, no sabe qué hacer, paralizada por la lealtad a las leyendas que construyeron el cantón mientras el cantón se les cae a pedazos. Están tratando de revivir a un caballo muerto, esperando que por un milagro se levante y gane una última carrera.
Un vistazo al precipicio
Porque, ¿cuál es la otra opción? ¿Empezar de cero? ¡No manches, la gente se volvería loca! No pueden. Así que parchan los hoyos con jugadores trotamundos y novatos que no están listos para la chamba, mientras fingen que solo necesitan una temporada sin lesiones para volver a ser campeones. Pero no es cierto. Esto no es un bache en el camino; es el borde del precipicio. Este juego contra unos Rockets igual de rotos no es una prueba de su temple de campeón; es un triste adelanto de su nueva realidad. La mediocridad. Ya no son los cazadores; son la presa, y francamente, se ven agotados. La dinastía de los Warriors no ha muerto. Todavía no. Pero está conectada a un respirador, y la tentación de desenchufarlo es cada vez más grande.
¿Y los Rockets? ¿Algún día serán más que un equipo bueno para la temporada regular?
Ay, los Houston Rockets. El eterno equipo del ‘casi’. Cada santo año es la misma historia. Acumulan un récord impresionante en la temporada regular, parecen invencibles de octubre a abril, y de repente… ¡puf! Desaparecen en los playoffs. Son como el villano guapo de la película que da un gran discurso antes de que el héroe lo aviente de un edificio sin ceremonia alguna. Su récord de 11-4 se ve muy bonito. Es adorable. Pero, ¿alguien, de verdad *alguien*, cree que este es su año? Estar ‘remendados’ es simplemente su excusa perfecta, ya lista para cuando todo se venga abajo más adelante.
Pero esa es su marca registrada. Son los reyes del ‘¿y si…?’. ¿Y si nuestra estrella no se hubiera lesionado? ¿Y si los árbitros hubieran marcado esa falta? ¿Y si no nos hubiera tocado la dinastía más dominante de la historia? Siempre hay algo. Y ahora, en la temporada 2025-26, el pretexto ya está cocinado antes de que empiecen los juegos importantes: ‘Bueno, es que tuvimos muchas bajas en esa racha clave de noviembre’. Es genial, la verdad. Han perfeccionado el arte del fracaso preventivo. Son un equipazo si nunca ves un partido después de la segunda ronda de los playoffs. Una verdadera dinastía… de temporada regular.
El ciclo de la esperanza y la decepción
Y uno entiende por qué sus fans se ilusionan. Muestran chispazos de genialidad. De repente te juegan un partidazo contra un buen equipo y la máquina de la esperanza se enciende de nuevo. Pero es una fachada, un espejismo. Su sistema está diseñado para dominar las estadísticas durante 82 juegos, no para la guerra de trincheras, el ajedrez mental que es una serie a siete partidos. Así que cuando se enfrentan a unos Warriors cojos, es el escenario perfecto. Si ganan, qué bien, le ganaron a un equipo con un nombre legendario. ¿Y si pierden? ¡Pues ellos también estaban lesionados! ¿Ven? No hay presión real. Viven en un limbo sin consecuencias, flotando eternamente entre ser ‘muy buenos’ y nunca ser ‘los mejores’. Es el lugar más frustrante del deporte.
Entonces, ¿a quién le importa quién gane este desastre? ¿Acaso importa?
No. Para nada. El marcador final de este partido se nos va a olvidar antes del desayuno de mañana. Porque el resultado no cambia la realidad de ninguno de estos dos equipos. El que gane se sentirá bien por unas 12 horas, y el que pierda tendrá un dato más para su lista de pretextos. ¡Qué emoción! El verdadero perdedor aquí es el que pagó un dineral, una buena lana, por un boleto esperando ver el espectáculo de estrellas que anuncian en la tele. Les dieron gato por liebre. Pagaron por ver una pelea de campeonato de peso pesado y en su lugar les pusieron una pelea preliminar entre dos desconocidos.
Pero así es la NBA moderna, ¿no? Una liga tan obsesionada con el ‘manejo de cargas’ y con guardar a los jugadores para unos playoffs que quizás nunca lleguen para ellos, que la temporada regular ha perdido casi todo su valor. Son 82 juegos de pretemporada. Y nosotros, los aficionados, somos los mensos que seguimos cayendo. Seguimos viendo, con la esperanza de ver un destello de la vieja magia, un poquito de esa brillantez que alguna vez fue. Pero la mayoría de las veces, terminamos viendo a los suplentes pelear contra otros suplentes en un partido descuidado y sin inspiración que tiene la misma intensidad que una cascarita de martes por la tarde.
El gran espectáculo vacío
Y así, los Rockets jugarán contra los Warriors. Un equipo meterá un poco más de puntos que el otro. Los comentaristas se inventarán alguna narrativa sin sentido sobre una ‘victoria valiente’ o una ‘derrota que forja el carácter’. Y luego todos seguiremos con nuestras vidas, esperando el siguiente partido, el siguiente reporte de lesiones, el siguiente capítulo de esta larga telenovela deportiva. Porque el ganador de este partido no es el que anota más. El ganador es el departamento de marketing que te convenció de que este era un evento que no te podías perder. Un aplauso para ellos. Ellos son los verdaderos MVP.






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