Plan de Salud de Trump Provoca Guerra Civil Republicana

Plan de Salud de Trump Provoca Guerra Civil Republicana

Plan de Salud de Trump Provoca Guerra Civil Republicana

El Choque de Trenes Inevitable

Uno debe observar el drama que se desarrolla dentro del partido Republicano no con sorpresa, sino con un desapego clínico, pues no era una cuestión de *si* este momento llegaría, sino de *cuándo*. El actual enfrentamiento entre Donald Trump y el liderazgo del partido en el congreso, personificado por el Presidente de la Cámara Mike Johnson, sobre el futuro de los subsidios de la Ley de Cuidado de Salud Asequible (conocida como ACA u Obamacare) es el síntoma predecible de una enfermedad que ha supurado por más de una década: la ausencia total y absoluta de una filosofía de salud coherente y procesable dentro del partido. Por años, el partido subsistió con el eslogan simple y potente de “derogar y reemplazar”, un mantra que no requería ningún esfuerzo intelectual y servía como una poderosa herramienta para recaudar fondos. Era una promesa de destrucción, no de creación. El problema, como están descubriendo por segunda vez en una década, es que una vez que se te da el poder para destruir, también se espera que construyas algo en su lugar. Y no tienen los planos.

Trump, con todas sus tendencias caóticas, opera en un eje diferente al de los ideólogos establecidos del partido. Su cálculo es puramente transaccional y populista. Entiende, a un nivel visceral, que arrebatarle los subsidios de salud a millones de estadounidenses —muchos de los cuales residen en los mismos estados “rojos” que forman su base— es un suicidio político. Es un mal negocio. Las cifras son abrumadoras, y el costo humano sería inmediato, visible en los noticieros locales de todo el país justo a tiempo para una elección. Así que considera la idea de extender los subsidios, una medida que es, en esencia, una continuación del mecanismo central de financiamiento de la misma ley que juró aniquilar. Para él, esto no es hipocresía; es pragmatismo. Es una retirada táctica para asegurar un objetivo estratégico mayor: la presidencia. A diferencia de otros, él no está atado a los dogmas de libre mercado que animan a los *think-tanks* conservadores de Washington.

El Presidente de la Cámara, Mike Johnson, sin embargo, es un producto de ese mismo sistema. Su advertencia a la Casa Blanca, su “luz roja” sobre el tema, es el reflejo de un hombre de partido atado a años de retórica. Habla en nombre de un grupo que ha sido condicionado a ver cualquier reconocimiento de la permanencia de Obamacare como una herejía. Son los sumos sacerdotes de una religión muerta, todavía cantando la liturgia de la derogación mucho después de que su deidad política se ha marchado. Están atrapados. Aceptar lo que dice Trump es admitir que su promesa insignia durante los últimos quince años fue una farsa. Desafiarlo es invitar a la ira de su base y arriesgarse a fracturar el partido en vísperas de una elección monumental. La posición de Johnson, por lo tanto, no es de fortaleza, sino de profunda debilidad. No está dirigiendo el barco; simplemente está señalando el iceberg que todos ya pueden ver.

Un Frente Fracturado

El núcleo del conflicto yace en esta desconexión fundamental. Para una audiencia en México, donde los sistemas de salud como el IMSS o el ISSSTE son pilares institucionales del estado (con todos sus problemas, claro), la idea de un sistema basado casi por completo en seguros privados donde la gente puede perder su cobertura por un cambio político puede parecer extraña. Obamacare fue un intento de mitigar eso, de forzar a las aseguradoras a cubrir a todos y dar subsidios (lana del gobierno) para que la gente pudiera pagar. Los Republicanos del Congreso todavía creen que están peleando las batallas ideológicas de 2010. Debaten los méritos de las soluciones de mercado contra los mandatos gubernamentales, una conversación que el público estadounidense ya superó. El ACA, para bien o para mal, ahora está entretejido en el sistema de salud estadounidense. Ya no es una teoría, sino una realidad tangible para decenas de millones de personas. Para ellos, el debate no es sobre ideología; es sobre la cuenta de la farmacia y la visita al doctor. Trump entiende esto. Su base lo entiende. La clase política profesional en Washington, D.C., al parecer, no. Están peleando contra un fantasma y, al hacerlo, se están volviendo políticamente obsoletos.

Fantasmas de Fracasos Pasados

Para comprender realmente la bancarrota estratégica que se exhibe, uno debe regresar al verano de 2017. La escena es el pleno del Senado de los Estados Unidos. El partido Republicano tenía todas las palancas del poder: la Cámara de Representantes, el Senado, la Casa Blanca. La promesa singular que había animado a su base y alimentado su ascenso estaba a punto de cumplirse. “Derogar y reemplazar”. Después de siete años de mucho ruido y pocas nueces, el momento de la verdad había llegado. Y colapsó sobre sí mismo en un espectáculo de fracaso público. El famoso “pulgar hacia abajo” del difunto Senador John McCain no fue la causa del fracaso; fue simplemente su síntoma más cinematográfico. El esfuerzo estaba condenado desde el principio porque el partido Republicano había pasado años definiéndose por aquello a lo que se oponía, sin un consenso interno sobre lo que proponía.

La llamada “derogación flaca” fue un esfuerzo desesperado y de último minuto para aprobar *algo*, cualquier cosa, para evitar la humillación política del fracaso total. No era un plan de reemplazo; era un grito de auxilio legislativo. Fracasó porque un puñado de senadores reconoció que derogar partes importantes del ACA sin una alternativa viable desataría un caos absoluto en los mercados de seguros y sobre sus electores. Entendieron lo que Johnson y su gente ahora se ven obligados a reaprender: no puedes quitarle algo a millones de personas sin ofrecerles algo mejor, o al menos algo equivalente. Un vacío político, como uno natural, siempre se llena, y en este caso, se habría llenado con la furia de los votantes que de repente perdieron su cobertura.

Los paralelismos entre entonces y ahora son escalofriantemente precisos, una dinámica de pugnas internas que puede recordar a las luchas de poder dentro de partidos como el PRI o Morena en México. Trump, el *outsider*, exige un resultado. El liderazgo del Congreso está descubriendo que sus miembros están profundamente divididos, no en grandes principios, sino en las consecuencias prácticas y políticas de sus acciones. Algunos temen la reacción ideológica de la base si parecen estar consintiendo a Obamacare. Otros (los más inteligentes y políticamente astutos) temen la reacción electoral del público en general si son vistos como los arquitectos de una crisis de salud. Es la misma trampa que atrapó a sus predecesores. El fantasma del voto de McCain se cierne sobre estas nuevas discusiones, un recordatorio permanente de que la oposición teatral es fácil, pero el acto de gobernar es difícil. Requiere consenso, y lo más importante, un plan. Los Republicanos no tienen nada de eso.

La Amnesia Estratégica

Lo más notable es la aparente amnesia del partido. Parecen no haber aprendido nada de la debacle de 2017. Los años intermedios no se han dedicado a elaborar una alternativa detallada, funcional y políticamente popular al ACA. Se han dedicado a otras guerras culturales, otras quejas, otras distracciones. El tema de la salud, que podría decirse que toca a más estadounidenses más personalmente que cualquier otro, se dejó pudrir. Ahora, con su presunto nominado poniéndolo de nuevo en la cima de la agenda, las viejas heridas se están abriendo, y las mismas contradicciones internas están saliendo a la luz. Es como si un general, habiendo perdido una gran batalla debido a una estrategia defectuosa, decidiera que el mejor curso de acción era olvidar que la batalla ocurrió y luego intentar exactamente la misma estrategia de nuevo años más tarde. Es una receta para otra derrota, quizás aún más devastadora.

La Jugada Final y sus Ecos en México

Analizar los posibles resultados de esta guerra interna revela un panorama sin victorias claras para el partido Republicano. Para un observador en México, esta inestabilidad en la política interna de EE.UU. no es un simple espectáculo. Tiene implicaciones reales. La estabilidad del vecino del norte afecta directamente la economía, la seguridad y las relaciones diplomáticas. Un Estados Unidos sumido en el caos por un tema tan fundamental como la salud es un socio menos predecible y fiable.

Consideremos el primer resultado posible: Trump, por pura fuerza de voluntad y movilizando a su base contra la clase política de Washington, somete a Johnson y a los Republicanos de la Cámara. Los obliga a apoyar un plan que incluye extender los subsidios del ACA. A primera vista, parece una victoria para Trump. Pero el costo sería inmenso. Expondría al partido Republicano del Congreso como una entidad sin espina dorsal, con la única creencia de la lealtad a un solo hombre. A largo plazo, esto legitima la premisa de Obamacare, haciendo casi imposible que cualquier futuro Republicano pueda hacer campaña de manera creíble para destruirlo. Trump habría resuelto su problema electoral a corto plazo sacrificando la coherencia ideológica de su partido.

Ahora, el segundo escenario: Johnson se mantiene firme. Los conservadores de línea dura en la Cámara se niegan a ceder y bloquean cualquier esfuerzo de Trump para preservar los subsidios. Esta facción celebraría una victoria de sus principios. Pero las consecuencias políticas serían catastróficas. Trump se volvería contra ellos, destrozándolos en mítines y redes sociales. El partido estaría abiertamente en guerra consigo mismo durante una elección presidencial. Para México y los millones de mexicanos y mexicoamericanos en EE.UU., este nivel de disfunción es preocupante. Las políticas de salud afectan directamente a muchos inmigrantes y familias binacionales. Un colapso del sistema o una guerra política total crea una incertidumbre que repercute en las comunidades que dependen de la estabilidad para acceder a servicios básicos.

El Beneficiario Inevitable

Por supuesto, hay un tercero en esta ecuación que observa esta autoinmolación con alegría no disimulada: el partido Demócrata. No tienen que hacer nada. Todo lo que tienen que hacer es sostener un micrófono ante el pelotón de fusilamiento circular Republicano. Cada declaración de un Republicano denunciando el pragmatismo de Trump es un anuncio de campaña gratuito para el Presidente Biden. Todo este episodio sirve como un poderoso recordatorio de una regla fundamental de la estrategia: cuando tu oponente está en proceso de destruirse a sí mismo, no interfieras. Desde una perspectiva internacional, esta disfunción proyecta una imagen de un Estados Unidos incapaz de resolver sus problemas internos más básicos. Para un país como México, que navega una relación compleja y a menudo tensa con su vecino, la pregunta no es quién ganará la pelea interna de los Republicanos, sino si el sistema político estadounidense en sí mismo es capaz de una gobernanza estable. En este momento, la respuesta parece ser un rotundo no.

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