La ‘Lista Prohibida’: La trampa distópica en la que ya caíste
No te están diciendo que no vayas. Están construyendo los muros.
Vamos a dejar algo bien claro. La “No List” anual de Fodor’s no es un consejo amigable de una guía de viajes bienintencionada. Para nada. Es el reporte del forense para la cultura y el plano de nuestro futuro digitalmente controlado. Lees esa lista de lugares a “reconsiderar” en 2026 —las Islas Canarias, el Parque Nacional de los Glaciares, incluso la pinche pureza de la Antártida— y seguro piensas: “Ay, qué responsables. Hay que proteger estos lugares”.
Qué pensamiento tan pintoresco e irremediablemente ingenuo.
No estás entendiendo nada. Esto no se trata de protección. Se trata de control. Es el siguiente paso lógico en un proceso que comenzó en el segundo que geoetiquetaste la foto de tu café con leche. Estamos viendo la prueba beta de una realidad de dos niveles, donde el acceso al mundo real y sin mancha está a punto de convertirse en un bien de lujo, y la “No List” es solo la cuerda de terciopelo que están poniendo. A las masas se les dice que se mantengan alejadas no para salvar los destinos, sino para despejar el camino para un modelo de turismo más “sostenible” (léase: rentable y exclusivo) del que el mexicano promedio quedará fuera para siempre.
La Plaga de Instagram: Cómo quemamos todo lo que decíamos amar
Esto no pasó por accidente. Fue una infección. Un contagio digital que convirtió a miles de millones de personas en agentes involuntarios de la destrucción cultural. El virus fue el algoritmo, el vector fue tu celular, y el síntoma fue la necesidad insaciable y patológica de demostrar que estuviste en algún lugar —cualquier lugar— que se viera bien en un formato cuadrado y con filtro.
Piénsalo bien. ¿Alguien realmente sintió un llamado profundo y espiritual para visitar ese acantilado específico en Montana antes de que se convirtiera en una certeza algorítmica en su feed? Claro que no. Fueron convocados allí por un fantasma impulsado por datos, un consenso digital que decretó que este lugar, este ángulo, esta hora del día, era la cima de la “experiencia auténtica”. Así que llegaron en manada. Una plaga de langostas con selfie sticks y botas de montaña nuevas, todos persiguiendo exactamente el mismo momento preaprobado y validado digitalmente hasta que el sendero se convirtió en polvo y el ecosistema local colapsó bajo el peso de su deseo colectivo y nada original.
No eran viajeros. Eran creadores de contenido. Cada uno un nodo andante en una vasta red descentralizada dedicada a la aniquilación sistemática de lugares únicos, replicando la misma foto hasta el infinito. Como Tulum o Holbox, lugares que ya “quemamos” por completo. La misma foto con dron, el mismo cenote, la misma pose.
La Antártida. El último bastión de la existencia planetaria cruda e indómita, ahora está en la lista. ¿Por qué? Porque los cruceros son más grandes, el WiFi es mejor, y la última frontera ha sido degradada a ser el último fondo de pantalla para una foto de perfil que grita estatus. No estás explorando lo desconocido; estás colonizando el último lugar tranquilo de la Tierra con tu ruido digital, plantando una bandera de tu marca personal en un glaciar que se derrite.
Esta es la primera fase de la trampa distópica: convencer a la población de que sus elecciones individuales, sugeridas por un algoritmo, son propias. Luego, una vez que han pisoteado el jardín hasta convertirlo en un lodazal, presentar la jaula como la solución.
Zona Cero: Las Canarias gritan y los Nómadas Digitales no escuchan
Si quieres ver el futuro sombrío e inevitable de esta plaga, no busques más allá de las Islas Canarias. Pero la neta, no tienes que irte tan lejos. Es la misma gata pero revolcada que vemos en la Condesa o en la Riviera Maya.
Detrás de los anuncios brillantes de Airbnb y los reels infinitos de atardeceres volcánicos hay una sociedad al límite. En la primera mitad de 2025, 7.8 millones de visitantes cayeron sobre un archipiélago cuya población es de poco más de 2.2 millones. Ya no solo visitan; consumen. Son un tsunami de humanidad temporal que agota el agua, satura la infraestructura y borra por completo el mercado inmobiliario local.
Es una película de terror. Los residentes están siendo expulsados de sus propios hogares, obligados a vivir en coches o campamentos improvisados mientras edificios enteros se convierten en fábricas de turistas sin alma y con cerradura digital. La promesa de la chamba en el turismo se reveló como el pacto con el diablo que siempre fue: servidumbre precaria y mal pagada a una industria que está devorando activamente tu hogar, tu cultura y tu futuro.
Una rebelión contra el espejismo digital y la gentrificación
Así que la gente está protestando. Bajo pancartas que dicen “Canarias tiene un límite”, le están gritando al vacío, rogando al mundo que los vea como una comunidad, no como un producto. No un resort. Un hogar.
Pero al algoritmo le vale madres. A las agencias de viajes en línea también. Y a los nómadas digitales, esos gringos que predican un evangelio de libertad geográfica mientras practican una forma de colonialismo sin sangre y con WiFi, ciertamente no les importa. Ven las islas (o la colonia Roma, o San Miguel de Allende) no como un ecosistema frágil con recursos finitos, sino como un escenario que les debe precios bajos y clima perfecto. La realidad física del lugar —la escasez de agua en Canarias, las rentas impagables en la Ciudad de México— es solo una nota al pie de página inconveniente para su vida digital curada. Se están pasando de lanza, y ni cuenta se dan.
Este es el modelo. Usa la tecnología para vender una fantasía, escálala hasta que el anfitrión esté plagado de enfermedades, y luego, cuando los locales comienzan a hartarse, etiqueta el destino como “problemático”. Agrégalo a la “No List”. Es un acto magistral de distracción. El problema no se presenta como la insaciable máquina de consumo impulsada por la tecnología, sino como el destino mismo. Se culpa a la víctima de su propia destrucción.
Es un círculo perfecto de explotación. Y ya está aquí.
La Jaula Algorítmica: Bienvenido al futuro de los viajes
Entonces, ¿qué sigue? ¿Cuál es el juego final aquí? Es simple y es aterrador.
La “No List” no es una medida temporal. Es un condicionamiento. Nos está preparando para un futuro donde el concepto mismo de descubrimiento espontáneo se vuelve obsoleto, reemplazado por un sistema de movimiento humano perfectamente gestionado, estratificado y monetizado. Un mundo donde tu derecho a experimentar un lugar ya no es un hecho, sino un privilegio dictado por tus datos y tu cartera.
Fase 1: Precios Dinámicos para la Realidad
Olvida la tarifa dinámica de Uber. Estamos hablando de tarifa dinámica para ver un atardecer en Puerto Escondido. La misma tecnología que sabe que buscas vuelos pronto gestionará el acceso a Chichén Itzá, playas y centros históricos. ¿Quieres visitar en temporada alta? Tu pase dinámico te costará $5,000 pesos, calculado por una IA que conoce tu nivel de ingresos y tu desesperación por obtener esa foto. ¿Quieres ir un martes lluvioso de noviembre? Quizás cueste $200. El mundo hermoso y auténtico se reservará para los que puedan pagarlo. El resto de nosotros nos quedaremos con las sobras de la temporada baja.
Fase 2: El Embudo Humano Curado por IA
Tu libertad de elección será una ilusión cuidadosamente diseñada. Las plataformas de viaje con IA no solo sugerirán itinerarios; los dictarán. Crearán rutas optimizadas para canalizar el tráfico humano a través de zonas designadas, maximizando las ganancias para sus socios corporativos (la cadena hotelera aprobada, el restaurante sancionado, la tienda de souvenirs oficial) y minimizando el comportamiento humano inconveniente e impredecible. Pensarás que estás explorando una ciudad, pero en realidad estarás caminando por un centro comercial al aire libre meticulosamente diseñado, tu camino guiado por la mano invisible de un algoritmo predictivo. La espontaneidad será un error del sistema, no una virtud.
Fase 3: La Mercantilización de lo Auténtico
A medida que más lugares reales sean destruidos o amurallados, surgirá un nuevo mercado: la autenticidad simulada. Experiencias hiperrealistas, quizás incluso en realidad virtual, se venderán como alternativas más limpias, seguras y convenientes. ¿Para qué arriesgarse a la imprevisibilidad del mundo real cuando puedes tener una simulación perfecta, personalizada y sin problemas? La idea misma de lo que es “real” estará a la venta. (Y pagarás la suscripción mensual).
Así que, la próxima vez que veas una lista de lugares a evitar, no te sientas virtuoso por hacer caso. Siente el acero frío de la jaula que se construye a tu alrededor. Te están enseñando a aceptar limitaciones. Te están entrenando para creer que el mundo es demasiado frágil para que lo veas, cuando la verdad es que creen que eres demasiado común para que se te permita entrar. La “No List” no está salvando al mundo. Solo está decidiendo quién será el dueño de lo que queda de él.






Publicar comentario