MH370: El Show Mediático Para Tapar la Verdad
Otro Circo en el Océano Índico, ¿A Poco Sí Les Creemos?
Órale, pues ahí vamos de nuevo. Más de una década—once larguísimos años—de puro silencio, de chismes, de dolor, y de repente el gobierno de Malasia se quiere poner la capa de superhéroe. Anuncian con bombo y platillo que van a reanudar la búsqueda del MH370. Una empresa privada, Ocean Infinity, con sus juguetitos nuevos y carísimos, está lista para echarse un clavado al abismo bajo el lema de “si no lo encuentro, no me pagas”. Suena a todo dar, ¿no? Un nuevo capítulo en uno de los misterios más grandes de la aviación. Pero no se la compren. Esto no es una búsqueda de la verdad. Es una jugada política, un teatro bien montado para controlar una historia que se les salió de las manos hace años.
Seamos brutalmente honestos. Nada en este caso ha sido derecho, y esta nueva búsqueda no es la excepción. Es un performance, y esperan que todos les aplaudamos como focas. Pero yo no. Yo sigo haciendo las preguntas que nadie peló en 2014 y que hoy, convenientemente, están barriendo debajo de la alfombra.
¿Y por qué ahora? Después de 11 años de valerles, ¿cuál es la verdadera razón?
¿De verdad creen que les entró el remordimiento? ¿Que de la noche a la mañana les nació un hambre de justicia por las 239 personas a bordo? ¡No manchen! Esa oportunidad la dejaron ir hace una década. Esto se trata de conveniencia y de quedar bien para la foto. El fantasma del MH370 ha sido una pesadilla para el gobierno de Malasia, un recordatorio de su brutal incompetencia (o de algo mucho peor) cuando todo esto empezó. Una nueva búsqueda, especialmente si la paga una empresa privada, les permite hacerse los proactivos sin soltar un solo peso de entrada. Es una movida política redonda. Se visten de líderes compasivos que buscan cerrar el ciclo, mientras Ocean Infinity se avienta el volado y paga la cuenta. ¡Qué ofertón!
Y ni hablar de Ocean Infinity. Ese modelo de “si no hay hallazgo, no hay pago” es puro marketing. Se venden como los salvadores del mundo, pero son un negocio, y uno que mueve muchísima lana. Están apostando a que su nueva tecnología robótica puede lograr lo que un ejército de gobiernos no pudo. Si encuentran el avión, la recompensa será astronómica, no solo por el pago de Malasia, sino por el prestigio mundial y los contratos que les lloverán. Se convertirían en la empresa que resolvió lo imposible. ¿Y si no lo encuentran? Bueno, lo intentaron, ¿no? Se llevan el aplauso por el esfuerzo y publicidad gratis para sus robots submarinos. No es altruismo; es especulación con tecnología de punta.
¿Es esto otra búsqueda millonaria que no va a llevar a nada?
¿Se acuerdan de la primera búsqueda? La que costó cientos de millones de dólares y peinó un área gigantesca para no encontrar absolutamente nada. Años arrastrando aparatos por el fondo del mar, todo basado en unas débiles señales de satélite… señales que, no olvidemos, fueron interpretadas y reinterpretadas una y otra vez para que encajaran en su cuento. Y ahora nos salen con que un “nuevo análisis” les dio un punto más exacto. Qué conveniente. Después de una década de darle vueltas a los mismos datos, ¿de repente tuvieron una epifanía? Perdónenme, pero suena a choro.
Toda esta nueva chamba se basa en la misma idea: que el avión se cayó en el sur del Océano Índico por esas señales de Inmarsat. Esa siempre fue la teoría “oficial” porque era la más limpia. Permite contar una historia sencilla: una falla mecánica o la tripulación desmayada por falta de oxígeno, un “vuelo fantasma” que siguió en piloto automático hasta que se le acabó la gasolina. Es una tragedia, sí, pero una que no salpica a nadie importante. Evita tener que pensar en posibilidades más oscuras y complicadas; posibilidades que involucran a alguien con un plan. Esta nueva búsqueda es simplemente apostar el doble a la misma teoría, una que quizás está mal desde el principio. No es una nueva investigación, es recalentado.
Sigamos la lana y el poder. ¿Quién sale ganando aquí?
Los ganadores están claros, y las familias de las víctimas, tristemente, son solo piezas en este ajedrez. Malasia gana porque se quita de encima el riesgo financiero y la presión política, pasándosela a una empresa privada. Pueden decir “estamos haciendo todo lo posible” sin mover un dedo. China, que tenía la mayoría de los pasajeros, ve que se está haciendo “algo” sin tener que ensuciarse las manos otra vez. Y Ocean Infinity, como ya dijimos, va por el premio gordo de fama y fortuna.
¿Pero quién pierde? Cualquiera que quiera la verdad, sin filtros. Un éxito, en los términos de este contrato, significa encontrar los restos en la zona que ellos ya definieron. Eso validaría su narrativa del vuelo fantasma. Sería el moño perfecto para una historia cochina y mal contada. Las cajas negras (qué conveniente) serían recuperadas y la historia que cuenten seguro coincidiría con la que nos han vendido por años. Una historia que limpia la imagen de varios gobiernos por su respuesta inepta, por no poder rastrear un Boeing 777 que voló por horas en su espacio aéreo y por su sospechosa negativa a soltar toda la información de sus radares desde el día uno. (¿Se acuerdan del radar militar que vio al avión dar la vuelta y no hizo nada? Ajá, ese.)
¿De verdad nos quieren vender que su versión oficial es la única posible?
Aquí está el meollo del asunto. Toda esta búsqueda millonaria se basa en una historia que tiene más hoyos que un queso gruyer. Un piloto experimentado, el Capitán Zaharie Ahmad Shah, supuestamente decide cometer el suicidio-asesinato más complejo de la historia, apagando perfectamente varios sistemas de comunicación (pero no todos) mientras vuela una ruta súper complicada hacia la nada. ¡Eso es un guion de película, no la vida real! Es la historia que les convino porque le echa la culpa a un muerto que no puede defenderse y no exige que nadie más rinda cuentas.
¿Y qué hay de las otras posibilidades? ¿Un secuestro que salió mal? ¿Un hackeo remoto del avión (algo que los gobiernos ni afirman ni niegan que se puede hacer)? ¿Un incendio a bordo que los dejó sin comunicación mientras intentaban regresar? O la más incómoda de todas: que el avión fue derribado, por accidente o a propósito, y su desaparición ha sido un encubrimiento masivo y coordinado. Estas teorías no son de locos. Nacen de la total falta de transparencia y de las acciones extrañas y contradictorias de las autoridades en las primeras semanas. Al enfocar todos los recursos en un pedacito del océano, se aseguran de que estas otras posibilidades, mucho más comprometedoras, nunca se investiguen.
¿A qué le tienen miedo realmente? ¿A no encontrar nada, o a encontrar algo que no cuadre?
Quizás el mayor miedo no es no encontrar el avión. Quizás el pánico es encontrarlo, pero en el lugar equivocado. O encontrarlo y que los restos cuenten una historia que contradiga la versión oficial. ¿Qué pasaría si la grabadora de voz de la cabina revela una pelea? ¿Y si el fuselaje muestra daños de una explosión externa? El contrato de “si no encuentro, no cobro” seguramente tiene cláusulas muy específicas. Encuentra el avión *aquí*, y te pagamos. Una búsqueda que se salga del guion seguro no está en los planes.
Así que mientras el mundo se prepara para ver este nuevo drama tecnológico, recuerden lo que están viendo. Es un esfuerzo carísimo y muy avanzado para confirmar una conclusión que ya escribieron. Es una misión para cerrar un expediente, no para destapar una verdad. El verdadero misterio del MH370 no es solo dónde está el avión. Es por qué tanta gente poderosa ha trabajado tanto tiempo para controlar lo que se nos permite pensar sobre él. No esperen un cierre. Esperen un final cuidadosamente manejado para una historia a la que le arrancaron las páginas más importantes hace mucho tiempo.






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