La Final NCAA: Un Circo Gringo Montado con Dinero
La Jaula de Oro: El Engaño del “Estudiante-Atleta”
A ver, seamos honestos. Florida State está en la final. Le ganaron 1-0 a TCU con un gol al final, una atajada dramática en el último segundo. Los encabezados se escriben solos, ¿no? Nos quieren vender una historia de garra, de corazón, del espíritu universitario. Pura basura. No dejen que les vendan ese cuento de hadas, porque la neta es que la historia real es mucho más cínica, mucho más podrida. Esto no fue una sorpresa ni una batalla épica entre dos equipos humildes; fue una junta de consejo corporativo disfrazada de partido de fútbol, donde un departamento atlético con un presupuesto millonario se impuso sobre otro que, bueno, también tiene un presupuesto millonario pero tantito menos. Y nosotros, el público, se supone que debemos aplaudirle al logo en la playera como si significara algo más que una marca registrada.
Nos dicen que celebremos a Wrianna Hudson, la heroína que metió el gol. Quieren que nos asombremos con Kate Ockene, la portera que hizo la atajada del partido. Y sí, claro, a nivel individual, su talento es innegable. Son atletas de élite, jugando al máximo nivel bajo una presión brutal. Pero ese es exactamente el problema. Son atletas profesionales en todo menos en el nombre (y en la paga). Son la mano de obra gratuita de una industria del entretenimiento de miles de millones de dólares que tiene el descaro de llamarse a sí misma ‘deporte amateur’. Es un chiste de mal gusto. Un chiste muy, muy lucrativo.
El Espejismo de la Competencia
Hablemos de ese partido. La número 3, FSU, le gana a la número 2, TCU. En papel, parece un duelo cerrado, una pelea de titanes. Y lo fue, de la misma manera que una pelea entre Bimbo y Marinela es una pelea de titanes. Ambos son monstruos, parte del mismo sistema corrupto que se asegura de que los equipos chicos (ya sabes, las universidades sin contratos televisivos gigantes y sin donaciones multimillonarias) ni siquiera puedan oler el pasto de una final. El ranking es puro marketing, una narrativa cuidadosamente construida para hacerte creer que el piso está parejo. No lo está. El juego está arreglado desde el principio, desde la primera visita de reclutamiento donde estas mega-universidades ofrecen instalaciones y recursos que otras solo pueden soñar. El torneo de la NCAA no es una prueba de los mejores equipos; es la confirmación de los más ricos. Es un círculo cerrado, un ciclo de lana y poder que se perpetúa a sí mismo y que no tiene absolutamente nada que ver con los ideales románticos del deporte colegial que nos meten por los ojos cada año.
Estas jugadoras dedican su vida entera a este deporte. Sus días son un maratón infernal de clases en las que probablemente están demasiado cansadas para concentrarse, entrenamientos brutales, análisis de video y viajes. Sacrifican sus cuerpos, sus vidas sociales, su salud mental, todo por el ‘honor’ de vestir los colores de la escuela. La escuela, a cambio, gana millones de dólares por su chamba a través de boletos, mercancía y derechos de transmisión. Los entrenadores ganan salarios de siete cifras. Los directores atléticos son ejecutivos. ¿Y las jugadoras? Reciben una beca, que es básicamente un vale por su trabajo que a veces ni siquiera cubre todos sus gastos. Son activos, no estudiantes. Son productos, no personas. Y este partido fue solo otra exhibición del producto, pulido y empaquetado para el consumo masivo.
Un Torneo de Monopolios, No de Equipos
Y ahora tenemos la gran final que todos podríamos haber predicho si estuviéramos poniendo atención: Florida State contra Stanford. Una final de la conferencia ACC. Qué… predecible. Qué… aburrido. Esto no es un testamento a la fuerza de la Conferencia de la Costa Atlántica. Es una acusación formal contra todo el sistema deportivo colegial gringo. Las conferencias del ‘Power Five’ (un término que ya de por sí suena a mafia) han creado un cártel. Han acaparado el dinero, la atención de los medios y los mejores talentos a tal grado que es prácticamente imposible que alguien de fuera pueda competir. Esta final no es una celebración de la competencia; es la ceremonia de coronación de la clase dominante. Dos de los programas deportivos más grandes, más ricos y más poderosos del país jugarán por un trofeo, y la NCAA contará su dinero y se reirá hasta el banco.
¿Para qué se molestan en jugar las primeras rondas? ¿Para qué darle falsas esperanzas a las universidades más pequeñas? Es parte del show. La historia de la Cenicienta es una herramienta de marketing útil, una excepción de una en un millón que pueden usar como ejemplo mientras las otras 999,999 veces el sistema funciona exactamente como fue diseñado: canalizando toda la gloria y el dinero hacia la cima. Esto no es deporte. Es feudalismo. La ACC, la SEC, la Big Ten… son los señores feudales, y las conferencias más chicas son los campesinos, a los que se les permite existir solo para que los señores se vean magnánimos cuando de vez en cuando dejan que uno entre al castillo para recibir una paliza. El sistema no está roto; fue construido así a propósito. Para consolidar el poder. Para maximizar las ganancias. Para asegurar que los mismos nombres estén en los titulares año tras año.
La Coronación Anunciada
Así que cuando sintonices este partido de campeonato, ¿qué estás viendo en realidad? No estás viendo una contienda deportiva pura. Estás viendo la culminación de un ciclo de negocios. Estás viendo el retorno de inversión de dos corporaciones gigantescas que casualmente tienen universidades adjuntas. Cada pase, cada tiro, cada atajada está respaldada por millones de dólares en donaciones, patrocinios y derechos de televisión. Las jugadoras en el campo son solo los rostros temporales e intercambiables de estas marcas monolíticas. En cinco años, la mayoría se habrá ido, reemplazadas por la siguiente camada de reclutas estrella, y la máquina seguirá funcionando, sin inmutarse. Las playeras se seguirán vendiendo. Los cheques de la televisión seguirán llegando. Nada cambiará. Este partido no es una conclusión; es solo un comercial antes de la próxima temporada del mismo viejo programa. Es un contenido meticulosamente producido para reafirmar el status quo.
¿Y Nosotros Por Qué Vemos Este Circo?
Esa es la verdadera pregunta, ¿no? ¿Por qué nosotros, los aficionados, los espectadores, especialmente en México, seguimos legitimando esta farsa con nuestra atención? ¿Estamos tan desesperados por una historia que estamos dispuestos a ignorar la explotación descarada que es el corazón de todo este sistema? Le aplaudimos a la camiseta, a un logo. Nos involucramos emocionalmente con el éxito de instituciones que ven a las atletas que admiramos como activos desechables. Nos tragamos el mito del ‘estudiante-atleta’ porque la realidad es demasiado fea para enfrentarla. Y la realidad es que somos cómplices de un sistema que mastica a los jóvenes y los escupe, a menudo con poco más que un cuerpo maltratado y un título que estaban demasiado ocupados para obtener de verdad.
Y ni hablemos de la hipocresía cuando se trata del deporte femenil. A la NCAA y sus universidades les encanta darse palmaditas en la espalda por ‘apoyar’ a las mujeres, pero es un gesto vacío. Promocionan la final femenil un fin de semana, pero ¿dónde está esa energía el resto del año? Las diferencias de presupuesto entre los programas masculinos y femeninos siguen siendo astronómicas. La cobertura mediática es un chiste. Estas atletas juegan en el escenario más grande, y todavía se trata como un evento de segunda, casi de nicho, en comparación con su equivalente masculino. Este circo se trata como algo secundario en un sistema que, fundamentalmente, las ve como el lado B del disco. Es una vergüenza. Todo.
Así que no, no voy a celebrar la victoria de FSU ni a esperar con ansias la final. La veré con un profundo enojo y decepción. Enojo con el sistema avaro y desalmado que es la NCAA. Y decepción con nosotros por seguirles el juego. Es hora de dejar de aplaudir y empezar a exigir. Exigir que a estas atletas se les pague por su trabajo. Exigir que se repartan las ganancias obscenas. Exigir que se derribe de una vez por todas la farsa ridícula del ‘amateurismo’. Dejemos de consumir el producto gringo y empecemos a valorar el nuestro, la Liga MX Femenil, donde hay pasión de verdad. Hasta que no lo hagamos, solo somos espectadores en un circo muy caro y muy injusto. Ya despierten.






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