Trump Bautiza Instituto de Paz con su Nombre Tras VACIARLO

Trump Bautiza Instituto de Paz con su Nombre Tras VACIARLO

Trump Bautiza Instituto de Paz con su Nombre Tras VACIARLO

No Manches, Esto No Puede Ser Real

A ver, vamos a digerir esto lentamente porque parece un chiste mal contado. El Instituto de la Paz de Estados Unidos, una agencia federal que se supone es no partidista y tiene la chamba monumental de promover la paz y resolver conflictos violentos en el mundo, ahora tiene nuevo nombre. ¿Y quién fue el galardonado? ¿Un premio Nobel de la Paz? ¿Un diplomático legendario? ¿Quizás Mandela? No, qué ingenuo. Lo han bautizado, como si fuera un Oxxo o un hotel de Acapulco, con el nombre de Donald J. Trump. El ‘Instituto de la Paz Donald J. Trump’. Leer esa frase se siente como una broma pesada, el titular de El Deforma que se coló en la realidad. Esto no es solo ironía, amigos. Esto es un nivel de descaro que rompe todos los medidores. Es una mentada de madre monumental, con letras de oro, a la idea misma de la paz.

¿Y la cereza del pastel? ¿El cinismo en su máxima expresión? Es que esta es la misma administración que, año con año, intentó desaparecer por completo al Instituto. Le querían recortar todo el presupuesto, dejarlo morir en el olvido. Para ellos, una organización dedicada a prevenir guerras era un desperdicio de lana, un estorbo para el negocio de las armas. Pero como no pudieron matarlo (gracias a que el Congreso gringo tuvo un raro momento de lucidez), hicieron lo que mejor saben hacer. Se lo apropiaron. Lo secuestraron. Convirtieron un símbolo de diplomacia en un monumento al ego. Aquí no se trata de la paz. Nunca se trató de la paz. Se trata de un nombre, de una marca, de un legado construido a base de un agandalle descarado.

Primero, Fueron por el Dinero (Crónica de un Sabotaje Anunciado)

Para entender la profundidad de esta burla, hay que ver cómo se fue tejiendo. Esto no fue una ocurrencia de un día para otro; fue el acto final de una larga obra de desprecio. El Instituto de la Paz (USIP) se fundó en 1984 bajo el mandato de Ronald Reagan —sí, un republicano—, con la idea de que prevenir un conflicto es más inteligente y más barato que pelear una guerra. Siempre tuvo apoyo de ambos partidos. Una idea lógica, ¿no? Pues no para todos. Llegó la administración Trump y sus propuestas de presupuesto. En 2017, el primer borrador proponía eliminar por completo los fondos para el USIP. Apagarles la luz y cerrar la cortina. La justificación, la de siempre: “recortes presupuestarios”, una excusa que da risa cuando ves los billones que se gastan en otras cosas. El presupuesto del USIP es lo que se gasta el Pentágono en café (unos 38 millones de dólares en ese entonces). Es morralla. Pero era un objetivo simbólico. Representaba todo lo que ellos odian: la paciencia, la diplomacia, la cooperación global y (¡qué horror!) el pensamiento.

El Congreso, hay que reconocerlo, se opuso. Republicanos y Demócratas vieron el valor del trabajo del Instituto en zonas de conflicto como Afganistán, Colombia o Nigeria. Y le devolvieron su dinero. ¿Y qué pasó al año siguiente? Lo volvieron a intentar. ¿Y al siguiente? Otra vez. Se convirtió en una especie de ritual macabro. Cada año, la misma propuesta para matar de hambre a la diplomacia. Fracasaron todas las veces, pero el mensaje era clarísimo: no creemos en esto. No creemos en la paz a través del diálogo. Creemos en la paz a través de la fuerza bruta y los contratos millonarios de armas (y uno que otro tuitazo furioso). Ese es el contexto. Esa es la preparación para este chiste cósmico.

El Rebranding Definitivo: De la Sustancia al Ego

Entonces, después de años de intentar matar al Instituto, ¿qué haces cuando te das cuenta de que no se deja? Haces algo todavía más perverso. Te robas su identidad. Le clavas tu nombre en la fachada y cantas victoria. Es la táctica de un tiburón de los negocios, o peor, de un caudillo latinoamericano. Si no puedes vencerlos, ponles tu nombre. El acto físico de poner el nombre de Trump en ese edificio es una declaración de poder. Grita: “Esto ahora es mío. Su misión está por debajo de mi imagen. Su historia queda borrada y la reemplazo con mi legado.” Transforma una institución dedicada a una causa noble y universal en un trofeo personal. Una baratija más para su colección, otra torre dorada en su portafolio de vanidad.

Piensen en el mensaje que esto manda al mundo, especialmente a nosotros, sus vecinos. Hay diplomáticos y trabajadores de paz en los lugares más peligrosos del planeta, operando bajo la bandera del USIP. Su credibilidad depende de su reputación de imparcialidad. ¿Qué pasa ahora? Llegan a negociar con un grupo armado en una aldea remota y tienen que presentarse como representantes del ‘Instituto de la Paz Donald J. Trump’. ¡Qué poca madre! El puro nombre ya es una provocación. Para medio mundo, Trump es un payaso; para la otra mitad, un autoritario. En casi ningún lugar se le ve como un pacifista. Su idea de un acuerdo es una amenaza: o aceptas mis términos o te atienes a las consecuencias. Eso no es paz. Eso es una tregua temporal impuesta por el miedo. El nombre, por sí solo, sabotea la misión. Es veneno puro inyectado en la identidad de la organización.

¿Y Ahora Qué Significa ‘Paz’?

Todo este circo nos obliga a preguntarnos algo aterrador: ¿cuál es la definición de “paz” para la gente que tomó esta decisión? A juzgar por sus actos, la paz es la ausencia de críticas en las noticias. Un estado de sumisión silenciosa. La “paz” que buscan es una donde su autoridad sea incuestionable y su marca sea suprema. Los Acuerdos de Abraham, que seguramente usarán para justificar esta payasada, fueron negocios, transacciones. Se trataba de normalizar relaciones entre Israel y algunas naciones árabes a cambio de jugosas ventas de armas y un enemigo en común: Irán. Fue un negocio, y para algunos, uno muy bueno. Pero no resolvió el problema de fondo, la herida abierta del conflicto palestino-israelí. Simplemente lo ignoró. Decir que eso fue un gran acto de paz es como si un desarrollador construyera un centro comercial de lujo junto a un basurero tóxico y declarara que el barrio está “revitalizado”. No resolviste el problema, solo pusiste una fachada bonita para distraer a la gente.

Y ahora, esa misma filosofía está, literalmente, grabada en la piedra del Instituto de la Paz. El mensaje es claro: la paz es una marca. La paz es una foto para Instagram. La paz es un producto que se vende, y el nombre del vendedor es lo más importante. ¿Y el trabajo real, el difícil, el ingrato, el de construir puentes y reconciliar pueblos? Eso es para los tontos. Eso es lo que recortas del presupuesto. Pero un letrero grandote y brillante con tu nombre… eso no tiene precio. Es el monumento perfecto para una época que valora más la apariencia que la sustancia, el marketing que las convicciones y el ego por encima de todo. Ya no es un Instituto de la Paz. Es un mausoleo a la idea de lo que alguna vez significó.

Trump Bautiza Instituto de Paz con su Nombre Tras VACIARLO

Foto de geralt on Pixabay.

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