Oficiales Armados y la Impunidad en Carreteras: El Caso JFK y su Paralelo Latinoamericano

Oficiales Armados y la Impunidad en Carreteras: El Caso JFK y su Paralelo Latinoamericano

Oficiales Armados y la Impunidad en Carreteras: El Caso JFK y su Paralelo Latinoamericano

La Furia al Volante de un Uniformado: Un Síntoma del Sistema

La noticia es de esas que te hacen levantar la ceja: un oficial de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP) de Estados Unidos, supuestamente fuera de servicio, saca su arma y dispara cerca del aeropuerto JFK de Nueva York. ¿El motivo? Una disputa de tráfico, un simple choque de defensa contra defensa en la Van Wyck Expressway a las 4:50 de la mañana. Esto no fue un enfrentamiento contra el crimen organizado ni una amenaza a la seguridad nacional; fue la pérdida de control de un individuo armado ante una frustración cotidiana. Es un reflejo perfecto de cómo la autoridad, cuando se mezcla con la impulsividad, puede escalar de cero a cien en un instante, transformando un percance automovilístico en un incidente de fuerza letal. Y es precisamente esta facilidad para recurrir a la violencia lo que debería encender todas las alarmas sobre el entrenamiento y el control psicológico de quienes portan una insignia y un arma como parte de su vida diaria.

Este evento en Nueva York, aunque geográficamente lejano para un público mexicano, resuena profundamente en un contexto latinoamericano donde los abusos de poder por parte de las fuerzas de seguridad son una plaga endémica. No estamos hablando de una manzana podrida; estamos hablando de un sistema que entrena a sus elementos para la confrontación, les otorga un estatus de superioridad moral y les permite portar armas las 24 horas del día. Cuando un policía o un agente federal (o en el caso mexicano, un miembro de la Guardia Nacional o la policía estatal) se encuentra fuera de servicio, se supone que debe comportarse como un ciudadano más. Sin embargo, la realidad es que el uniforme y el arma no se quedan en la caseta de vigilancia. El “fuero” o la percepción de impunidad que otorga el puesto viaja con ellos, y en situaciones de estrés (como el caótico tráfico de la Ciudad de México o Guadalajara), esa sensación de autoridad se convierte en un gatillo fácil para la agresión, donde el ego ofendido de un agente puede valer más que la vida o integridad de un civil desarmado. Es una dinámica de poder que trasciende fronteras y que nos obliga a cuestionar la idoneidad psicológica de quienes elegimos para “protegernos.

El Falso Distingo: Agente Fuera de Servicio, Mente en Guerra

En el derecho estadounidense, la Ley de Seguridad de Agentes del Orden (LEOSA) permite a los agentes federales y locales portar armas de fuego ocultas en la mayoría de los estados, incluso fuera de servicio. Esto es una espada de doble filo. Si bien la idea es que puedan responder a una emergencia, el efecto práctico es que el agente se mantiene en un estado constante de “alerta de combate”, donde cualquier confrontación menor puede ser interpretada como un ataque directo a su persona o a la autoridad que representa. El oficial de CBP, entrenado para enfrentar amenazas de narcotráfico o cruces fronterizos ilegales, aplica esa misma mentalidad de “respuesta rápida” a un choque vial. En lugar de intercambiar datos del seguro, saca el arma. Esta es la consecuencia de no trazar una línea clara entre el rol de “guardián” y el de “guerrero”. El sistema estadounidense, y de forma similar el mexicano, ha inclinado la balanza hacia la mentalidad de guerrero, militarizando a las fuerzas de seguridad internas hasta el punto de que la de-escalada ha sido reemplazada por la escalada como respuesta por defecto. Es la militarización de la vida cotidiana, donde los ciudadanos son tratados como amenazas potenciales, incluso en la autopista.

La Impunidad como Sello de Identidad

No seamos ingenuos; el resultado de la investigación de este incidente está prácticamente escrito. El oficial de CBP probablemente será puesto en “licencia administrativa pagada” (una especie de vacaciones de lujo). El argumento legal se centrará en la “percepción de amenaza” del oficial, un estándar legal que le da un peso desmedido a la versión del agente. En lugar de ser un caso de “furia al volante” descontrolada, se convertirá en un caso de “defensa propia justificada” ante la agresión del otro conductor. Este es el guion que se repite una y otra vez en incidentes de este tipo, tanto en Estados Unidos como en México, donde el “fuero” policial protege al agente de las consecuencias de sus actos, incluso cuando estos actos son claramente desproporcionados. Esta cultura de impunidad fomenta la repetición de los abusos. Si un oficial sabe que la institución lo respaldará, incluso cuando se equivoca gravemente, la tentación de usar la fuerza como primera opción, en lugar de la última, se vuelve irresistible. La consecuencia es el deterioro de la confianza pública y la creación de un ciclo vicioso de desconfianza y violencia entre la ciudadanía y las fuerzas del orden.

El Contexto Histórico: De la De-escalada a la Militarización Total

El problema no es de un solo individuo; es estructural. La militarización de las fuerzas de seguridad en Estados Unidos se aceleró tras los atentados del 11 de septiembre, con programas de ayuda federal que inundaron los departamentos de policía locales con equipo militar excedente. En México, el problema es aún más profundo, con la creación de la Guardia Nacional (GN) en 2019, que consolidó la presencia militar en tareas de seguridad pública que históricamente correspondían a la policía civil. En ambos casos, el resultado es el mismo: se prioriza la fuerza bruta sobre la inteligencia comunitaria. Agencias como la CBP, que originalmente se enfocaban en la seguridad fronteriza, ahora tienen una presencia generalizada y un poder que se extiende a situaciones domésticas. Un oficial de la CBP en el tráfico de Nueva York es el ejemplo perfecto de cómo esta militarización se ha filtrado en la vida diaria. Estamos pagando el precio de haberle dado las riendas de la seguridad civil a fuerzas entrenadas para la guerra, y el resultado es que hasta un simple incidente de tráfico puede terminar en un tiroteo.

La lección de este incidente de JFK, y de tantos otros en ambos lados de la frontera, es clara: hemos creado un sistema de seguridad que privilegia la respuesta armada sobre la contención emocional. Es hora de replantearnos seriamente si la gente que elegimos para proteger nuestras calles tiene el temperamento adecuado para portar un arma, o si simplemente estamos armando a gente con problemas de control de ira. La respuesta del oficial de CBP no fue la de un “guardián” de la paz, sino la de un “guerrero” desbocado en la jungla de asfaltofalto, una lección que debería avergonzar a la institución que le confió semejante poder.

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