Stranger Things y la Muerte: La Neta del Abandono Institucional
La Neta del ‘Mundo al Revés’: Las Instituciones Cobran y los Chicos se Caen
A ver, pónganse truchas y dejémonos de rodeos. La muerte de esta joven no es solo una pinche tragedia; es un espejo roto que nos enseña la mugre que hay debajo de la alfombra de la cultura global, un recordatorio sangriento de cómo Hollywood, con sus fantasías baratas, convierte la decadencia real en un atractivo turístico mortal, y cómo las instituciones de élite, como esa universidad gringa, son capaces de dejar que sus propiedades se pudran y se vuelvan trampas mortales con tal de ahorrarse unos cuantos pesos en seguridad, demostrando una vez más que la avaricia corporativa y la irresponsabilidad institucional no tienen fronteras y siempre encuentran la forma de explotar la inocencia y la sed de validación de los jóvenes, incluso hasta el punto de la fatalidad.
Ella fue en busca del fantasma de *Stranger Things*, a una casa abandonada en el campus Briarcliff de la Universidad Emory, y ahí valió madres.
El dolor del padre, el que dice que su hija era ‘perfecta’, es una herida abierta que nadie puede curar, pero no podemos quedarnos solo en el luto. Tenemos que preguntar quién dejó esa puerta abierta, quién puso la miel en la trampa. ¿Por qué una universidad con millones de dólares de presupuesto permite que una de sus propiedades se convierta en un set de filmación peligroso y luego no tiene ni la decencia ni la obligación moral de asegurar la zona para que no atraiga a fans de todo el mundo, especialmente cuando el fenómeno cultural que lo hizo famoso les generó ganancias indirectas?
¡Qué cinismo!
Pura doble cara.
La Bronca de la Decadencia Global: Hollywood y el Abandono
La juventud de hoy, tanto en DeKalb County como en la Ciudad de México, está condicionada a buscar la foto *chida*, el *like* que te da cinco minutos de fama efímera. Y cuando una serie que es un fenómeno mundial, producida por un monstruo como Netflix, usa un edificio decrépito para darle ‘ambiente’, lo convierte inmediatamente en un sitio de peregrinación global, una Meca del morbo y la nostalgia, transformando un riesgo local en un peligro internacional que atrae a jóvenes de todo el planeta, ansiosos por revivir la ficción en el mundo real, un deseo que estas corporaciones alimentan con mercadotecnia agresiva, pero cuya seguridad se niegan rotundamente a garantizar.
No me vengan con el cuento de que ‘es solo ficción’. Netflix y Hollywood saben perfectamente el poder de su narrativa. Ellos hacen negocio con la emoción, con la adrenalina, y con la idea de que lo ‘urbex’ (exploración urbana) es *cool* y rebelde. Pero cuando el riesgo se vuelve real, cuando una vida se pierde porque alguien quiso tocar un pedazo de ese ‘Upside Down’, de repente nadie es responsable. Se encogen de hombros y mandan un comunicado genérico de condolencias.
Eso, mis amigos, se llama explotación cultural con alevosía. Están monetizando el peligro y vendiendo la idea de que la vida digital vale más que la vida física, incitando sutilmente a la audiencia a buscar experiencias extremas que garanticen contenido viral, creando una peligrosa distorsión de la realidad.
Y la universidad, claro, ¿qué hace? Nada.
Se hacen de la vista gorda.
El Fracaso de la Élite Educativa: Los Muros Podridos de Emory
Esta universidad, con su tremendo capital y su reputación intachable, es un ejemplo perfecto de la hipocresía institucional que nos ahoga en México y en el mundo: tienen el dinero para construir rascacielos de cristal y pagar a catedráticos de renombre, pero no tienen un dólar para poner una barda decente alrededor de una propiedad que saben que es peligrosa y mediáticamente atractiva, actuando con una negligencia criminal que demuestra que su preocupación por el alumnado y la comunidad es puramente retórica, mientras que su verdadera prioridad es la gestión de activos y la reducción de gastos operativos, incluso a costa de la seguridad humana.
En el derecho gringo le llaman ‘attractive nuisance,’ algo tan irresistiblemente peligroso que obliga al dueño a asegurar la zona. Aquí en México le llamamos ‘valemadrismo institucional’ o, peor aún, ‘corrupción por omisión.’ Es la misma gata, solo que revolcada con dólares y no con pesos. Es la misma lógica podrida donde la élite permite que la infraestructura decaiga porque el costo de la reparación o demolición es mayor que el riesgo de una demanda de una familia, especialmente si esa familia no tiene los recursos para aguantar una batalla legal de años contra un bufete de abogados corporativo.
Esta chica, seducida por una fantasía de Hollywood, pagó el precio de ese *valemadrismo*.
Pagó con su vida.
Nosotros, el pueblo, debemos exigir que Netflix, la corporación que le dio fama a ese edificio, y Emory, la dueña negligente, sean castigados de forma ejemplar, estableciendo un precedente legal y social ineludible que obligue a los gigantes del entretenimiento y a las instituciones académicas a asumir la responsabilidad total por los riesgos físicos que generan al utilizar y luego abandonar propiedades peligrosas, especialmente cuando sus producciones impulsan el turismo temerario, obligándolos a destinar fondos considerables para la mitigación del peligro que ellos mismos amplifican globalmente.
¡Ni un muerto más por un *selfie*!
Manifiesto Populista: Contra la Irresponsabilidad Transnacional (Superando 2000 palabras)
El Impacto Cultural Gringo en el Subconsciente Global
No podemos ignorar la influencia cultural que Estados Unidos ejerce sobre nuestros jóvenes. *Stranger Things* es un producto de exportación que lleva consigo no solo nostalgia de los ochenta, sino también un mensaje implícito de rebeldía y exploración de lo prohibido. Esta narrativa, altamente adictiva y bien producida, se encuentra con una generación hambrienta de autenticidad en un mundo plastificado, y el resultado es que los jóvenes buscan desesperadamente el ‘sentido’ en los lugares reales donde se grabaron sus historias favoritas, invadiendo zonas de riesgo con la falsa seguridad que les otorga el haber visto a sus héroes salir ilesos en la pantalla, un fenómeno que es culturalmente manipulador y éticamente dudoso.
Esto se amplifica en México y Latinoamérica, donde la fascinación por lo *gringo* a veces raya en el *malinchismo*, haciendo que un edificio abandonado en Georgia parezca infinitamente más interesante o digno de arriesgar la vida que, digamos, una hacienda histórica o un sitio arqueológico local. Estamos importando no solo entretenimiento, sino también riesgos y prioridades distorsionadas, donde el peligro magnificado por la televisión se vuelve un atractivo de peregrinación superior al patrimonio cultural propio, un síntoma de colonización mental que nos debe preocupar profundamente.
Es una locura.
Necesitamos enseñar a nuestros hijos a valorar su propia realidad y su propia historia, no a caer rendidos ante el altar de los íconos desechables de Hollywood. La lección aquí es universal: si las corporaciones pueden hacer que un basurero parezca un portal dimensional, pueden vendernos cualquier cosa, y la joven muerta es la prueba de que el producto que venden no es inocuo, sino que conlleva riesgos reales y letales que las empresas productoras y los propietarios de los inmuebles se niegan sistemáticamente a reconocer y mitigar, escudándose en la distancia legal y la frialdad corporativa.
La Responsabilidad que Huye: Emory y el Lucro Silencioso
La Universidad Emory, dueña del inmueble de Briarcliff, se benefició del prestigio indirecto de ser la locación de una serie mundialmente famosa, sin mover un dedo para gestionar el flujo de curiosos que esto generaría. Esto es un ‘lucro silencioso’—recibir un beneficio (fama, posible valorización de la propiedad a futuro, publicidad gratuita) sin asumir el costo o la responsabilidad asociada, que es precisamente lo que permite que el peligro prolifere sin control y que las tragedias como esta se repitan en otros lugares del mundo, donde la propiedad abandonada se cruza con la fama de Netflix.
El padre dice ‘quédense fuera de los edificios abandonados’. Sí, pero ¿por qué *están* abandonados? ¿Por qué una universidad de prestigio global no vende, demuele o asegura de forma absoluta una propiedad tan peligrosa y valiosa? La respuesta es que la burocracia y la inercia corporativa son más fuertes que la decencia. Les resulta más fácil esperar que una tragedia se olvide a invertir en seguridad a largo plazo, una mentalidad que es el cáncer de nuestras sociedades modernas.
Debemos obligar a estas entidades, mediante presión social y acción legal contundente, a que cada peso que ganen por licenciar sus propiedades para filmaciones de alto impacto mediático, como lo fue *Stranger Things*, sea destinado directamente a un fondo fiduciario para la mitigación de riesgos y la seguridad perimetral de esa misma propiedad, garantizando que el riesgo se contrarresta directamente con el capital que lo genera, una medida de justicia simple y de sentido común que detendría esta ola de irresponsabilidad.
No son víctimas.
Son culpables.
La lucha por la seguridad y la rendición de cuentas es una lucha populista. Es la gente común contra las corporaciones gigantes que actúan con impunidad en el plano físico y digital. La muerte de esta joven no puede ser un simple encabezado de tres días antes de ser devorada por el algoritmo; debe ser el detonante que obligue a los dueños de la tierra y a los dueños del contenido a cerrar la maldita brecha entre la ficción y la realidad que ellos mismos crearon y que ahora está cobrando vidas preciosas, una situación que, de no ser controlada, solo escalará a medida que la tecnología de filmación se abarate y la búsqueda de ubicaciones ‘auténticas’ y peligrosas se intensifique, prometiendo un futuro donde las víctimas de la imprudencia corporativa se contarán por miles.
¡Aguanten vara, pero no la negligencia!






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