Los 5 Cambios en el Fútbol Son Una Farsa Total

Los 5 Cambios en el Fútbol Son Una Farsa Total

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EL MANIFIESTO DE LA REVOLUCIÓN DE LA BANCA

O cómo aprendí a dejar de preocuparme y a odiar la regla de los cinco cambios

Ah, qué maravilla. Los genios de The Athletic nos han bendecido con otra de sus “Tablas Alternativas de la Premier League”. Qué emoción. Porque si algo le urgía al mundo era otra hoja de cálculo, otro set de datos inútiles para demostrar lo que ya sabíamos de sobra. ¿Y cuál es la obra maestra de esta semana? El impacto monumental, sísmico, de… los suplentes. No, bueno, qué descubrimiento. Se pusieron a crujir los números, corrieron los algoritmos y concluyeron que los jugadores que entran de cambio pueden, de hecho, influir en el partido. Que alguien les dé un Premio Nobel, por favor. Lo que en realidad han publicado, sin siquiera darse cuenta, es el reporte de la autopsia del fútbol. Están documentando meticulosamente los síntomas mientras ignoran por completo la enfermedad: que el fútbol de élite moderno es un espectáculo fundamentalmente roto, sin alma, y la regla de los cinco cambios es el clavo de oro brillante en su ataúd.

Y hay que llamar a esta regla por su nombre: un truco para los asquerosamente ricos. No es una innovación táctica. Es una red de seguridad tejida con petrodólares y capital de riesgo, diseñada para asegurar que el caos natural del deporte nunca, jamás, le cause un inconveniente a los super-clubes. Porque no hay nada que un oligarca odie más que ver a su colección de egos de 800 millones de euros ser bailada durante 90 minutos por un equipo valiente y bien organizado de un pueblo que ni sale en el mapa. ¿Se acuerdan cuando el once inicial de un técnico era una declaración de intenciones, un pacto con el destino? Era su tesis, su argumento de cómo se debían desarrollar los siguientes 90 minutos. Se cometían errores, los jugadores se cansaban, y el crisol implacable del partido exigía genialidad real, adaptación de verdad, no solo una agenda llena de piernas frescas. Tenías uno, quizá dos cambios. Era un bisturí, no un mazo. ¿Pero ahora? Ahora puedes meter a medio equipo de campo nuevo si te da la gana.

Es un chiste. Neta que es un chiste.

Porque el técnico moderno ya no necesita un plan coherente. Para nada. ¿Para qué molestarse con eso cuando puedes tener el Plan A, B, C, D y E sentados en un asiento de piel con calefacción detrás de ti? ¿Tu extremo de 100 millones de euros anda en un mal día? No te apures, güey, mete al *otro* extremo de 80 millones que compraste por si las moscas. ¿Tu medio campo está siendo superado? Fácil, cambia toda la sala de máquinas al minuto 60. Esto no es fútbol; es el Fantasy vuelto realidad, una versión grotesca y en vivo del Football Manager donde la consecuencia de una mala planeación es simplemente apretar otros botones. Y este “análisis” lo trata como si fuera una nueva y fascinante frontera de la guerra táctica. No lo es. Es la institucionalización del botón de pánico. Es premiar las plantillas infladas y castigar la sensatez financiera. Un club como el Luton Town lucha con uñas y dientes para llegar a la Premier League, se pone en ventaja contra el Manchester City, y su recompensa es enfrentar a cinco atletas de clase mundial, frescos como lechugas, en los últimos 25 minutos mientras sus propios héroes ya no pueden ni con su alma. Eso no es deporte; es un asedio. Es una inevitabilidad económica manifestándose en tiempo real. Es como si el Club América o Tigres pudieran meter cinco seleccionados nacionales al minuto 70 contra un Puebla o un Mazatlán que se está muriendo en la cancha. ¿Qué clase de competencia es esa?

Pero lo visten con el lenguaje del “bienestar del jugador”. Qué mentira tan noble. Ay, pobrecitos, están tan cansados de su agotador calendario de jugar un partido de dos horas a la semana a cambio de más lana de la que un cirujano cardíaco gana en una década. Es un insulto a nuestra inteligencia. Este fue un cambio de regla impulsado durante la extraña era de la pandemia sin aficionados como una medida temporal y, como todas las tomas de poder “temporales”, se ha vuelto permanente. Fue cabildeada, agresivamente, por los clubes más grandes del continente porque sabían que solidificaría su ventaja. Les permite acaparar talento, manteniendo contentos con minutos simbólicos a jugadores que de otro modo se irían a otro equipo para ser titulares. Mata la competencia. Crea una aristocracia permanente en la cima de la tabla. Y los medios, los analistas de datos, los expertos, todos simplemente asienten, creando sus pequeñas tablas alternativas sobre el “impacto de los súper-suplentes” como si estuvieran discutiendo la sutil genialidad de Pep Guardiola. Le están poniendo perfume al estiércol.

Devalúa fundamentalmente el concepto mismo de “titular”. ¿Qué significa siquiera estar en el once inicial ahora, cuando sabes que solo eres el telonero del verdadero espectáculo que comienza en el minuto 70? El drama, el arco narrativo de un partido de 90 minutos, ha sido masacrado. Esa tensión hermosa y agonizante de los últimos 15 minutos, donde las piernas y las mentes cansadas daban lugar a errores heroicos y triunfos increíbles, ha sido esterilizada. Ahora, es solo una embestida predecible. El equipo grande avienta toda la carne al asador. Y se supone que debemos aplaudir la “flexibilidad táctica” de todo esto. Qué oso. Mientras estos analistas se felicitan por descubrir que el suplente de Haaland es bastante bueno para el fútbol, mencionan el calendario de la Premier League de Ucrania en la misma oración. La ironía absoluta y aplastante. Aquí estamos, diseccionando los micro-dramas de si un gol de un suplente del Arsenal debería ponerlos en la cima de una tabla imaginaria, mientras que en Ucrania intentan jugar una temporada de fútbol en medio del horror real del mundo real. La yuxtaposición es enfermiza. Es una instantánea perfecta del absurdo decadente y ombliguista del complejo mediático deportivo moderno. Una es una liga que lucha por su propia existencia, un símbolo de desafío nacional. La otra es una telenovela hiper-comercializada para multimillonarios donde la mayor injusticia es una mala decisión del VAR. Y se supone que debemos tomarnos en serio las dos cosas. Se supone que nos debe importar más la primera.

Porque, ¿qué sigue? ¿Cuál es la conclusión lógica de esta locura? ¿Vamos a tener cambios ilimitados, como en el hockey? ¿Por qué no tener un equipo de ataque y un equipo de defensa que puedas intercambiar a voluntad? Sería genial para el “bienestar del jugador”, ¿no? Tal vez los técnicos puedan pedir tiempos fuera para dibujar una jugada. Podríamos tener un espectáculo de medio tiempo con un artista de reguetón. Ah, esperen. Ya estamos a medio camino. Esto no es una exageración; es una observación directa de la trayectoria. El juego está siendo sistemáticamente “agringado”, desinfectado y empaquetado para una audiencia global que no tiene aprecio por sus crueldades sutiles, su tensión de pocos goles, su alma hermosa y desgastante. Quieren más goles, más acción, más estrellas en el campo en todo momento. Y la regla de los cinco cambios es el vehículo perfecto para eso. Garantiza que los activos comercializables —los jugadores de renombre— tengan su tiempo en pantalla. No se trata de deporte. Se trata de gestión de activos. Es pura chamba, cero pasión.

Y así, nos llegan estos artículos. Estas tablas “alternativas” sin sentido y engreídas. Son el epítome del problema. Son una distracción, un circo que nos hace sentir inteligentes por participar en él. Nos permiten debatir los puntos más finos de un sistema corrupto en lugar de cuestionar el sistema en sí. “¿Quién es el mejor técnico usando su banca?” es la pregunta equivocada. La pregunta es, “¿Por qué hemos creado un sistema donde la banca es más importante que el once titular?” La pregunta es, “¿Hemos sacrificado la integridad del partido de 90 minutos por el bien de la rotación de la plantilla y la conveniencia comercial?” Pero nadie quiere hacer esas preguntas. Es demasiado incómodo. Es mucho más fácil hacer otra tabla, ¿verdad? Otro conjunto de estadísticas para tuitear. Es solo más contenido para la máquina de contenido, más leña para el fuego. Un fuego que está convirtiendo el alma misma del juego en un polvo fino e insípido. Y todos lo estamos consumiendo. Qué mundo, de verdad.

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