Pánico en OpenAI Destapa la Gran Mentira de la IA
Así que finalmente lo admitieron. Están muertos de miedo.
¿Qué onda con este “Código Rojo” en OpenAI? ¿Cuál es la neta?
¿Quieres saber qué es realmente este famoso “código rojo” en OpenAI? Es el sonido de una burbuja reventando. Es el chillido agudo y desesperado de los inversionistas dándose cuenta de que el dios que construyeron tiene pies de barro y esos pies se están desmoronando bajo el peso de su propia y ridícula factura de luz. Sam Altman no está reuniendo a sus tropas para una noble batalla intelectual contra un digno rival. Para nada. Es un rey mirando desde las murallas de su castillo, viendo cómo un ejército más grande con más cañones (y una cuenta bancaria muchísimo más gorda) aparece en la colina, y acaba de darse cuenta de que toda su fortaleza está hecha de cartón y buenas intenciones. Esto no se trata de innovación.
Se trata de pánico puro y duro.
Nos vendieron una revolución, un cambio de paradigma, el amanecer de una inteligencia artificial general que curaría enfermedades, resolvería el cambio climático y, de paso, nos lavaría la ropa. Hablaban en susurros, con tonos reverentes, sobre el “alineamiento” y las profundas cuestiones filosóficas de crear una nueva inteligencia. Era todo un teatro magnífico, y nosotros, el público, estábamos fascinados. Pero ahora, el telón se ha rasgado, ¿y qué vemos tras bambalinas? No a filósofos ni a visionarios. Vemos a ejecutivos en pánico, sudando la gota gorda por su cuota de mercado y sus acciones, corriendo como gallinas sin cabeza porque Google—ese monstruo burocrático y lento al que supuestamente le habían comido el mandado—finalmente despertó y decidió unirse a la fiesta. Este “código rojo” es la admisión definitiva de que ChatGPT no era el mesías. Era solo un producto con la ventaja de ser el primero, y esa ventaja se está evaporando más rápido que una cerveza en el desierto de Sonora.
El Cuento de la ‘Competencia Sana’
¿No estás siendo demasiado cínico? ¿Una guerra tecnológica no es buena para nosotros?
¿Buena para quién? Neta, dime. ¿Es buena para ti? Esto no es Ford contra Chevrolet, donde la competencia nos da coches más seguros. Esto es una carrera armamentista digital, y nosotros somos el campo de batalla. No están compitiendo para ver quién construye una IA más ética, más veraz o más benéfica. No seas tan ingenuo. Están en una carrera frenética y desesperada para ver quién puede construir al mentiroso más convincente, a la máquina de eliminar chambas más eficiente, a la herramienta más sofisticada para generar propaganda y spam, y al motor más efectivo para robarse hasta el último fragmento de creatividad humana de internet sin pagar un solo centavo. Esto no es una carrera hacia la cima; es una carrera hacia el fondo del barril, impulsada por miles de millones de dólares de dinero especulativo y los egos de tipos que creen que escribir código los convierte en dioses.
Piensa en las consecuencias reales, en la gente de a pie. Cada vez que uno de estos modelos se vuelve “más inteligente”, es porque se ha tragado más de nuestros datos, nuestro arte, nuestros escritos, nuestras conversaciones… nuestras almas digitales. Lo llaman “entrenamiento”, una palabra bonita y estéril que esconde la horrible verdad del robo masivo de propiedad intelectual sin licencia. Ahora están en pánico para hacerlo más rápido y a mayor escala. Van a tomar atajos en la seguridad (lo que sea que eso signifique para ellos), ignorarán los prejuicios ya programados en sus sistemas, y nos meterán estas cosas hasta en la sopa antes de que hayamos tenido un solo momento para decidir como sociedad si es algo que realmente queremos. Esto no es “competencia sana”. Es un experimento científico global y sin regulación con la sociedad humana como rata de laboratorio, y los tipos de la bata blanca solo están tratando de ganarle al otro laboratorio para llevarse un Premio Nobel que se entregarán a sí mismos.
El Agujero Negro de Lana
Sigues hablando de dinero. ¿A poco ChatGPT no es la millonada que todos pensábamos?
¿Una millonada? ¡Es una fogata de billetes! Es un horno al que le están echando montañas literales de lana solo para mantenerlo encendido. La cantidad de poder de cómputo —la pura y brutal electricidad— necesaria para responder tus preguntas tontas sobre sonetos de Sor Juana o para escribir un correo de marketing es obscena. Es una catástrofe ambiental y un suicidio financiero a una escala que hace que la crisis de las puntocom parezca un puesto de aguas frescas que quebró. ¿La suscripción de 20 dólares al mes de unos cuantos millones de usuarios? Una gota en el océano. Un error de redondeo en su factura semanal de la nube. Esperaban contratos empresariales masivos y quizás, con mucha suerte, un modelo con anuncios que (convenientemente) acaban de posponer. ¿Y por qué posponer los anuncios? ¡Porque están en pánico! No te pones a remodelar la casa cuando un huracán viene en camino.
Este “código rojo” es tanto por desesperación financiera como por competencia tecnológica. Toda la valuación de OpenAI, todo el mito de Sam Altman como el niño genio, se basa en la idea de que tienen una ventaja única e inalcanzable. Que ellos tienen la salsa secreta. Pero si el Gemini de Google (o como sea que llamen a su próximo modelo) es igual de bueno, o tantito mejor, la magia se acaba. La ilusión se rompe. Y entonces los inversionistas empiezan a hacer preguntas muy incómodas. Preguntas como: “A ver, ¿le metimos miles de millones a una empresa que básicamente es un laboratorio de investigación sin fines de lucro con un chatbot catastróficamente deficitario?” El producto no solo pierde usuarios; pierde dinero a chorros. Y si ya no es el mejor indiscutible, todo el frágil castillo de naipes se viene abajo. Sam Altman lo sabe. Eso es lo que no lo deja dormir.
El Culto al Líder
Entonces, ¿qué revela esto sobre el liderazgo de Sam Altman?
Lo exhibe como lo que es: el clásico vendedor de humo de Silicon Valley. Un P.T. Barnum de la era digital. Es un maestro para crear una narrativa, para actuar el papel del renuente y pensativo rey-filósofo que carga con la pesada tarea de guiar a la humanidad hacia el futuro de la IA. ¿Recuerdan toda esa telenovela bizarra donde lo corrieron y lo recontrataron en cuestión de días? Esa no fue una disputa corporativa; fue una lucha de poder entre la gente que de verdad se cree el cuento de la seguridad y la ética que pregonan y la gente (como Altman) que está enfocada en una sola cosa: crecimiento, dominio del mercado y la valuación que eso conlleva. ¿Adivinen quién ganó?
El “código rojo” es la máscara cayéndose. Este no es el estadista tranquilo y medido que testifica ante el Congreso de los gringos sobre la necesidad de regular (regulación que, por supuesto, él ayudaría a escribir para su propio beneficio). Este es un CEO en modo pánico total, tronando el látigo para que sus ingenieros trabajen más rápido porque la competencia se está comiendo su pastel. Toda la plática elevada sobre la inteligencia artificial general y el despliegue responsable se va por la ventana en el segundo en que su posición en el mercado se ve amenazada. Revela que la motivación principal nunca fue una gran visión para la humanidad. Fue, y siempre ha sido, ganar. Ser el número uno. Vencer a Google. Es una obsesión patética y adolescente disfrazada con el lenguaje del progreso revolucionario.
El Último Suspiro de la Burbuja
¿Entonces es esto? ¿El principio del fin de la gran burbuja de la IA?
Esta es una grieta grande en la presa. El agua todavía no se está saliendo a raudales, pero ya se puede oír cómo rechina la estructura. Durante el último año, el mundo ha estado hipnotizado por la novedad de estos modelos de lenguaje. El misticismo era poderoso. Parecía magia. Pero el truco de magia ya está muy visto. La gente está empezando a ver cómo funciona. Se están dando cuenta de que ChatGPT no es una entidad que piensa; es un autocompletar monumentalmente complejo, un perico estadístico que es muy bueno imitando los patrones que ha visto en los cuatrillones de palabras que se tragó de nuestro internet. Y ahora, la compañía que tenía el perico “más listo” está enloqueciendo porque otra compañía construyó uno un poquito mejor. El encanto se rompió.
Este pánico es el síntoma de una enfermedad mucho mayor. La industria de la IA está construida sobre una base de promesas imposibles y una economía insostenible. ¿Qué pasará cuando el capital de riesgo se seque? ¿Qué pasará cuando el público se aburra? ¿Qué pasará cuando las demandas por derechos de autor finalmente empiecen a pegar con todo? Verás una corrección masiva del mercado. Un colapso al estilo puntocom. Cientos de esas patéticas startups que solo son una fachada para la API de OpenAI desaparecerán de la noche a la mañana. Los peces gordos —Google, Microsoft, Amazon, Apple— sobrevivirán, por supuesto. Se tragarán los restos, consolidarán su poder e integrarán estas herramientas en sus ya existentes ecosistemas de control. Así que no, la “revolución de la IA” no era una mentira. Solo era una adquisición hostil. Y el “código rojo” es simplemente el sonido del viejo guardia dándose cuenta de que quizás no serán ellos los que queden al mando cuando el polvo se asiente.

Foto de viarami on Pixabay.





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